Anna Allen, el pequeño Nicolás y otras vidas inventadas

Parece imposible que alguien sea capaz de mentir hasta el punto de inventarse una vida y creer que nadie va a descubrirle.

Ana Villarrubia. 05/03/2015
Anna Allen. Foto: cultture
Anna Allen. Foto: cultture
Anna Allen. Foto: cultture

Cuando la mitomanía se convierte en patológica, aparecen casos como el de Francisco Nicolás o Anna Allen. Se inventó una trayectoria profesional incluyéndose en reconocidos proyectos en los que nunca contaron con ella, se incluyó en conversaciones y celebraciones (los Oscars, sin ir más lejos) de las que jamás formó parte, falseó fotos y se atrevió a defender pública y alegremente su gran mentira. El programa de Ana Rosa repasaba el historial de Ana Allen hace un par de días.

Si lo de Nicolás nos llamó a todos la atención sobremanera, la impunidad con la que esta actriz engañó a periodistas, compañeros de profesión y espectadores, clama al cielo. ¿Cómo se explica un atrevimiento de este calibre desde el punto de vista psicológico? Por lo que sabemos y las pruebas de las que disponemos, a falta de saber cuál es la versión de ella que ha desaparecido de la luz pública, lo más probable es que estemos  ante un caso de mitomanía.

Algunos de los montajes de Anna Allen. Fotos: FormulaTV
Algunos de los montajes de Anna Allen. Fotos: FormulaTV

A diferencia de la persona que miente puntualmente y utiliza esa mentira para defenderse o protegerse de algo concreto, el mitómano va mucho más allá: construye una falsa identidad mediante la cual considera que mejora la imagen y la opinión  que otros tienen de sí mismo. Miente para recibir atención y como medio para sentirse reconocido socialmente.

El mitómano no es necesariamente una persona poco útil o poco capaz. De hecho Anna Allen contaba con una (verdadera) trayectoria artística que podría haberle dado más de un éxito. Del mismo modo que el pequeño Nicolás, que también se construyó una falsa carcasa, podría haber desarrollado una interesante carrera política valiéndose de muchas de sus habilidades sociales y de comunicación. Pero al mitómano le pierden sus rasgos narcisistas, que le mantienen absorto en sus fantasías de éxito y sus rasgos histriónicos, que le llevan a teatralizar y exagerar sus emociones.

Las personas con una mitomanía tiene importantes carencias a nivel de su autoestima y, desde una profunda herida narcisista, tratan de compensar su falta de habilidades con una estrategia de afrontamiento tan evitativa y poco resolutiva como la mentira. Con independencia de lo que hayan podido conseguir a lo largo de su biografía, las personas con esta sintomatología se sienten inferiores al resto y se muestran muy inseguras. La mentira sobre la cual construyen su identidad les permite darse valor más allá de sus carencias.

La persona mitómana es habitualmente egoísta, manipuladora y embaucadora. No suele tratarse de personas poco inteligentes tampoco. ¿Por qué entonces tan poca visión de futuro? ¿Por qué llegar al extremo de ser descubierto? Al mitómano, por desgracia, le pierde su pobre control de impulsos: esto acaba por delatarle y la mentira se le acaba yendo de las manos. En pleno delirio de grandeza, estas personas se creen especiales, únicas, dignas de ser admiradas. Sin ningún tipo de empatía e instrumentalizado sus relaciones sociales, no tienen en cuenta al otro y pierden toda referencia de la realidad. Sus mentiras acaban por adoptar una dimensión tan desproporcionada y tal alejada de lo verosímil que acaban, ellos mismos, tirando piedras contra su propio tejado. 

annaallenmontajes
Montajes de Anna Allen. Fotos: Formula TV

No puede decirse que exista un verdadero delirio psicótico, pero lo que es cierto es que sus sentimientos de grandeza y su inmensa prepotencia les llevan a vivir su identidad construida como si de verdad les correspondiera por derecho. Con todo ello, compensan un profundo sentimiento de fracaso personal.

Por otro lado, las mitomanías patológicas son tan llamativas como poco frecuentes. Casos como los que aquí hemos descrito, el de Enric Marco (que llegó a inventarse su paso por un campo de concentración nazi) o el de Alicia Esteve (que se inventó una trágica experiencia en las Torres Gemelas el fatídico 11 de septiembre de 2001) no son muy habituales en la clínica psicológica. Lo que sí suele ser más habitual es el perfil de mitómano no patológico o, lo que es lo mismo, los fabuladores a los que les encanta adornar experiencias y endulzar su biografía.

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