Los paraísos inaccesibles

Un emplazamiento en primera línea de playa, sin sombrillas y sin multitudes, puede ser un paraíso a estas alturas del milenio, cuando ya no queda un solo palmo de litoral que explotar.

Fernando Gallardo. 03/05/2016

Un tema recurrente en la industria turística es el formulado décadas atrás por aquel emprendedor pionero de la hotelería mundial, Conrad Hilton: ¡Localización, localización, localización! Lo cual quiere decir que si tenemos un buen emplazamiento, el hotel está salvado. O tal vez no. Porque algunos hoteleros apremian hoy a los organismos oficiales competentes para que terminen de arreglar los accesos a sus establecimientos. Mejores carreteras, circulación más veloz, confort en el asfalto. Y estupefactos se quedan cuando les digo que mejor empuñar el pico y la pala para terminar de destrozar esos metros de asfalto descascarillados que a veces dificultan el acceso cómodo entre la moderna autovía y el hotel.

La localización no es lo único importante a la hora de viajar
En España no existen destinos exóticos y perdidos

No, no bromeo. Uno de los grandes males del turismo en España es su descatalogación como destino exótico y pintoresco. Ya nadie puede vender un paraíso exclusivo y aventurado. Ahora todos los núcleos de población están bien comunicados. Se llega rápido a cualquier sitio. No hay la más mínima posibilidad de aventura. Y así sucede que las playas están abarrotadas en verano, que los parajes naturales sufren de dominguerismo, que los centros culturales soportan largas colas, que las operaciones salida y retorno dan miedo por los atascos. En fin, que ya va todo el mundo a cualquier parte, por lo que la selección natural de destinos por gustos o premios se ha convertido en una quimera.

La exclusividad ahora también se encuentra en la tranquilidad
La exclusividad ahora también se encuentra en la tranquilidad

El aislamiento, la tranquilidad, vale ahora su peso en oro. Que se lo digan a los exclusivistas, auténticos, aventureros, millennials. En lo que deberían empeñarse muchos hoteles agradables es en dificultar el acceso a los viandantes como una manera de protegerse de una clientela que no les es propia y que, seguramente, estaría más a gusto en un núcleo animado de karaokes, casinos o rave parties. Porque existen hoteles de rap y hoteles de música clásica que en concierto maridan mal (salvo una versión que a mí me gusta mucho del Palladio de Karl Jenkins, interpretada por Eminem) y a mala audiencia afanan.

Los millennials piden magia para sus viajes
Los millennials piden magia para sus viajes

La propuesta de un hotel de los sentidos obliga a que ya desde su acceso se articulen esas liturgias que nos transportan al mundo de los sueños y no de las realidades mundanas. Cuanto más inaccesible sea un hotel, mayor será la aventura de su aproximación. Cuanto más lejano, mayor el deseo de llegar hasta él.

Cuanto más inaccesible sea un lugar o un hotel, más aventura y exclusividad
Cuanto más inaccesible sea un lugar o un hotel, más aventura y exclusividad

En un planeta tan superpoblado, lo inaccesible se convierte en el mayor aliciente del viaje y, el hotel, en un destino turístico en sí mismo. Porque el valor de lo remoto estriba en la poesía de la soledad.

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