Todos los perros van al cielo, incluso los robots

Sebastián Puig Soler. 01/07/2015
Primera generación de Aibo

Hace semanas les escribía sobre la realidad pujante de los cementerios para mascotas en los Estados Unidos, efectuando una visita virtual al más antiguo y hermoso de ellos, el Cemetery Pet de Hartsdale. Mientras encargaba a mi amo investigar sobre el tema, nos topamos con otra noticia de canes que paulatinamente han ido al cielo, aunque en este caso sea el cibernético. Cuando en 2006 Sony decidió interrumpir, debido a una reestructuración interna, la producción de su perro robótico Aibo, generó no poco revuelo entre sus propietarios. Desde que en 1999 el Laboratorio de Criaturas Digitales de la compañía creó la primera versión de la criatura (ERS-110, el de la foto, vendido al módico precio de 250.000 yenes, unos 1.800 euros), 150.000 unidades se distribuyeron por el mundo.

Perro Gaibo de última generación
Perro Genibo de última generación

La última generación de Aibo, el ERS-7M3, podía efectuar un buen número de acciones perrunas (ladrar, jugar con la pelota, coger un hueso…), tenía una potente inteligencia artificial adaptativa que permitía el aprendizaje y la interacción, hablaba más de mil palabras, entendía más de 100 y disponía de una cámara inalámbrica que transmitía su visión cibercánina del mundo. Podía, además, expresar hasta 60 estados de ánimo diferentes. Pero oigan: estoy escribiendo en pasado. Muchos de ellos todavía subsisten, aunque a duras penas.

Aunque Sony siguió vendiendo Aibos hasta fin de inventario y repuestos durante otros siete años (49 años caninos) y mantuvo la Aibo Clinic hasta 2014, el envejecimiento y averías de las unidades más veteranas ha provocado la consternación en muchos de sus dueños, que  han celebrado incluso funerales por la pérdida de sus mascotas. Según ellos, éstas habían desarrollado “un alma” y su conexión emocional era intensa, además de resultar mucho más cómodas que un animal de carne y hueso. En ese punto, la verdad, no tengo nada que objetar.

Funeral de Aibo
Funeral de Aibo

Especialmente enternecedora es la historia de Hideko Mori, venerable caballero japonés de 70 años que comprobó horrorizado cómo su compañero robótico de soledades y fatigas dejaba de moverse por una avería. El señor Mori escribió a un antiguo ingeniero de Sony en nombre de su mascota: “¿No tengo otra opción que dejarme morir por no poder andar?”. Afortunadamente, su interlocutor le puso en contacto con A FUN, compañía integrada por antiguos empleados de Sony, que “sanó” a su querido Aibo en apenas dos meses. Historias como estas abundan en Japón y el resto del mundo, y quedan reflejadas en este breve pero fantástico documental sobre robótica denominado “The Family Dog”, que nos demuestra cómo las fronteras entre máquinas y seres vivos son cada vez más difusas.

La verdad, como distinguida y cariñosa perrilla viva, pizpireta, cálida y coleante, me cuesta ver como un montón de mecanismos y circuitos, por muy encantadores que sean, pueden competir con el inmenso caudal afectivo y vital que proporcionamos los canes reales, pero el caso es que la pena de esas personas es auténtica y da mucho que pensar. Los humanos nunca dejan de sorprenderme. Guau y reguau.

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