¿Puede un hotel contribuir al mantenimiento y sostenimiento de una población, salvaguardando de paso el estatus natural del entorno? Parece que sí, o, al menos, así lo piensan en Terranova, Canadá, donde visitamos esta semana un lugar muy especial, en el que un reducido grupo de personas pueden disfrutar de unas irrepetibles vistas del océano Atlántico. Además, con el buen sabor de boca que queda cuando degustas algo exclusivo y respetuoso con el medio ambiente.
Hemos estado, en otras ocasiones, en la extensísima región de Canadá, dentro de sus populosas urbes y, ahora, nos vamos a regalar tres días en el silencio más absoluto, allí donde la civilización solo llegó para proveer al resto de materia prima (derivados de la foca, salmón o bacalao) y cuyos asentamientos tenían carácter temporal, no permanente. Hoy día, los habitantes de la isla han encontrado un nuevo medio de subsistencia, uno que seguramente no habían previsto: un hotel de lujo.
El Hotel Fogo Island Inn nació de la Fundación Shorefast, cuyo nombre “shorefast” es referencia directa al amarre que se usa para las trampas de bacalao tradicionales utilizadas por los habitantes de la isla, un símbolo de sus pretensiones, que no son otras que mantener la idiosincrasia de la comunidad y su cultura. Para ello, promovieron este magnífico hotel, respetuoso con el entorno, con mano de obra oriunda y abastecido en su mayor parte por personal y elementos creados por empresas de la isla.
Un claro ejemplo es el arquitecto del edificio, Todd Saunders, nacido en Terranova, aunque ha desarrollado su carrera profesional en Noruega (a unos kilómetros de allí…). Su implicación en el proyecto ha supuesto el desarrollo de un inmueble en forma de “X” donde un lado alcanza las dos plantas de altura, en la que se ubican los espacios de uso común, y el otro alcanza las cuatro. En este lado, paralelo a la costa, se hallan 29 habitaciones de hotel, todas con vistas al océano y con superficies entre 32 y 102 metros cuadrados.
El complejo hotelero no deja de lado la estética contemporánea, claramente identificable en su forma rotundamente paralelepípeda, cuyo impresionante volumen blanco parece surgir de las irregulares rocas que lo rodean, mientras que unos grandes ventanales de piso a techo permiten a sus habitantes vislumbrar la estampa detrás del vidrio protector. En un extremo del edificio se encuentra un voladizo sostenido por pilares de metal, diestramente inclinados para simular troncos de madera que sostienen el cuerpo principal. Al otro extremo de la “X”, sus hermanos pequeños hacen lo mismo, una genialidad que nos acerca a las primeras construcciones temporales en la isla, donde se trataba de alterar lo menos posible el solar de asentamiento.
En las zonas comunes se localiza una galería de arte con nombre muy isleño (Fogo Island Arts), una biblioteca y un espectacular comedor de doble altura con techo abovedado. Tiene ventanales enormes donde poder contemplar icebergs, ballenas o los salvajes vendavales de la zona, y en el que destacan unas lámparas de araña muy originales del diseñador holandés Frank Tjepkema. El artista usó cuerdas de pesca hechas a mano, entrelazadas con flores locales y ejecutadas por su propia mano, con ayuda de los residentes, una comunidad que no llega a 2.600 personas (nos cuenta en su web).
Desde el inicio del proyecto, los diferentes profesionales se pusieron manos a la obra para crear un espacio autosustentable. Así, las ventanas tienen un calificación aislante equivalente a las de triple cristal, la estructura metálica está muy bien preservada, protegiéndola de la corrosión altamente agresiva en ambientes marinos, el agua de lluvia se recoge en dos depósitos en el sótano, donde se filtra para su uso en lavandería e inodoros o como disipador de calor en los electrodomésticos de la cocina.
Por supuesto, posee 68 paneles solares que aportan energía suficiente para el calentamiento del agua sanitaria y para la calefacción radiante del piso (importantísima en invierno). El diseño de las paredes garantiza el aislamiento acústico entre habitaciones y permite al mismo tiempo que los huéspedes puedan disfrutar del sonido de las olas, aliciente de primera para la lectura o la ensoñación. Por si esto no fuera suficiente, el aporte calorífico se apoya en calderas de leña situadas en un edificio anexo al complejo.
La empresa responsable de la instalación de estos elementos de sostenibilidad se llama Sustainable EDGE, se encargaron de la envolvente, de los sistemas de energía y agua y de la ventilación. Se responsabilizaron de implementar un sistema de ventilación natural que introduce aire del exterior, recuperando el calor y reduciendo las cargas de calefacción y refrigeración. Para ello, el sistema se ayuda del revestimiento exterior de madera, en el que unos registros permiten la entrada y salida de aire según las necesidades del inmueble, estos registros llegan a las habitaciones tallados en el revestimiento interior de madera en forma de ranura.
Las habitaciones están equipadas con una bañera de la empresa WetStyle, ejecutada con un material termoaislante ecológico compuesto de soja y piedras minerales, ideales para no salir en días fríos… Además, hacen juego (aunque sea por contraste) con los vivos colores de alfombras, mantas y edredones de estilo tradicional. Eso sí, muy bien complementados por los proyectores de luz de Arancia Lighting, que colaboraron con los especialistas en iluminación, Dark Tools, quienes nos explican que los materiales utilizados los buscaron en países con garantías laborales determinadas (a saber) y con las mejores directrices ecológicas.
Pero aún hay más, como dice el clásico: la segunda planta del ala de la “X” comunitaria incluye un cine, con una estética más típica de un teatro, y dos plantas más arriba, en el otra ala de la “X”, lo mejor de lo mejor: saunas y jacuzzis al aire libre con vistas al mar. Un verdadero oasis de alegría para el cuerpo. Como no están muy acostumbrados a esto de las saunas contrataron a los arquitectos Sami Rintala y Dagur Eggertsson de Noruega para el diseño, todo un acierto, sobre todo cuando contemplas el Atlántico detrás de una barandilla de cristal.
El estudio de arquitectura local, Sheppard Architects Inc, colaboró estrechamente en la ejecución y el diseño de los 4.000 metros cuadrados construidos, en los que cada detalle y elemento está más que pensado. Como la ampliación de las suites de la cuarta planta con techos inclinados que siguen la caída de la cubierta o las múltiples piezas ejecutadas por carpinteros de la isla, que trabajaron sobre los diseños más internacionales, creando una fusión capaz de aportar la brillantez de la experiencia de las dos almas.
Este Hotel Boutique, casi de autor (si no fuera por la multitud de manos que intervinieron en su conceptualización), tiene precios exorbitantes, que van desde los 1.360 euros de la Suite Labrador, la más pequeña ubicada en las plantas primera, segunda y tercera, a los 1.980 euros de la Suite Fogo Island, enormes suites en la cuarta planta, con inmejorables vistas del puerto. Pero, si quieres realmente tirar la casa por la ventana, pedirás precios de la suite Flat Earth, la mayor de todas, que posee dos plantas con vistas hacia el norte, este y sur, el precio es tan alto que sólo está disponible bajo pedido…
Nada como empezar el año ejerciendo nuestro derecho a copiar, copiar las buenas ideas que vemos, aún en los lugares más remotos, como la de la sociedad sin ánimo de lucro que ha promovido este hotel, una sociedad que entendió que para que sobreviviera el pueblo de Fogo Island tenían que ponerlo en el mundo, y no escondido, en un primer plano, bien visible. Para hacerlo, han utilizado dos herramientas: la mano de obra del lugar, que abastece el hotel de personal, y el diseño más internacional, empezando por la arquitectura más contemporánea.
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