Veía este fin de semana en los Informativos de Telecinco un reportaje maravilloso sobre los 90 años de los Oscars. Y estoy consternada porque la edición de estos Oscars 2018 que ha tenido lugar esta madrugada en Los Angeles ha sido de todo menos una celebración del glamour y de la belleza de Hollywood. Menos mal que estaba Meryl Streep para solucionarlo.
Porque la meca del cine tiene que ser, a mi juicio, como la monarquía, un cuento de hadas que invita a soñar. Las estrellas del celuloide -ellas y ellos- tienen que tener, al menos un día, ese halo de belleza imposible, ese glamour superlativo, inalcanzable, querido y aspiracional.
La alfombra roja, tal y como la conocemos hoy en día, la inventó Valentino, quien con una visión extraordinaria decidió que no solo Chanel, Dior o Balenciaga tenían que estar en ella. También los jóvenes diseñadores de alta costura tenían un nicho de negocio para explotar extraordinario. Él fue visionario en el negocio de pagar a las actrices por llevar sus modelos, y a partir de ese momento Hollywood y la moda se unieron para siempre.
Y es una gran idea. Unir estrellas de la interpretación con un talento indiscutible, junto a maravillosos vestidos de gala con los que elevar a ‘Arte’ el mundo de la artesanía en la moda, los zapatos y las joyas. Ha sido a lo largo de 50 años una fusión extraordinaria. La llegada de la televisión popularizó la moda hecha a mano, a los zapateros y a los joyeros que, hasta entonces, solo aparecían en documentales en los cines y en revistas y periódicos.
Y llegó la moda «de la calle», algo que yo no termino de entender porque una cosa es la «calle» y otra la alfombra roja. Y hemos pasado de ediciones -como la de 2013- en las que era dificilísimo decidir quiénes era la actriz y el actor mejor vestidos por lo maravillosos de los mismos a un 2018 en el que solo dos mujeres, a mi gusto, sobresalieron. Se trata de Alison Williams con un Armani Privé espectacular en color nude y Meryl Streep, de rojo Valentino, fiel a su costurera de los últimos 30 años.
Meryl es lo como la reina de Inglaterra, sabe lo que le queda bien y se dedica al mismo modelo, variando el color y el tejido. Si hacemos un repaso por los últimos años de los Oscar vemos que los grandes escotes en uve, la palabra de honor y los volúmenes le sientan de maravilla. El pelo recogido y los complementos sencillos han sido casi siempre su seña de identidad sobre la alfombra roja de los Oscar.
Emma Stone se atrevió con un smoking bicolor de Louis Vuiton, maravilloso para cenar con amigos, un cóctel de embajada e incluso para ir a la ópera, pero no para los Oscar. La ganadora del Oscar a mejor actriz, Frances MacDorman, no podía llevar un vestido más horroroso y menos favorecedor. Como salida de la ‘Casa de la Pradera’ y trasladada de repente a un escenario de cuento. Y qué decir de Paz Vega, que es bellísima, y se colocó una especie de cortina de abuela japonesa.
En fin, la nostalgia también es curativa… incluso para las que creemos que el futuro siempre es mejor que cualquier pasado maravilloso.
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