Las aerolíneas españolas esperan batir un nuevo récord de pasajeros este año y los aeropuertos de toda España se encuentran inmersos en el ajetreo de la campaña de verano. Pero para que todo esto sea posible, los aviones han tenido que pasar primero por inspecciones técnicas meticulosas que garanticen un vuelo seguro. Un trabajo especializado que combina una variedad de tecnologías y que cada vez requiere más de personal cualificado.
La Muñoza de Iberia es un complejo industrial de más de 220.000 metros cuadrados situado cerca del Aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas. Los aviones que allí recalan lo hacen mayoritariamente por visitas de mantenimiento programadas.
Esto sucede cuando los aviones acumulan una cierta cantidad de horas, días o número de vuelos. En sus instalaciones se comprueban que siguen cumpliendo con las garantías necesarias de seguridad. En otras ocasiones, llegan a las instalaciones tras la detección de algún fallo. El Hangar 6 de La Muñoza, junto al Hangar 7 de Barcelona, sirven a Iberia para inspeccionar tanto sus aviones como los de otras compañías con las que la aerolínea tiene acuerdos.
Con un tamaño equivalente a dos campos de fútbol, tiene capacidad para diez aviones pequeños. La temporada alta de estos talleres coincide con la temporada baja turística. Es decir, entre octubre y abril. Periodo en el que suelen albergar ocho aviones pequeños y uno de gran tamaño. En verano, el Hangar 6 trabaja a «medio gas». Tener un avión en tierra en plena temporada turística resulta caro para las aerolíneas, que intentar organizar las paradas de sus flotas durante otros meses.
Normalmente, los aviones suelen parar cada año y medio o dos años. Dependiendo del modelo o problemas detectados se realizan paradas de mantenimiento más complejas, espaciadas en periodos más largos. En las revisiones más cortas, permanecen siete días en tierra, y las más largas duran 28 días.
En el Hangar 6 de La Muñoza trabajan cerca de 600 personas y la mayoría son técnicos de mantenimiento aeronáutico (TMA). Una gran proporción provienen de Formación Profesional, muchos de ellos del IES Barajas. Aproximadamente el 70 % de los estudiantes de estos ciclos que realizan sus prácticas en estas instalaciones consiguen una oferta de trabajo al poco tiempo.
Desde Iberia sin embargo explican que existe un déficit de personal especializado en este ámbito y que esta falta de mano de obra «va a más». Se trata de un perfil profesional de «gran proyección». «Lo que nos impediría crecer en los próximos años sería la mano de obra, nuestro crecimiento lo definirá la mano de obra», señalan sus responsables.
Los técnicos revisan el avión en busca de daños estructurales, fundamentalmente corrosión. Se examinan los motores, la cabina, el fuselaje y «se captura cualquier elemento fuera de norma». Después, se rectifican los defectos encontrados, normalmente con reparaciones en la propia Muñoza, aunque en ocasiones se tiene que recurrir al fabricante del avión, que además debe dar también su aprobación en el caso de que los técnicos de La Muñoza modifiquen cualquier elemento.
Una vez revisados sus componentes, se cierra el avión, se realizan pruebas de motor y finalmente, si todo está bien, se pone en servicio. Además, el Hangar 6 tiene un sistema de control de herramientas para prevenir que alguien se deje alguna en un componente de la aeronave.
Una de las partes más delicadas y cruciales de un avión es su motor. En La Muñoza cuentan con un taller específico para su reparación y mantenimiento, de cerca de 25.000 metros cuadrados. El año pasado, este espacio reparó 172 motores y su capacidad máxima es de 200 revisiones. La Muñoza repara distintos modelos que tienen muchas compañías aéreas. Estas inspecciones son independientes de las que examinan la aeronave en su conjunto, pero al igual que estas, la mayoría son paradas programadas y dependen de los ciclos o las horas de vuelo.
En primer lugar, se realiza una prueba laparoscópica metiendo la cámara dentro del motor para detectar los daños más visibles. Después, se empiezan a desmontar las piezas que componen cada motor y se limpian. Un motor tiene aproximadamente 3.000 piezas y éstas deben catalogarse cuidadosamente, clasificadas en módulos, para que al final del proceso pueda recomponerse el motor.
Los componentes más críticos se someten a una fase de ensayos no destructivos con distintos procesos para revelar los daños que el ojo humano no detecta. Una de ellas es una prueba ultravioleta en la que el componente se deja sobre una superficie líquida. Si existe alguna grieta, esta sustancia penetra. Así, al poner sobre ella una luz ultravioleta, las grietas ‘invisibles’ se iluminan de verde y quedan al descubierto.
Otra prueba magnética somete a las piezas a un campo magnético que provoca que las partículas se condensen en las zonas de las grietas. También se aplican ultrasonidos, cuyo eco suena de forma diferente cuando hay algún daño interno.
La mayoría de pruebas son satisfactorias y el índice de rechazo es inferior al cinco por ciento. A partir de entonces, los motores están listos para regresar al cielo y llevar a su destino a miles de pasajeros a través de muchas compañías aéreas.
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