Se acaba de inaugurar una magnífica exposición sobre Audrey Hepburn, un mito del celuloide de todos los tiempos. Lo ha hecho su hijo Sean, habido de su primer matrimonio con Mel Ferrer, en un edificio de 800 metros cuadrados en el corazón de Bruselas, la ciudad que la vio nacer el 4 de mayo de hace noventa años, los que hubiera cumplido el pasado sábado si un cáncer no se la hubiera llevado a los 63 .
El Espacio Vanderborght, remodelado para la ocasión, está decorado en blanco y azul marino (su color favorito), y es un homenaje a la mujer y a la madre más que a la artista que fue, desde el amor incondicional de su hijo Sean, que no ha regateado gastos para adaptar el lugar hasta convertirlo en diez secciones que se abren tras un vestíbulo muy cinematográfico: un pasillo negro recoge ocho grandes retratos de Audrey que conducen a una puerta donde una silueta de la actriz, de espaldas y de tamaño natural, recibe al visitante.
Las secciones están tituladas como «El árbol familiar», «Nacida en Bruselas», «De Londres a Nueva York», «La noche de los Oscar», «Una boda suiza», «Audrey y Mel», «Sean», «Amigos», «La Paisible» y «Capitulo final». Un entorno familiar domina sobre la parte artística de la idolatrada actriz y especialmente se hace notable el amor y el cariño que Sean ha puesto en materializar sus sentimientos hacia su madre.
La memorabilia de la muestra recoge 800 fotografías inéditas, doce film clips y hasta 150 objetos icónicos de la estrella, de dibujos suyos (era experta) hasta el Oscar que ganó por «Vacaciones en Roma», uno de sus primeros filmes y que la convirtió en estrella alzándola sobre un pedestal del que nadie osaría moverla ni un milímetro el resto de sus días.
Por problemas de derechos de autor, de las imágenes expuestas no se ha podido editar el libro que todos quisiéramos disponer, pero se ha puesto a la venta un cuento de cincuenta y cinco páginas, escrito por Sean y su esposa Karin, e ilustrado por Dominique Corbasson y François Avril, que es una delicia de acuarelas donde, a modo de cómic, se narra la vida de Audrey, desde su nacimiento, en el 48 de la rue Keyenveld de la capital belga (reconvertido hoy gracias a la especulación en edificio de mini apartamentos de lujo), hasta su fallecimiento en la finca La Paisible, en Tolochenaz, una comuna suiza del cantón de Vaud.
En unas acuarelas tan limpias como azules aparece la vida de esta niña bajo el título «Little Audrey’s daydream» que sintetizan al largo y duro proceso de Audrey hasta convertirse en la estrella que sigue siendo aún después de haber fallecido. Sus andanzas empiezan en el domicilio citado, hija de una baronesa y un empleado de seguros que las abandonó por sus simpatías nazis durante la II Guerra Mundial, su éxodo de Bélgica a Holanda, Gran Bretaña o Nueva York, sus trastornos alimenticios, enfermedades y sacrificios para ser la bailarina que nunca pudo ser.
Y también deja entrever ese cuento la transparencia de un alma pura, la de la mujer frágil endurecida por la vida pero que sabía anteponer el encanto de una flor al hechizo de una joya. Hay mucho de Audrey mujer en esta muestra que aparca un tanto a la estrella para centrarse mucho en la niña, mujer, esposa y madre de Sean, que se muestra mas que orgulloso de una exposición perecedera que sólo durará cuatro meses y que dado su enorme coste no será trasladada a ningún otro lugar.
Una muestra de admisión asequible (15 euros entrada regular, menores gratis, jubilados tarifa especial), y los 10 euros del cuento, ingresos que irán destinados a la Organización Europea de Enfermedades Raras y a los hospitales The Brugmann and Bordet de Bruselas.
En este particular homenaje belga de Sean Hepburn Ferrer a su madre y mito, está casi toda la familia la familia. Desde Karin, la esposa, y dos de sus tres hijos, Emma y Santiago, así como Athena y Adone, los dos hijos que Karin aportó al matrimonio. Juntos celebraron el éxito de un esfuerzo titánico que ha culminado con este homenaje azul a una reina del cine, una diosa cuya imagen prevalecerá en la nuestro imaginario través de los papeles que interpretó pero que para Sean Hepburn Ferrer fue una madre antes que musa para Givenchy, una «my fair lady», que desayunara frente a Tiffany’s, viviera la historia de una monja o fuera ya, en su brillante ocaso, una Marian impecable para un Robin Hood que no pudo tener mejor pinta que la de Sean Connery. Una mujer que vivió apartada de los fastos de Hollywood, entregada a causas humanitarias y que fue embajadora de buena voluntad para Unicef antes que estrella. Y sobre todo, una madre.
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