El Palacio Duhau

Sobran los anodinos y menudean los decadentes, lo que convierte al Duhau en una bella excepción tras una restauración impecable.

Jesús Andreu. 24/04/2015
Palacio Duhau
Alvear Palace, exterior
Palacio Duhau, exterior. Foto: Jesús Andreu. Haz clic para reservar

Hubo un tiempo en que Argentina fue una de las naciones más ricas del mundo, una tierra de míticas riquezas que, como una suerte de Eldorado, atraía a los infortunados de todo el orbe, como una lamparilla a un insecto. Esa mezcla de razas y culturas le proporcionó una visión ancha y cosmopolita del mundo; las riquezas hicieron lo demás. La ciudad quiso parecerse a París y los grandes estancieros construyeron grandes palacios, coleccionaron arte y promovieron la cultura.

Todo con enorme elegancia, porque también lo hicieron en Manaos al amparo del caucho, y eso les proporcionó un palacio de la ópera con una cúpula de azulejos multicolores. Sin embargo, los argentinos resistieron a la extravagancia y sus fuentes no manaban champán los días de estreno, ni los más ricos enviaban sus camisas a lavar a Londres, porque el agua del Amazonas era demasiado basta para sus batistas y algodones.

Restaurante Palacio Duhau
Restaurante Palacio Duhau. Foto: Palacio Duhau

Buenos Aires se llenó de árboles, palacios y grandes avenidas, convirtiéndose en una de las más bellas ciudades del mundo, un enclave de buen gusto y ejemplo para todo el continente. Y no solo… Entre sus bellezas, resalta la Recoleta, un barrio burgués de insoportable elegancia, abrazado -cosas porteñas- por un gran cementerio hacia el que se orientan, atónitos, balcones de rejas ondulantes y fachadas fin de siecle. Podrá parecer raro pero esto es Argentina. En todas sus calles se respira un aire de elegancia burguesa que nada consigue alterar. Bellos portales de madera, latón y mármol, arriates de flores, añosos árboles y luz a raudales.

La columna vertebral del barrio es la calle Alvear, enclave privilegiado de uno de los mas clásicos hoteles del mundo el Alvear Palace. Hasta hace poco, nadie podía pugnar con sus esplendores Belle Époque. Hasta hace muy poco, porque ahora, algo más arriba en la misma calle, se erige desde el Park Hyatt Palacio Duhau, un palacete que por un lado -el de la calle- se asemeja, con sus columnas dóricas, su imponente escalinata y su sobrio frontón, a un templo griego, mientras que por el otro -el del jardín- es un delicioso chateau.

Palacio Duhau
Palacio Duhau. Foto: Jesús Andreu

El hotel ocupa este antiguo palacio, construido hace apenas un siglo sobre el solar de otro, sus jardines y una parcela que da a la calle Posadas. Ahí, en un edificio moderno, están la mayoría de las habitaciones, contando el palacio con apenas veinte. Es por una de ellas por las que debe luchar el viajero sibarita, porque la separación formada por el jardín colgante y sus rumorosas aguas, los convierte en dos hoteles completamente diferentes.

El palacio es de una opulencia sin igual no carente de elegancia. De hecho, me incitó a escribir por primera vez de un hotel en mi blog, Anatomía del Gusto. Lo dije desde el principio, pero en este tiempo ninguno me ha inspirado lo bastante. Sobran los anodinos y menudean los decadentes, lo que convierte al Duhau en una bella excepción tras una restauración impecable. Todo parece ser de piedra, maderas y los más bellos, ricos y variados mármoles que cabe imaginar.

Alvear Palace, pasillo
Palacio Duhau. Foto: Jesús Andreu

El salón principal, de altísimos techos, se adorna con columnas y pilastras corintias y el bar –antiguo fumoir de la residencia- está forrado con hermosos paneles neogóticos a juego con una enorme chimenea. Nada desmerece en esta manzana de palacios: el Duhau es aledaño de la Nunciatura y de una hermosa y decadente casona particular. Las habitaciones son amplias y confortables y muchos de los enormes baños cuentan con bañera semiexenta y lámparas y apliques de cristal, cubiertos por pequeñas pantallitas plisadas.

El hotel posee un gran spa con una piscina climatizada de 25 metros, varios restaurantes entre los que destaca el Duhau, con mesas en la terraza inferior, y una gran bodega con más del siete mil vinos argentinos. Por tener, hasta tiene una variada colección de arte -francamente mejorable, eso sí- que cuenta con obras de Botero, Manolo Valdés, Juan Lecuona, Raúl Fardo, etc. Quizá hay otros más lujosos –Four Seasons- o llamativos -Faena–, pero ninguno como este palacio para sumergirse en el Buenos Aires de los años dorados, aquel que contemplaba Europa desde el otro lado del espejo.

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