Esta aventura, esta crónica personal, arranca y termina en Roma. Hasta ese momento mi desinterés por los cruceros había sido total. Fue el azar el que me llevó a embarcarme en uno de ellos con un único deseo: mantener los ojos abiertos todo lo que fuera posible, como metáfora del doble viaje (ese largo y solitario que estamos recorriendo todos). A bordo del Norwegian Escape de Norwegian Cruise Line.
Y es que una mujer solitaria como yo en un barco con cuatro mil personas no parecía el mejor plan para arrancar el verano. Pero cuál fue mi sorpresa al descubrir que también allí encontraría mi lugar. Llegado el momento, al verme en la cola de entrada ante aquella multitud, me aterró la perspectiva de la falta de espacio. Yo iba ligera de equipaje como casi siempre pero con la curiosidad optimista del viajero. Miré hacia arriba a una impersonal ciudad flotante, y con silenciosa y educada paciencia, subí a aquella enorme nave que creía que el mundo le pertenecía.
Unos días más tarde, al bajar del Norwegian Escape uno de los barcos más impresionantes, pensé “…nunca volveré a pensar en los cruceros de la misma manera”. Enseguida me di cuenta de que allí lo tenía todo, en realidad siempre lo tenemos todo, aunque casi nunca seamos conscientes de ello. Aquel “todo” estaba basado en la trilogía para soñar: los amaneceres, el mar y la ligereza (no cargar con piedras en este viaje), los tres iban a dibujar mi cartografía temporal.
En los amaneceres y en el mar hay magia, hay misterio, y tanto la magia de la luz como la del horizonte, se proponían a interrogarme todo el viaje. Sí, lo tenía todo, así que desde la lentitud de los días me dispuse a ver pasar un mundo que parecía dispuesto a divertirse a cualquier hora. Yo en cambio, desde mi eufórica percepción veía más bien “un crucero para siempre” construido por ti mismo a tu medida donde miles de vidas privadas, y por tanto versiones diferentes del mismo viaje, eran posibles.
En primer lugar, sirvan estas palabras como homenaje póstumo a Knut Utstein Kloster, el empresario que sentaría las bases para la industria de cruceros moderna con la Norwegian Cruise Line. Él fue un adelantado a su tiempo creyendo que había un enorme potencial sin explotar que iba mucho más allá del simple ir de vacaciones. Creó del concepto “vacaciones sin preocupaciones”.
Un proyecto desafiante que desde el principio estuvo destinado al éxito aunque por aquellos años (1966) en los que todavía no había empezado el boom de los cruceros, no fuese fácil darse cuenta de ello. El pasado, presente y futuro de los cruceros lleva el nombre de Kloster, un inconformista que derribando fronteras supo cómo trascender su tiempo dando forma a la moderna industria de los cruceros que hoy conocemos.
El Norwegian Escape zarpó, desde la vieja capital del mundo, rumbo al sur con el barco reluciente de proa a popa en sus 325 metros de eslora y 41 de manga con una tribulación de mil doscientas personas dispuestas a hacer tu viaje más cómodo mientras surcábamos los azules mares. Un servicio impecable que con sorprendente minuciosidad y de manera exigente, controlaba la compleja y tediosa logística sin perturbar el bienestar del viajero.
Son las 6:13, el domingo está a punto de empezar. Estoy en la cubierta de proa, vacía y silenciosa, para ver amanecer mientras atravesamos el estrecho de Mesina en dirección a Duvobnick. Llevo ya una hora aquí disfrutando de un paisaje marino en constante cambio, el viento despeja el cielo hasta que por fin la luz matinal empieza a dejarse ver. El mar es de un azul conmovedor, tengo la mirada en el horizonte mientras mi mente se vacía. Cuatro mil personas a bordo pero no nadie a mi alrededor ¿es eso posible, acaso siguen todos durmiendo?
Paseo unos metros y encuentro, escondido en la parte superior del barco, The Haven marca distintiva de Norwegian, la llamada “primera clase” que es como un barco dentro de otro barco. Un enclave exclusivo con acceso prioritario a todo, donde huéspedes con grandes expectativas se alojan en espaciosas suites con jardín más lujosas y mejor equipadas, y como no, vistas al mar. Una especie de santuario del diseño contemporáneo incluso con servicio personal de mayordomo o caprichos como cenar bajo las estrellas.
Norwegian (NCL) rompiendo una y otra vez los límites de los cruceros contemporáneos, quiso poner rumbo a nuevos horizontes para salir del círculo de repetirse y aburrir. Así que planteó una experiencia única (por primera vez en Europa), el llamado Meet the Winemaker. ¿Te imaginas viajar con algunos de los enólogos de las bodegas más importantes del mundo?
Navegar y catar vinos, ambos mundos aliados para construir un mensaje que fuera comprensible también para no expertos del vino. Y mientras el viaje prosigue, poder disfrutar de conocer al enólogo de una bodega y charlar con él, una idea genial. El programa Meet the Winemaker está disponible en varios barcos de la naviera con invitados de excepción, como Salvatore Ferragamo, propietario de Finca Il Borro en la Toscana o Sandro Bottega, de Bottega S.p.A.
En el Norwegian Escape el invitado especial era Antonio Hidalgo, octava generación de Bodegas Hidalgo “La Gitana”, de propiedad familiar. Una firma que tiene una conexión y un compromiso únicos con el mundo del vino. Una casa de Jerez reconocida mundialmente fundada por su bisabuelo en 1792 en Sanlúcar de Barrameda. Antonio Hidalgo presentó un programa planteado con algunas intervenciones públicas para llamar la atención del viajero saboreando experiencias culinarias únicas. Con vinos remarcables como Las 30 del Cuadrado de Palomino o el Moscatel Heredad.
Cenas maridaje en las que Antonio Hidalgo era el encargado de dirigir de la mano del sommelier Dragisa Damljanovic y del executive chef Ganeshrangan Panjami. También nos acompañaba Kivanc Ucar, General Manager. Todos para mejorar la experiencia y hacer que los huéspedes se sientan como en una verdadera familia. Veladas organizadas con la singularidad del emplazamiento, y donde desde luego no faltaron ocasiones de hablar con el anfitrión, que compartió algunos de los tesoros de su finca de Sanlúcar de Barrameda. Descubrir maravillosos vinos de Jérez, un mundo completamente nuevo para muchos de los allí presentes.
No nos preguntamos ni el por qué ni el cómo estábamos allí, lo importante era que en torno a un vino se puede hablar de miles de cosas. Importaban las sensaciones, y aun sin divisar colinas de viñedos, incontables botellas vacías naufragaron para acabar comprendiendo que todo aquello iba de una larga conversación, una forma social en la que ser consciente que aquellos recuerdos iban a ser para siempre como una forma “placer” o de “felicidad”.
NCL fueron los primeros en eliminar los horarios fijos partiendo del concepto Freestyle, así que en cualquiera de los 27 restaurantes y 21 bares&lounge el huésped tiene la libertad de viajar según sus preferencias con el “Freestyle Dining” que te da la libertad de cenar como quieras y cuando quieras. Entre ellos los más representativos y entre los favoritos: el Bistró francés o el restaurante de autor Cagney’s Steakhouse insignia del barco asociado con Certified Angus Beef®.
Los hay que prefieren acabar (o empezar) el día con una piña colada o un mojito junto a la piscina o un whisky escocés junto al mar en The Waterfront. O con un Cabernet Sauvignon directamente de Napa en The Cellars, un bar de vinos familiar en honor a Michael Mondavi donde catar también los vinos protagonistas de “La Gitana”.
Noches claras y espléndidas en las que el la nave se iba deslizando, despacio en su dominio por el mar. Cruzar fronteras y por la mañana la llegada a un puerto, a una ciudad nueva o inesperada, visitarla desde distintos puntos de vista y tratar de orientarte como un viajero errante. Recorrer las calles caprichosamente de Roma, Dubrovnik, Corfú, Mesina, Nápoles, Livorno. Por unas horas la ciudad es nuestra, sus puertos sus calles, su cielo. Ciudades conocidas que te sorprenden o que te emocionan, valoradas o admiradas.
Adonde quiera que vayas, palacios, ruinas, jardines que mirar y admirar. Es difícil no dejarse llevar por la fascinación de lugares y ciudades que cuando queremos darnos cuenta se han esfumado, un tiempo escaso que hace que ni la vista ni el entendimiento basten para entenderlas. Y ya de nuevo desde el barco volver la vista atrás, y disfrutar de la lentitud con la que las ciudades se van alejando. Volver luego a ese triángulo adictivo de amaneceres, mares, y ligereza en la ciudad acorazada.
A bordo del Norwegian Escape, esa máquina de acero que abre el Mediterráneo sin contemplaciones, no existe el tiempo ni el espacio solo es posible dejarse llevar, solo es posible ser un observador en un cruce de caminos constante. NCL siglas de Norwegian Cruise Line it’s calling your name… esta tarde me he despedido del capitán prometiéndole dar testimonio de ello. Al bajar desorientada a tierra firme tengo la sospecha de que lo que Kloster quiso en realidad inventar fue “el crucero” como otra forma de ver el mundo. Un viaje irreversible, profundo e indeleble, un viaje para siempre.
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