Recuerdo como si fuera ayer una tarde en la clase de dibujo del colegio. Era febrero de 1983. La profesora nos propuso crear el cartel de ARCO. Nos explicó que era una feria internacional de Arte Contemporáneo que por segundo año se celebraba en Madrid. Carmela seguramente continúe fiel a sus visitas a ARCO, pero desconoce que mi afición por el arte me viene en gran parte (la otra gran parte se la debo a mi familia), gracias a ella.
Han pasado 36 años desde aquella tarde en la que descubrí lo que era ARCO y llevo más de veinte acudiendo a la cita. Quién sabe, igual algún día me reencuentro con Carmela y puedo darle un abrazo y decirle que con sus clases creaba emociones y despertaba inquietudes. Este año ARCO celebra su edición número 37. Comienza con polémica, nada nuevo. No entraré en ella, ni tampoco a enumerar galerías, ni autores, ni precios de obras. Como fiel a un mundo que me atrajo en la infancia me gustaría centrarme en el valor inmaterial de la Feria.
El arte posee un poder transformador, la diversidad del ser humano queda reflejada en él, para colmo, es capaz de despertar emociones, alterar conciencias, descubrir realidades o camuflar las penas. El propio Carlos Urroz, director de ARCO desde hace siete años, me decía en un almuerzo que “tratar con artistas te hace conocer otras realidades apasionantes, ese mundo tan especial que luego ellos transforman en arte”. Para quienes no conocemos a tantos artistas y vemos el resultado de sus realidades transformadas, el arte nos enseña.
Tiene el inmenso poder de unir al hombre con el hombre, puede incluso ser capaz de cambiar el mundo. La importancia de ARCO no se limita a su facturación, ni al récord de visitas, ni al creciente número de galerías expositoras. El valor de ARCO, a mi modo de entender, debe verse en su capacidad para emocionar, inquietar, motivar, conmover, enseñar y educar. Su valor docente, aquel que Carmela ponía sobre la mesa del taller en un colegio de Madrid. Esta inquietud fue la que me hizo llevar a mis hijos desde muy pequeños a cada feria de ARCO. Quise que la chispita del arte se encendiera en su interior y sintieran esa motivación para descubrir las realidades transformadas por otros.
Es ARCO punto de encuentro de mecenas cuya principal misión es dar a conocer artistas y comprar para dejar un legado. Si España cuenta con una de las más importantes pinacotecas del mundo no es por casualidad, es porque tuvo un rey apasionado del arte, la música y las humanidades, que durante su reinado hizo acopio de cuadros y retratos encargados a quien él pensaba eran los mejores. Felipe IV dio a conocer a nuevos artistas, pero también se interesó por los maestros italianos del Siglo de Oro.
El mecenazgo es fundamental para que se conozca la obra de nuevas generaciones y puedan vivir de su trabajo. Así era en 1630 cuando Velázquez pintaba para el ‘Rey Planeta’ y así es en nuestros días. ARCO empieza con polémica, nada nuevo, decía al comenzar. Y ahora añado, así debe ser, porque el arte que no altera, para bien o para mal, ni es arte, ni tiene futuro. Quizá por eso este año no haya país invitado, y si lo sea ‘El Futuro’. Diecinueve artistas lo han interpretado en esta nueva edición, para mí el futuro del arte depende del interés que sea capaz de crear en el espectador.
Me gustaría que esta 37 edición de ARCO no deje a nadie con la temperatura corporal que marca, pero remueva, inquiete, motive y altere la sangre del espectador. Si un solo niño descubre el arte en cualquiera de sus facetas gracias a esta edición, para mí ya es un éxito. Quisiera que la edición 37 de ARCO plante cara a la rutina y al estancamiento con el valor de Aníbal cruzando los Alpes con sus 37 elefantes. El número mágico, el creativo, el más dinámico y extrovertido, sea también oráculo de buen futuro. Una edición cargada de mensajes y de textos hechos obra. Si como apuntaba Carlos Urroz, “el artista transforma en arte su propia realidad”, quizá esos mensajes luminosos son su grito a la reflexión.
*Foto de portada: Galería Joey Ramone. Rotterdam.
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