Hoy nos vamos a Cádiz, ya que Arcos de la Frontera nos espera como puerta a los pueblos blancos y a la Sierra de Grazalema. Dicen que en Benamahoma es donde más llueve de España y que la frase romana septem nihil («siete veces nada» o «hasta el séptimo ataque los cristianos no nos conquistan») fue la que bautizó a Setenil de Bodegas.
El castillo de Olvera es uno de los más bonitos de España y el atractivo de Arcos de la Frontera traspasa fronteras. Hasta 17 pueblos son considerados como pertenecientes a la ruta de los pueblos blancos de Cádiz, cada uno con su historia, su peculiaridad y su encanto. Varios de ellos pertenecen al exclusivo grupo de “Pueblos más bonitos de España”.
Tomamos El Parador Nacional de Arcos de la Frontera como cuartel general para desde ahí movernos por la ruta en excursiones diarias. Arcos de la Frontera fue fundada en tiempos romanos bajo el nombre de Arx-Arcis, fortaleza en la altura. Un gigante talud de más de 100 metros de altura eleva el pueblo a uno de los más bonitos de España. Quizá haciendo honor a su nombre, muchas de las calles de Arcos están atravesadas con pequeños arcos que unen las paredes de los edificios.
Una de las calles más especiales y mágicas es la llamada Callejón de las Monjas. Cuentan que en ella se producen fenómenos al más puro estilo ‘Cuarto Milenio’. Ruidos misteriosos, puertas que se abren solas, llaves que se mueven… Yo no sentí ningún fenómeno paranormal pero sí la sensación de encontrarme en un lugar muy especial. La fachada del Convento de la Encarnación, encajonado en la estrecha calle, es también muy peculiar, semejante belleza casi escondida, el lujo oculto que dirían ahora los modernos.
En algunas calles de Arcos, como en la De Álvaro de Baena, observaremos como protector de esquinas, columnas incrustadas en las paredes calizas. Arcos es para pasearlo con tiempo, descubrir sus miradores sobre el acantilado, disfrutar con las vistas desde la altura, perderse por sus estrechas callejuelas y dejarse llevar sin rumbo fijo.
Para dormir en esta ruta recomiendo el Parador. La habitación 9 es la más solicitada por su ubicación, en la esquina y dominando desde su balcón (en portada), en lo alto del acantilado, el río y el mundo entero. El castillo, la Basílica de Santa María, la Iglesia de San Pedro; caminar para dejarse seducir. Durante todo el año se puede visitar el Museo del Belén que unos vecinos hicieron durante más de dos años y en el que están cuidados todos los detalles. Es una obra de arte y de pasión. El grupo de amigos que lo construyó se turna para cuidarlo y explicar a los visitantes. Sin duda es un atractivo más de la ciudad, pero no recibe ninguna ayuda por parte del Ayuntamiento, que lejos de reconocerlo como interesante reclamo turístico, lo desprecia.
Comer o cenar en Arcos no será complicado, pero con tanta oferta, las indicaciones se agradecen. El Bar Alcaraván no defrauda. Una auténtica cueva en el casco antiguo y muy cerca del Parador, ofrece excelente cocina, amabilidad y mucho encanto. La Cárcel pertenece al mismo dueño, pero tiene una carta diferente y también muy recomendable.
Desde Arcos podemos optar por dos rutas, la del norte hacia Setenil de Bodegas y la que va directa a la sierra de Grazalema. Puede hacerse en un día dando la vuelta completa hasta regresar a Arcos, pero lo ideal es tomarlo con calma y disfrutar del encanto que cada pueblo ofrece. La ruta a Setenil transcurre por Bornos, hacia Zahara de la Sierra sobre el embalse de Zahara, y la siguiente parada Olvera, cuya originalidad se debe a la variedad arquitectónica que la historia dejó a su paso por esta bella ciudad. Murallas árabes, un castillo musulmán del siglo XII junto a la iglesia de Nuestra Señora de la Encarnación y casas señoriales… todo ello en lo alto de un risco dominando los olivos que hacen de Olvera un icono para los amantes del buen aceite de oliva.
Setenil de Bodegas es uno de los pueblos más curiosos y preferidos por el turista, sin embargo, a mí, me decepcionó un poco. Es cierto que la construcción de las casas en antiguas cuevas y por lo tanto bajo las gigantes piedras de la montaña, hacen de Setenil un lugar muy peculiar y diferente… pero no me pareció lo cuidado y protegido que debería por ser lugar de interés turístico. Las calles Cuevas del Sol y Cuevas de la Sombra no están señalizadas y para llegar a ellas hay que ir preguntando. Lo encontré bastante sucio y cuando al fin llegué a estas dos emblemáticas arterias, me encontré un mercadillo ambulante que afeaba completamente el panorama.
Creo que los ayuntamientos tienen el deber y la responsabilidad de mantener la belleza que recibieron, hacerla aún más atractiva y desde luego, preservar el medio ambiente. El turismo enriquece y no se le puede despreciar afeando lo que es bello y único como es el caso de Setenil. Pocos pueblos hay en España donde las calles transcurran bajo grandes piedras y las casas estén construidas en antiguas cuevas. Es Setenil un pueblo único, variopinto, declarado Conjunto Histórico en 1985 y no se merece verse sucio, semi abandonado, afeado con obras que ponen en riesgo su patrimonio y con mercadillos ambulantes que bien podrían situarse en otras zonas del pueblo y no en las más curiosas.
Uno no va a Setenil a comprar bragas, ni lechugas. Ni a pelearse con los zapatos para no pisar charcos ni restos de verduras aplastadas, ni a tomarse una caña en uno de los bares de las Cuevas del Sol mientras los vendedores ambulantes desmontan los toldos produciendo un tremendo estruendo con hierros y golpes. Adoro los mercadillos y comprar frutas, embutidos y encurtidos en mercados ambulantes, pero es muy importante elegir bien su ubicación para favorecer a los habitantes y no perjudicar a los turistas. Para que ganen todos. Al margen del mercadillo ambulante que se instala los viernes, el pueblo no está limpio ni cuidado, no pone en valor su interés patrimonial.
La Sierra de Grazalema es apta si os gusta conducir y efectivamente, uno de los lugares donde más llueve de España. Grazalema un pueblo limpio, cuidado, preservado, todo lo contrario que Setenil. Ejemplo de “me gusta lo que tengo y lo voy a cuidar”. Resulta tan bonito que la lluvia no molesta. Pueblo de estructura árabe, encalado con callejuelas empedradas, estrechas y bonitas plazas. Para comer el Restaurante Cádiz el Chico, donde me tomé un potaje de tagarninas inolvidable.
Grazalema invita a perderse leyendo las historias que se cuentan en azulejos situados en algunas esquinas y lugares de interés. La Iglesia de Nuestra señora de la Aurora en la plaza principal, el monumento al Toro de la Cuerda, la parroquia de la Encarnación… y todas y cada una de sus casas encaladas, con balcones decorados, flores y cactus, macetas y detalles que hacen del paseo una delicia. Sin duda, bien merecido el haber sido reconocido recientemente como uno de los pueblos más bonitos de España.
El Parque Natural de la Sierra de Grazalema ofrece rutas y senderismo para los más aventureros. Un paraje único entre encinas, quejigos, alcornoques, helechos, musgos, calzadas romanas y en definitiva, el colofón a una ruta obligada.
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