Al final, ¿qué significa haber vivido? Pues, en sentido filosófico puede significar muchísimas cosas. Cosas que, honestamente, no me veo capacitado para desmenuzar de forma correcta, así que iré a lo básico, a lo que sí es seguro: haber vivido es dejar huella. Huella en las personas que te conocieron, en los lugares que transitaste, en las ideas de tus compañeros de viaje, en las interpretaciones de lo que ejecutaste. En este sentido, Manuel Monteserín ha roto moldes.
Ya hemos comentado, en alguna ocasión, que los concursos de arquitectura sacan lo mejor de los profesionales. Igualan además el punto de llegada, es decir, partan de la posición económica o profesional de la que partan, sus herramientas sólo tienen valía si consiguen el primer puesto (o el segundo que siempre da “caché”). Monteserín ganó en 2011 un concurso internacional al otro lado del orbe de la ciudad donde reside, en Kaohsiung, Taiwán.
Diez años más tarde de ganar el concurso, en octubre de 2021, el promotor, la ciudad de Kaohsiung, inauguró el amplio complejo cultural. Una obra que abarca 11 hectáreas en la desembocadura del río Love (bonito nombre, por cierto), con una superficie construida de 88.000 metros cuadrados y un presupuesto de cien millones de euros… lo que equivale a 1.136,36 €/m², una ganga, vamos.
Kaohsiung es la segunda ciudad más importante de Taiwán, de ahí que estamos hablando de uno de los ejes económicos más importantes de Asia. Si a esto unimos que el río Love atraviesa la ciudad, convirtiéndose en la principal fuente de ingresos del lugar (y de quebraderos de cabeza con una humedad relativa entre el 60 y el 80 por ciento), estaba claro que la mejor solución estética para el complejo estaría relacionada con el mar.
Así, el diseño del edificio cultural se basa en las geometrías del fondo marino. Espumas, corales, algas, olas y animales acuáticos, nos indican desde el estudio de arquitectura. Se trasladan a la superficie dando vida a determinados usos, en concreto, cinco usos que se dividen en espacios con nombre propio: La Gran Ola, Ballenas, Delfines, El Coral y las zonas exteriores (parques y paseos que lo conectan todo).
La Gran Ola, obviamente, es el referente icónico más ilustrativo del conjunto. Se trata de un auditorio para 12.000 personas (al aire libre), una sala de conciertos para 3.500 personas y dos torres con oficinas, museo y salas de ensayo. Mientras que el auditorio al aire libre se rodea de áreas vegetales (el proyecto está plagado de referencias verdes), el cubierto semeja el inicio de la gran ola (la torre principal), en un gesto que permite la continuidad visual y arquitectónica.
La torre principal, de 113 metros de altura, mira hacia el interior de la isla, recubierta por una fachada con trama hexagonal. Diseño que se dispersa por todo el complejo, permitiendo una continuidad estética y una espectacular visión artística desde el aire. Otra torre, de 83 metros de altura, le da la espalda a la primera, aunque se une a ella mediante un puente aéreo, por supuesto, estas torres han cambiado el skyline de la ciudad, conformando un nuevo hito.
Como curiosidad, en el diseño original las dos torres estaban separadas, pero se cambió su ubicación a espalda con espalda. La empresa con sede en Sevilla Eddea se unió al equipo para aportar su experiencia y «revisar el concepto completo para asegurar la viabilidad técnica y constructiva de todo el complejo». En su web se atribuyen la idea de fusionar las dos torres con el puente aéreo, y es que no hay nada como el trabajo en equipo.
La geometría de las torres habrá tenido que ser un quebradero de cabeza para los constructores, pero implica un reto difícil de deslucir. La ejecución de estas poderosas y singulares figuras hexagonales, de las lamas exteriores con mil medidas distintas (lo de mil es un decir), hacen que se pierda la percepción de altura y volumen, “engaña” al espectador, permitiéndole una interpretación más libre y personal.
La segunda parte del complejo se llama Ballenas. Se trata de unos edificios con cubierta ajardinada que miran al mar. Fueron los primeros edificios en finalizar, en 2017, poseyendo un gran aparcamiento bajo ellos. Se llaman Live Houses, son seis con tres tamaños distintos y tienen una forma que recuerda a… ¿ballenas? (pues claro). Su conexión verde permite un paseo frente a sus fachadas, o que cualquiera pueda subir a lomos de una ballena y contemplar su frente marino (es una idea espectacular, y lo sabes).
Por supuesto, si hay ballenas, tiene que haber Delfines, más pequeños. Elementos urbanos que albergan restaurantes y que recorren todo el Kaohsiung Pop Music Center. Son cinco y se elevan sobre pilares dejando libres los accesos, los delfines poseen placas solares en sus cubiertas, y su forma representa fielmente al animal marino del que absorben el nombre.
Llegamos a la parte del complejo denominada El Coral, el centro de exposiciones de Kaohsiung. Una gran cubierta en forma de paraguas, pero compuesta de hexágonos de distintos tamaños y alturas, sostenidos por finas estructuras que simulan ser árboles, es una gozada, la verdad. Debajo, espacios cerrados permiten un programa comercial y de exposiciones, y los abiertos dan vida a una rica variedad de actividades, desde mercadillos, a bailes o teatros callejeros.
Finaliza la descripción del complejo con lo un entramado formado por parques y paseos, delimitados urbanísticamente por los edificios adyacentes. Estos parques permitirán el crecimiento rápido de la vegetación, convirtiéndose en un pulmón verde más de la ciudad (que lo necesita debido a su alta contaminación).
El apasionante proyecto, por supuesto, no es sólo una obra de Manolo Monteserín. En él se embarcaron muchas personas más, desde arquitectos jóvenes e ilusionados, hasta empresas con experiencia a sus espaldas. Cuando al comienzo del artículo decía que Monteserín había roto moldes, no hablaba de un edificio que llevará su nombre, me refería a un evento, el constructivo, que permitirá miles de interpretaciones e interacciones, un complejo musical que dará que hablar, sin duda, pero, sobre todo, dará «momentos» a sus usuarios.
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