El turismo de borrachera amenaza el lujo de los Hamptons

Montauk es el último pueblo de Long Island. Siempre ha sido conocido por ser un lugar en el que se respira libertad, pero ahora decenas de veinteañeros lo están convirtiendo en su Magaluf particular.

Luis Jiménez. 17/08/2015
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Playa en los Hamptons

Los Hamptons (así es como se conoce comúnmente a los pueblos de East Hampton y South Hampton) siempre han sido y serán sinónimo de lujo y opulencia. A 30 minutos en helicóptero de la ciudad de Manhattan, es el lugar hasta el que las grandes fortunas se desplazan para pasar el verano al sol.

Las estrellas de cine y TV, algunos de los más reputados abogados, hombres y mujeres de negocios, tienen aquí una casa frente al mar. Las playas no son privadas, pero si privativas porque aparcar el coche en alguna de ellas cuesta alrededor de 50 dólares.

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Faro en los Hamptons

Es tal el nivel de exigencia en estos pequeños pueblos, que los jardines están tan tratados químicamente para que luzcan perfectos, que grupos ecologistas ya denunciaron que el abuso de pesticidas estaba contaminando los acuíferos de la isla.

Por el contrario, Montauk, situado a escasos 30 minutos de esta zona, ha permanecido inmutable a la sombra de estos dos pueblos vacacionales, y aun hoy, a pesar de la decena de moteles, hoteles y clubs que pueblan la costa, conserva los rasgos de pueblo pesquero que siempre le han caracterizado.

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Fiesta en una playa en los los Hamptons. (Foto: Instagram)

Sin embargo, recientemente, se ha puesto de moda entre los jóvenes de Manhattan ir a Montauk a pasar el día. Y no tanto a disfrutar de las decenas de atracciones que el pueblo puede ofrecer: un faro majestuoso desde el que observar el mar, un frondoso parque natural con varias rutas de senderismo…., si no para emborracharse sin medida en algunos de los locales que junto al mar celebran una beach party diaria.

Los vecinos se quejan de que ni el pueblo, ni específicamente, estos establecimientos, cuentan con la infraestructura necesaria para absorber un flujo que va cada día a más. El resultado es el que desgraciadamente conocen las costas españolas de primera mano: altercados violentos, vomitonas, riadas de gente orinando en la vía pública…

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Jóvenes de fiesta en los los Hamptons. (Foto: Instagram)

Los residentes han comenzado a organizarse para patrullar la vía pública y, amparados por la Constitución, amenazan con tomarse la justicia por su mano si los amantes de la fiesta invaden su propiedad privada. Y no es difícil hacerlo; pocos porches y jardines en EEUU están cerrados, de modo que es fácil, aún sin quererlo, meterse en uno de ellos.

Afortunadamente, a pesar que desde que el 4 julio, el día en el que estas fiestas tocaron techo, se han puesto alrededor de 550 denuncias, no ha llegado la sangre al río. Larry Cantwell, el supervisor de East Hampton que también tiene Montauk bajo su jurisdicción, ha anunciado recientemente una serie de medidas que pasan por un mayor despliegue policial cerca de las zonas de fiesta, controles de alcoholemia y drogas y, sobre todo, un riguroso control para que la música deje de sonar a las nueve de la noche.

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Los Hamptons

Atendiendo al último informe de la Organización Mundial del Turismo, la industria no para de crecer (en 2014 viajaron 48 millones de personas más que en 2013, es decir, un 4,4% más). Es indiscutible que las personas que disfrutan de este tipo de escapadas «etílicas» contribuyen al gasto total en el  destino, pero tal y como creen en Montauk, a largo plazo, ese dinero no es, ni por asomo, sinónimo de inversión. Este tipo de turismo no solo repercute negativamente en la imagen del pueblo y en la salud y confort de los residentes, sino que también lo hace en el mercado inmobiliario, por ejemplo, que ve como se devalúa el valor de la propiedad a razón de su proximidad con la zona de fiesta.

Las tendencias son imposibles de parar y a la espera de ver cual es el «legado» de esta última en las reservas de la temporada 2016, Montauk, debería seguir siendo ese pueblito en el que los artistas Andy Warhol, Ralph Lauren y Paul Simon (siendo paradigma de la irreverencia) encontraban inspiración y compartían tragos con los pescadores que le dan vida.

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