Pintando a cuatro manos

Entrar en el estudio de un artista es acceder a lo más profundo de su alma para descubrir su mundo y viajar más allá de las sensaciones que pueda evocar un  cuadro. Entrar en el estudio de dos artistas es acceder a la locura cómplice para dejarse empapar de creatividad y diversión.

Tomando como ejemplo el nombre de su última exposición, By The Face, me colé en el estudio que Teresa Calderón y Mersuka Dopazo comparten en Madrid. Si bien la mayor parte del tiempo (y trabajo) lo pasan en Indonesia, unos días antes de comenzar su última exposición en la Galería Jorge Acolea de Madrid terminaban su singular obra en nuestra capital.

Telas, papeles, cartones, cintas de colores, periódicos, recortes, hilos, pinceles, cuencos, botellas, tubos. Intencionado desorden en una luminosa y amplia habitación impregnada de alegría y creatividad. Música llenando un espacio abarrotado de color y sabor. Dos lenguajes artísticos diferentes fluyendo con la naturalidad de un pájaro y la fuerza de un río. Un solo lienzo entregado a cuatro manos.

Hay que verlo para creerlo, Mersuka dibuja en carboncillo una pequeña flor, Teresa le pega encima un trozo de tela. Mersuka dibuja un labio en tonos pastel, Teresa lo llena de color. Ahora Teresa traza un rostro, Mersuka le regala la inspiración de ese momento.

Un ejercicio de compenetración que parece inexplicable; incomprensible para el raciocinio al que nos educaron. Calificar su sorprendente trabajo es fácil, lo difícil es entender que en ellas todo va bien. Que no hay disputas si una pinta sobre el trazo de la otra. Que no hay riñas si una lanza un torbellino de color sobre el recién dibujado rostro de una empolvada y blanca japonesa. Como si las cuatro manos pertenecieran a la misma persona. Como si sus cuerpos se hubieran separado al nacer manteniendo el vínculo de un mismo útero. Como si fueran lo que son, dos en una, la máxima expresión del sentido de la feminidad.

Feminidad, ese amplio concepto capaz de aunar antagonismos. Sensualidad y emoción en cada pincelada, de dos en dos, de cuatro en cuatro, avanzando rápido y sin ningún temor. No hay miedo porque la creatividad les pertenece y jamás las abandonará. Lo saben. Sus trazos firmes, no hay vuelta atrás, pero tampoco la quieren. Ellas son buscadoras de instantes que captan para convertir en emociones. Un lienzo se rinde ante tanta expresión. Apenas hablan, no hace falta. Pero la supuesta concentración no se aprecia. Todo fluye como si fuera tan fácil… Sonríen, bromean, bailan, cantan, pero siempre pintan.

Es así como expresan sus sentimientos, no tienen palabras para definir su intuición. Sus palabras son pinceladas, sus verbos  las telas, sus adjetivos los carboncillos. Y las frases que dibujan explican lo que no podía ser de otra manera. La creatividad se apodera de sus elegantes cuerpos con una fuerza imparable de empatía y emoción. De pronto el lienzo se vuelve rostro, sereno, como durmiendo ajeno al caos, quizá meditando, tal vez soñando.

Las horas pasan pero no son horas sino apasionados minutos.
Instantes que se fusionan en un complejo caos que acaba por ordenarse ante mis ojos.
Es posible disfrutar hasta tal punto, cual de un interminable orgasmo se tratara.
No hay tristeza en el país de la felicidad.
Zurdas, diestras, cuatro manos, veinte dedos y un mismo corazón.
Oda en vivo a la empatía, emociones encontradas en inconsciente creación.

El lienzo hace tiempo que dejó de serlo.
Cuatro manos, veinte dedos y un mismo corazón.      (Fotografías y vídeo: Carla Royo-Villanova).