Daniel Swarovski no se conformaba con trabajar en el taller de vidrio que su padre tenía en Bohemia del Norte, donde además la competencia era enorme. Tras patentar una máquina de corte de vidrio y junto a dos amigos, en 1895 fundó la hoy archiconocida firma Swarovski en Wattens, un pequeño pueblo junto a Innsbruck. Allí se erige el Museo Swarovski, una auténtica joya artística en la que el cristal.
Pero sigamos con la historia. El motivo de que Daniel Swarovski se instalara en Wattens era que allí había agua, tan necesaria para la manipulación del vidrio, y desde luego menor competencia. El Tirol se convertía así en la cuna de las joyas de cristal. La clase media no se resistió al encanto de las piedras de cristal que en breve conquistarían a la alta costura y llegarían a ser objeto de deseo para los vestuarios de Hollywood.
Desde entonces en Wattens se encuentra el impresionante complejo Swarovski, que poco a poco a fue creciendo sin perder la esencia ni la filosofía de su creador. En 1995 se celebraba por todo lo alto el centenario y la compañía encargó al artista austriaco André Heller que materializara el sueño del fundador.
Kristallwelten Swarovski, Los Mundos de Cristal de Swarovski, se hacían realidad para hacernos soñar despiertos. Heller creó un espacio único donde el cristal inspiraría a los artistas contemporáneos más destacados. En este espacio de 75.000 metros cuadrados se exhiben las creaciones de artistas como Salvador Dalí, Andy Warhol y Alexander McQueen, cada uno aportando su perspectiva única sobre el cristal a través de diversas disciplinas artísticas.
El complejo es una obra maestra en sí mismo, y la Cabeza del gigante con ojos cristal, una de las fuentes más fotografiadas del mundo que da la bienvenida a los visitantes con sus impresionantes 17 metros de altura. En el interior del museo hay 18 salas temáticas subterráneas, cada una diseñada por un artista internacional diferente. Todos ellos han destacado la belleza del cristal, explorando más allá de lo meramente visual, inspiración en todas las dimensiones.
En la primera de las salas, la evocadora cueva azul Klein, se sucede el prólogo perfecto de lo que luego acontecerá. Salvador Dalí reina desde la Persistencia del Tiempo, empapando de cristales su reloj derretido junto a Andy Wharhol y obras de otros genios internacionales. Una colaboración conjunta entre Tord Boontje y Alexander McQueen les llevó a imaginar el invierno eterno que ahora enfría a -10º la sala Silent Light.
Además, la Cúpula de Cristal representa con 595 espejos la esencia de la geodesia. Matemáticas puras al servicio del arte en una sala sin precedentes que describe el infinito desde el corazón de un diamante de cristal. Infinita también es la sala donde la araña giratoria de Yayoi Kusama, una de las artistas contemporáneas más populares del mundo, se refleja espejo tras espejo creando la ilusión óptica de una lámpara que nos acompaña más allá de la lógica.
Hasta 18 salas mágicas que unen y ensalzan la historia de la empresa con los grandes acontecimientos artísticos. Desde el cine, la música o el deporte hasta la compleja simplicidad minimalista de Umbra, la sala en la que James Turrel experimenta con la esencia del cristal; la luz. O el neobarroco luminoso del palacio del amor, donde el artista indio Manish Arora consigue que, si estas listo para amar, los latidos de tu corazón se vuelvan fantasías de neón.
Acostumbrados al arte perenne, a la belleza estática de los clásicos, en la sala de Brian Eno sentiremos que hasta la persistencia del tiempo de Dalí resulta efímera. Hasta dentro de 250 años nadie verá lo que veamos nosotros en ese instante. Así, la potencia creativa es enorme en la Sala 55 Millones de Cristales, donde las imágenes pintadas a mano se suceden lentamente para no volver a repetirse quizá nunca más. Imperceptibles transiciones, lentas como una noche de insomnio, y únicas como la eternidad. Si somos irrepetibles, así deben de ser los momentos que vivamos y en esta sala el mejor ejemplo traducido en arte.
Los jardines son también un sueño hecho realidad a golpe de cristales. Los mejores recuerdos de la infancia se asoman catapultados por la imaginación. El carrusel del artista español Jaime Hayon gira en torno a 15 millones de cristales y La Nube de Cristal de Andy Cao y Xavier Perrot es la obra maestra más grande de su género.
Sobre 1400 m2 más de 800.000 cristales emulan luciérnagas, flotan sobre un estanque que refleja la instalación. En la torre de cristal los más pequeños disfrutarán de todo tipo de actividades lúdicas y sin duda inolvidables. A lo largo del año se organizan programas especiales como el circo de verano o las performances especiales de Navidad y Semana Santa.
El complejo ofrece un restaurante de cocina internacional y local con grandes ventanales al jardín. Y como no podía ser de otra manera, su tienda Swarovski es la más grande del mundo. Un plan perfecto para disfrutar del Tirol soñando entre montañas y cristal.
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