En los inicios del siglo XX, viajar era algo más que una moda. Era una necesidad vital. El movimiento de ciudadanos de una parte a otra del planeta se acrecentó al mismo ritmo que los nuevos medios de transporte se desarrollaban. El hundimiento del Titanic, en abril de 1912, no frenó la necesidad de crear estructuras que facilitaran los viajes. Así Nueva York, a donde debía llegar el famoso buque en su viaje inaugural, abría once meses después las puertas de la estación Grand Central, la mayor estación ferroviaria del mundo en la época. Era 1913 y a 6.460 kilómetros de allí, en Milán, Mario Prada creaba un pequeño negocio especializado en la fabricación de baúles y maletas, imprescindibles en aquellos días.
Sus artículos de cuero pronto adquirieron fama. Eran productos muy bien elaborados que resistían el trajín de unos viajes largos y repletos de incertidumbres. Su cartera de clientes fue creciendo, al mismo ritmo que aumentaban los destinos y los medios de transporte disponibles. Con la llegada de los vuelos comerciales, artículos como las maletas de piel de morsa de Prada ganaron adeptos.
Seis años después de fundar Fratelli Prada (Hermanos Prada), Mario Prada recibe en su despacho la carta que le convierte en Proveedor Oficial de la Casa Real Italiana. Un reconocimiento que además permitía a la empresa exhibir, si así lo deseaba en su logotipo, el escudo de armas de la Casa de Saboya y el diseño de la cuerda anudada, ligado a la heráldica familiar.
Prada, que hasta entonces diseñaba sus artículos con su propio apellido en letras de color negro, encargó un nuevo diseño. La firma agregó desde entonces ambos elementos a su emblema, creando una marca desde entonces asociada a la aristocracia italiana y a la clase media-alta.
Mario Prada falleció en 1958 y la responsabilidad del negocio recayó en su hija, Luisa. Durante veinte años la casa milanesa fue sorteando la presión de la competencia, abriendo su catálogo de productos al mundo de los accesorios o los bolsos de mano. Una época complicada, también en lo económico, hasta que Miuccia Prada, hija de Luisa y nieta de Mario, se unió a la compañía en 1970. Nueve años después, reemplazaba a su madre al frente del grupo. Su sentido estético y su apuesta por el prêt-à-porter de lujo varió el rumbo de la compañía.
Su emblema actual prescinde del legado de la Casa de Saboya y reinventa con leves toques el nombre del grupo con una fuente serif en mayúsculas. Todo ello por supuesto con la elegancia del color negro como protagonista y el blanco de fondo.
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