La biofilia es la vinculación del ser humano con el entorno natural. Así, de forma espontánea, nos sentimos mejor con elementos que nos recuerden a nuestro lejano pasado, cuando vivíamos en lugares más verdes. Si unimos esto a que cada vez estamos más concienciados de la necesidad de salvaguardar los entornos medioambientales actuales, no es de extrañar que nuestros edificios sean, cuanto más modernos, más impresionantes fuentes de verdor.
E impresionante sería el término que utilizaría para definir el complejo edificatorio de esta semana. Un espectacular trío de torres construidas en Ámsterdam, concretamente en el barrio de Zuidas. Con 67, 81 y 100 metros de altura, fueron reconocidas como el mejor rascacielos del mundo en los premios Emporis Skyscraper Awards de 2021. Y eso que la finalización total del complejo fue en 2022.
El edificio es todo un tributo a la vida social incluyendo en su interior oficinas, retail, restaurantes, bares, salas culturales y, por supuesto, apartamentos. En total las múltiples paredes del edificio albergan 200 nuevas residencias. Y digo múltiples en vez de las conocidas “cuatro” paredes o fachadas ¡porque sus caras son multifacetadas!
Pero vayamos más despacio que hay mucho que analizar en este complejo. Su promotora, la empresa Edge, pone en alquiler los 75.000 metros cuadrados construidos al que ha denominado El Valle. Un valle que posee todas las características naturales que podrían atribuírsele. Por ejemplo las escarpadas lomas de las montañas que lo circundan, con abundante vegetación y fachadas de piedra.
Todas las fachadas se confeccionan con piedra natural en forma de chapados salvo las que dan al exterior y terminan en vidrio espejado para enmascararse con el resto del entorno urbano. Así, el interior del complejo posee un encanto muy rocoso y verde donde además hay un paseo abierto al público. Se ubica entre el cuarto y quinto piso, que serpentea descubriendo las montañas artificiales más residenciales.
El estudio de arquitectura a cargo del proyecto, no es otro que el archiconocido MVRDV. Este nos indica que el diseño del complejo se basa en la idea de un edificio al que le quitan el caparazón para descubrir que, en su interior, posee paredes rocosas escarpadas y abundante vegetación. De hecho, esta forma hace que cada planta del edificio sea única y que sus 200 residencias sean, también, diferentes entre sí.
Bajo tierra se ubican tres plantas de aparcamientos con unas 375 plazas. En las primeras siete plantas hay oficinas y el resto se dedica a las viviendas. Todas cuentan con espectaculares vistas de su entorno, sobre todo las más altas y especialmente el Sky Bar de la torre de 100 metros. ¡Ojo! si vas al barrio será casi una visita obligada. También posee un lugar llamado la Gruta, un atrio en el primer piso donde se haya el Laboratorio Sapiens.
Por supuesto, la ejecución del edificio se hubiera hecho mucho más compleja de no poder utilizar herramientas informáticas de diseño. Para configurar las mejores vistas posibles a cada apartamento o para ubicar las 40.000 losetas de piedra de las fachadas, dándole las mejores dimensiones para su aprovechamiento. Sin contar que al tener 200 tipos de apartamentos la ubicación de las instalaciones debió ser una pesadilla.
Con todo, el estudio de Heyligers Architects se encargó del diseño personalizado de los interiores, la piscina (sin ella no hay complejo que valga), el gimnasio, la iluminación, los acabados y muchas áreas comunes. Ellos destacan el diseño orgánico de las luces sobre las escaleras mecánicas de acceso a la “Gruta”, la utilización de muebles empotrados, puertas pivotantes de acero para las viviendas y la utilización de cerámica especial en el spa.
Por supuesto, el control de las especies vegetales y su ubicación corrió a cargo de un experto, el arquitecto paisajista Piet Oudolf. Este tuvo en cuenta el viento, la incidencia solar, temperatura y facilidad de mantenimiento. Así, los árboles se ubican en las plantas inferiores, y según se sube, las plantas responden a especies más pequeñas y mejor adaptables. En total, hay 271 árboles y 13.500 plantas en jardineras, con hasta 220 especies distintas.
La biodiversidad está garantizada, con la aportación de cajas de pájaros y murciélagos (que ya los vimos en Madrid, ¿te acuerdas?) y espacios para abejas e insectos, sin los cuales no se pueden generar entornos naturales. Como no podía ser de otra forma, el complejo está a la última en sostenibilidad, presumiendo de tener una eficacia energética del 30 % mejor de lo que la normativa local les exigía. Además, ha recibido la certificación BREEAM de los Países Bajos. No es de extrañar dado que las torres usan tecnología de máximo aprovechamiento energético, como la automatización o sensores para el monitoreo del uso real.
Otras empresas que han contribuido a la gestación del complejo han sido el propietario RJB Group of Companies; los contratistas G&S Bouw B.V.Boele & Van Eesteren B.V.; el paisajista DeltaVorm Groe; y cómo no, el estudio de ingeniería encargado de la estructura, Van Rossum Raadgevende Ingenieurs. Además de, nunca me cansaré de repetirlo, cientos de pequeñas empresas y autónomos sin los cuales es inviable la ejecución de este tipo de edificios.
La construcción de este trío de torres que fue calificado como Mejor Rascacielos del Mundo en 2021 se concluyó en cuatro años. Cuatro años llenos de alegrías, desencuentros, tiras y aflojas económicos, técnicos y funcionales, ni imagino las horas de seguridad que se tuvieron que utilizar, máxime durante la pandemia. Pero, al final, queda un complejo que se transforma en un buen hogar para doscientas residencias, con balcones con pavimento de madera y barandillas de cristal.
Un edificio con centros de reunión entre vecinos, residentes de otras zonas del barrio, usuarios de las oficinas, curiosos arquitectónicos, naturalistas y amantes de la ecología, y, porque no, amantes de aves y murciélagos. Todo un centro de reunión social y natural, un complejo que debería convertirse en epidemia, y contagiar a un gran número de edificios del mundo que no saben dónde ir.
Fotografías de Ossip van Duivenbode, cortesía de MVDRV y Heyligers Architects
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