Las claves para entender a Bill Viola
El Museo Guggenheim de Bilbao sigue de celebración por su XX aniversario con la muestra retrospectiva sobre Bill Viola hasta el próximo 9 de noviembre.
El XX aniversario del Museo Guggenheim de Bilbao continúa desatando la locura a través de las exposiciones programadas con motivo de esta celebración. El museo acaba de inaugurar una retrospectiva de Bill Viola (Nueva York, 1951) que tiene sus salas a rebosar. La muestra no es sencilla, más bien se ubica en el continente contrario y, aún así, la afluencia de público es asombrosa.
La retrospectiva rinde un homenaje sin paliativos al padre del videoarte que puede vanagloriarse de haber transformado una disciplina menor en una forma de expresión a la altura de las grandes obras pictóricas presentes en los museos más importantes del mundo.
El artista neoyorquino comenzó su producción en la década de los setenta y desde entonces ha encontrado la forma de evocar lo sublime a partir de un fundamento tan tecnológico como fue en su día la cinta de vídeo o ahora mismo las pantallas de plasma de altísima resolución.
Viola podría recibir cualquier calificativo menos el de ser superficial. La vida, la muerte, la transformación, el traspaso de conocimiento de unas generaciones a otras y el renacimiento del ser humano provocado por su propia experiencia vital son conceptos esenciales de su obra. Igualmente, los espejismos, las alucinaciones y la reflexión profunda sobre lo que el ojo humano es capaz de ver sólo a través de la traducción de una cámara, han sido siempre elementos centrales en sus cuarenta años de carrera.
El estudio de textos religiosos y sus épocas viviendo en Florencia y Japón también se dejan entrever como elementos presentes en sus obras. Esta amalgama de influencias trascendentales y estéticas logra que en la segunda planta del Museo Guggenheim de Bilbao se respire estos días un aire místico, casi de catedral. Las salas oscuras y el silencio absoluto solicitado por el artista, que ha exigido hasta la supresión del soporte de audioguías, asemejan esta experiencia museística a un retiro espiritual urbano.
Algunas obras impresionantes en dimensiones como su trabajo para la ópera wagenriana Tristán e Isolda (2004-5) o Inverted Birth (2014) proyectados en pantallas de más de 5 metros de altura en forma de rectángulo vertical consiguen evocar en el espectador la sensación de la imaginería propia de un altar clásico.
Y es que Viola no sólo trabaja con el vídeo prestando atención al contenido en sí, sino también, al soporte sobre el que este contenido se proyecta. En la exposición del Guggenheim podemos disfrutar de obras como la compuesta por una sucesión de velos, The Veiling (1995), u otra en la que una pantalla giratoria muestra por su reverso un espejo en el que el propio público se ve reflejado, Slowly Turning Narrative (1992). Instalaciones más que vídeos que permiten al observador no sólo centrar su atención en la película en sí sino, también, transitar alrededor de la propia figura como si de una escultura se tratara.
El museo, sabedor de la complejidad de la muestra, provee en su página web una explicación detallada de las obras expuestas que puede ser interesante consultar antes de aventurarse a deambular por el periplo de salas oscuras que sólo pueden ser visitadas en una dirección. En todo caso, una de las características de la belleza universal es que no precisa de excesivas explicaciones, de manera que otra opción podría ser aventurarse a descubrir a Viola sin pistas ni ideas preconcebidas. Esta exposición es un ejemplo de la potencia y trascendencia que puede alcanzar el arte. Podrán visitarla, e incluso repetir, hasta el próximo 9 de noviembre.