A parte de su gran historial dramático y su impresionante listado de autores, los británicos brillan también en el género del absurdo, versión surrealista. Y los autores de “La función que sale mal”, Henry Lewis, Jonathan Sayer y Henry Shields, son tres de sus cabezas visibles.
De hecho son comparables en el género a los creadores de series de televisión como “Only Horses and Fools”, de la que se pensó en hacer una versión española; o bien de David Walliams y Matt Lucas, esos dos pequeños monstruos del enredo creadores de “Little Britain”. Hablamos de una de las parodias más disparadas, locas, atrevidas y desternillantes sobre la vida de los británicos de hoy en día que tuvo una secuela menos afortunada en “Little América”.
“La función que sale mal”, que puede verse en el teatro Coliseum de Barcelona, es una de esas pequeñas joyas que deben mirarse con la mirada más despierta. En ella, los espectadores son invitados a presenciar una representación teatral (teatro dentro del teatro), de una compañía de aficionados situados en un escenario provinciano. La trama es lo de menos, pues se trata de un doble asesinado en una casa solariega de la campiña británica con su sorprendente y sospechoso mayordomo; la amante pizpireta del hermano no tan difunto; y demás familiares y allegados. Todos dotan a la función de los engranajes suficientes para que todo salga remotamente mal…haciéndolo perfectamente bien.
Juegos de palabras, decorados que se desmontan, se rompen y se recomponen ante el desespero de los actores quienes, no obstante, con gran aplomo y sangre fría, van sorteando todos los improperios, ya de sean de texto o acción que van surgiendo en el desarrollo de la trama. En argot castizo diríamos aquello del “garrotazo y tente tieso”, que en el original sería “splash” en la más pura tradición de las primeras comedias del cine mudo.
El espectáculo comienza con un juego muy a la praxis de La Cubana (que por cierto vuelve al escenario del Coliseum en enero probablemente con una nueva producción). César Camino da vida a un técnico de luces y sonido, fan empedernido de Perales (sí, José Luis Perales) que causa con sus despistes buena parte de los gags. Junto a él, una torpe asistente técnica, encarnada por Aránzazu Zárate, se encarga de suplir a la protagonista, guión en mano, ante el desvanecimiento y desaparición temporal de ésta y su posterior reacción (e involuntaria duplicidad del personaje).
Un inspector de policía que habla a velocidad endiablada; un muerto que aparece cuando no le toca; un endiosado hermano que se aplaude a cada mutis y trata de robar escenas al resto de la compañía; otro hermano (éste de la protagonista) que desmonta todo lo que toca con su corpulencia manifiesta; y el susodicho mayordomo, componen un friso de desastres que convierten la comedia en una consensuada locura. Porque estas complejas situaciones si no están resueltas con inmaculada perfección pueden resultar un fracaso, y aquí sucede exactamente lo contrario: todo resulta perfecto en esta función en la que, a pesar del título, no sale nada mal.
La adaptación de Zenón Recalde añade datos locales al texto dirigido por Sean Turner. Éste tiene en la figura de David Ottone el personaje idóneo para coordinar toda la serie de improperios, tantos verbales como físicos, que componen la función. Un tiempo de locura donde predomina la carcajada por el surrealismo de algunos de sus pasajes, los malabares de algunas situaciones casi circenses y el despropósito de algunos momentos realmente increíbles.
Todo ello resuelto por una compañía impecable en la que además de los citados Camino y Zárate, figuran otros como Héctor Carballo, Víctor de las Heras, Carla Postigo, Armando Pita, David Dávila y Felipe Ansola. Un equipo compacto sin cuyo esforzado trabajo esta función realmente, saldría mal. Y no es el caso, sino que sucede todo lo contrario, todo sale perfecto.
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