Casi a punto de cumplir sus 50 años de creación, la formación Dagoll Dagom presenta en el Poliorama de Barcelona una versión libre de “L’alegría que passa”. Hablamos de la obra dramática del pintor, escritor y dramaturgo Santiago Rusiñol, que toma forma con un complejo montaje. De él forma parte una vibrante partitura que incluye baile contemporáneo y expresión corporal, todo enmarcado en una escenografía dramática donde prima el claroscuro.
En su programa de mano, Anna Rosa Cisquella, la más veterana del grupo, advierte de que esta propuesta, probablemente la última de Dagoll Dagom, trata de actualizar la del propio autor. Él proyectó plasmar su proyecto de Teatre Líric de 1899, que incluía diversas modalidades escénicas para construir un lenguaje común.
De este modo “L’alegría que passa” son las escasas horas en las que un grupo de teatro ambulante tiene que representar una de sus funciones. Lo hace para los obreros de una fábrica en uno de los incontables pueblos catalanes. Es un pueblo como todos, plagado de sombras, con gentes adocenadas y aburridas sin ninguna gana de abandonar la abulia de una monotonía y sometimiento del que no parecen querer escapar.
Sólo un joven, el hijo del alcalde, parece dispuesto a abandonar este tipo de vía. Y la presencia del grupo de titiriteros parece poder facilitarle las herramientas para ello. Así, él prepara su fuga, a pesar de que su déspota y tirano padre ya le ha preparado hasta la fecha de la boda con una conformista muchacha que dará la vuelta a todo al final de la función.
Por su parte la compañía ambulante tiene asimismo su “alcalde” en el personaje del clown, tan maquiavélico y tirano como el del pueblo aunque con ropajes de color. La posición de los dos mundos choca entre los diversos personajes pues en el fondo todos están sometidos a sus particulares reglas.
Con la salvedad de que unos están fijos en un lugar y los otros en continuo movimiento, algo que no les impide coincidir en pasiones, situaciones y demás acciones paralelas. La vida para ellos, unos en blanco y negro y otros en color, encierran los mismos golpes y situaciones. Incluso la más pretendida alegría, que no es más que un ave de paso con la que algunos pretenden echar a volar.
Con una dirección que resuelve los mundos paralelos de modo eficaz, Marc Rosich en la escena, Andreu Galés en la parte musical y Ariadna Peya en la coreográfica componen un friso apoyado por un grupo de actores y actrices de primera línea. De todos, señalemos el más que agradable reencuentro con Ángels Gonyalons en su doble mallado papel de alcalde y clown, siniestros donde los haya, y curiosamente escritos para dos hombres que aquí encarna la soberana actriz.
Es una de las muestras del empoderamiento de la mujer del que está dotada esta versión. Porque al final, las que resuelven romper sus respectivas cárceles de sombras son también dos mujeres, cosa que dudo exista en el original. Son ellas Mariona Castillo y Júlia Genís, aunque para saber qué personajes interpretan, deberán ver la espléndida función.
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