El reciente Campeón del Mundo de Fórmula 1 acaba de sufrir una derrota significativa a nivel legal. Al poco de levantar su séptimo entorchado y colocarse a la altura de Michael Schumacher a nivel deportivo, Lewis Hamilton ha conocido que no podrá utilizar su apellido en exclusiva para algunos fines comerciales. El piloto, a través de una de sus sociedades, mantiene en la Oficina de Propiedad Intelectual de la Unión Europea un litigio con la marca de relojes Hamilton, propiedad en la actualidad del grupo suizo Swatch. En concreto pretendía evitar que Hamilton International registrara su marca en Europa.
La marca de relojes tuvo que demostrar, algo que no fue muy complicado, que Hamilton es su emblema comercial ni más ni menos que desde 1892. En su fallo, el organismo europeo constata que «la marca impugnada consta únicamente de una palabra, Hamilton, no Lewis Hamilton; un apellido bastante común en los países de habla inglesa».
La sala que gestiona los recursos del citado organismo europeo constata que «no existe un ‘derecho natural’ para que una persona tenga su propio nombre registrado como marca, porque eso infringiría los derechos de terceros». Lewis Hamilton y sus abogados argumentaron sin éxito que la conocida marca de relojes actuaba de mala fe. La Oficina de Propiedad Intelectual de la Unión Europea afirma que «no se puede encontrar mala fe por parte del propietario de la marca. De hecho, el propietario de la marca demostró una importante actividad económica en el campo de la relojería desde 1892». Bastante tiempo antes de que naciera el piloto británico.
La intención del piloto de Mercedes es utilizar el nombre de Lewis Hamilton para una serie de productos, incluidos relojes, relojes inteligentes y joyas. Una situación que choca con el negocio tradicional de Hamilton International. Una firma que nació en Pensilvania, donde tuvo su sede oficial durante 111 años. Se ganó a pulso un sitio dentro del mundo de la relojería de precisión. Ayudó entre otras cosas a mantener la puntualidad del servicio de correo aéreo costa a costa de Estados Unidos. Su idilio con Hollywood es histórico. Sus relojes han lucido en las muñecas de decenas de actrices y actores, en medio millar de películas, desde que saliera por primera vez en el film Luchas submarinas (The Frogmen), en 1951.
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