Y lo sigo teniendo porque sé que volveré. Hoy volamos hasta Windhoek, capital de Namibia, donde el camión Scania de Dani Serralta nos espera para recorrer Namibia. Más de 2.000 kilómetros atravesando y descubriendo el país más seguro del continente africano. Dani Serralta lleva veinte años recorriendo África, por lo que probablemente sea el mejor guía de habla hispana que encontraremos en la zona. De hecho, se siente africano y como tal, ama cada rincón y conoce su fauna como si él mismo fuera parte de la sabana. Ese amor por África le impulsó en 2011 a customizar el camión Ankawa Safari con el que ahora acerca la magia africana a todo aventurero dispuesto a vivir una experiencia única e inolvidable.
Con él recorre Uganda, Zimbawe, Botswana, Namibia, Tanzania, Kenia y Zambia, organizando viajes personalizados y para un máximo de 18 personas. Su camión ofrece todas las comodidades para acampar con todo lujo de detalles, sin olvidar que la aventura siempre está ahí. Elegí Namibia, no sólo por la seguridad que ofrece el país, sino también por la variedad de su paisaje, desde la pura sabana africana hasta el exotismo del desierto, el más antiguo del mundo, o la costa más salvaje del planeta, la de los Esqueletos. Y con Dani a la cabeza de la expedición hoy os llevo a descubrir uno de los lugares más especiales de la Tierra. Nos centraremos en el Parque Nacional de Etosha, para comenzar una historia que podréis continuar en mi blog Viaja con Carla y a modo de cuaderno de bitácora.
Diez días de pasión africana comienzan aquí, en Etosha, con una manada de cebras Burchell que nos recibe nada más entrar. Se diferencian por tener rayas grises entre las negras, una distinción que hace que sus perseguidores tengan la sensación de ver borroso. Las más jóvenes tienen un cierto tono anaranjado. Estamos en su paraíso, por lo que resulta muy fácil verlas pasear por la sabana o beber en las charcas.
Su belleza compite con la elegancia del orix, pero sobre todo les gusta acompañarse de los ñus, desaliñados y no muy guapos, son sin embargo sus amigos favoritos. Las cebras tienen muy buena vista mientras que los ñus pueden presumir de olfato. Juntos son una perfecta simbiosis contra el enemigo.
Dos ardillas terrestres Lisa están de “charleta” en la puerta de su madriguera y nos animan a seguir avanzando. No tardan en aparecer las primeras jirafas oteando el horizonte. El frío del amanecer se convierte poco a poco en un calor seco que se agradece. No tenemos abanicos como los elefantes, que utilizan sus grandes orejas a tal efecto, pero el calor aún es soportable. Es la hora de los secretarios, que salen a buscar serpientes y las patearán hasta matarlas. En la época colonial de Namibia los documentos oficiales se firmaban con plumas de esta ave, de ahí su apodo, aunque más que secretario parece un judoka.
Una gran charca ha sido conquistada por una de las manadas más numerosas de elefantes que Dani ha visto jamás. Es el momento de ponerse de pie en la gran colchoneta de la proa del camión, abrir el techo y disfrutar de un espectáculo tan único que ni en sueños hubiéramos imaginado. Una mamá elefante parece mosqueada y nos señala con su trompa. Tranquila, solo estamos alucinando y no queremos irnos, ¿verdad?.
Entre historia e historia, entre animal y animal, va transcurriendo la jornada. Un día que ciertamente nadie quiere que termine, pero la luna tiene una última palabra y aquí, en pleno hemisferio sur, jamás miente. En la charca de Halali se pone el sol, uno nunca olvida los colores del atardecer africano, pero tampoco las siluetas majestuosas del rinoceronte o del elefante. Estamos en África, y aquí todo puede suceder, sólo hay que estar dispuesto a enamorarse.
Amanecer dentro del Parque Nacional de Etosha, y más aún, buscando leones tampoco tiene desperdicio. Dos machos solitarios salen a nuestro encuentro, acaban de madurar y por eso han sido expulsados de su manada. Ahora deben crear la suya propia, encontrar sus hembras, formar su propia familia. Es ley de vida incluso para el rey de la sabana.
Otro grupo de cebras se mira en el espejo, son tan bellas que hasta a ellas mismas les gusta su reflejo. Pero el documental de 360º desde el techo abierto del camión acaba de empezar, no tenemos palomitas, pero tampoco importa. Más de 200 cebras se agolpan para vernos pasar. También nuestro camión es sorprendente y desde él la película es siempre en 3D. En la charca vecina se amontonan impalas y kudus, mientras las gacelas juegan y los avestruces cuestionan nuestra presencia. Como escribió Javier Reverte, es el sueño de África, pero estamos despiertos.
Aún ahora, escribiendo esta historia de amor, cierro los ojos y siento el viento fresco azotando mi rostro camino del salar. El salar de la depresión de Etosha es el segundo más grande del mundo, después del de Uyuni. La acacia solitaria de copa plana vigila el salobral. Esbelta y presumida se deja fotografiar. Tras ella el cielo y la tierra se abrazan y difuminan. No hay nitidez como en los dibujos con pastel. Es hora de gansear un poco en el salar hasta que la luna, que os recuerdo aquí no miente, guiña un ojo y dice que los rinos no esperan.
Vivo el momento como si fuera la última vez que contemplo el espectáculo. Un atardecer más en la charca de Halali. Enamorada, sí, como las tórtolas que tortolean provocando un bullicio que resulta divertido. Como cada tarde y siguiendo el protocolo, ya se han ido las gallinas de Guinea y los rinos esperan escondidos entre arbustos a que las tórtolas terminen su fiesta particular. Quizá tarde en volver, pero para volver hay que marcharse.
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