Somos lo que comemos. Y no solo en un sentido estrictamente orgánico, sino también, en gran parte, en términos psicológicos. Nuestros hábitos de alimentación y nuestros patrones de comportamiento a la hora de llenar la despensa dicen mucho de quiénes somos y de cuál es nuestro estilo de vida. Esto es, además, una proyección de nuestro estado anímico y de cómo gestionamos (o de cómo fracasamos gestionando) muchas de nuestras pulsiones. Saben los nutricionistas que no llenamos el carro de la compra con lo mismo cuando vamos al supermercado con hambre y sabemos también los psicólogos que no tomamos las mismas decisiones a la hora de comprar cuando estamos tristes que cuando estamos contentos, cuando tenemos miedo o cuando estamos tranquilos
El contenido cambiante de nuestra cesta de la compra a lo largo de las últimas semanas, esas en las que hemos permanecido confinados, bien podría ser el vivo reflejo de nuestro recorrido emocional a lo largo de las mismas.
La compra para instalarnos en el búnker, en la que reinaban alimentos no perecederos, productos de limpieza e higiene, dio paso en un par de semanas – el tiempo justo para que pudiésemos entender la situación y hacernos a la idea de que sería más duradera de lo deseado – a otro tipo de cestas de la compra repletas de cervezas, vino y aceitunas.
Unos cuantos caprichitos para brindar desde casa, disfrutar telemáticamente con los amigos y compensar tantas renuncias y limitaciones. Después ha llegado el boom de las harinas, las levaduras y el chocolate. Y es que, con ello, matamos dos pájaros de un tiro: dosis de glucosa para el cerebro, que necesita una inyección de endorfinas, y plan de ocio en familia, aunque ésta sea nuestra primera (y quizá única) incursión en los fogones y la repostería. ¿Y ahora, en qué punto estás?
Sigues pasando por el pasillo del papel higiénico, “pero solo por si acaso”. Eres metódico, previsor y organizado. Albergas todavía algo de miedo. Aunque no te atrevas a confesarlo en voz alta, este horizonte final aún incierto no te deja del todo tranquilo y te dices a ti mismo que “en cualquier momento puede haber un repunte”. Así que, ya que estás, te aseguras de no tener que limpiarte jamás con las manos. A fin de cuentas, un rollo más o un rollo menos no le hace daño a nadie, y todos sabemos que el papel higiénico es un bien de primera necesidad en el primer mundo.
Tu carro de la compra es un aperitivo con ruedas. Te has entregado a la cerveza, las aceitunas y los snacks porque eres un disfrutón, un bon vivant, y no puedes remediarlo. Eres un ser sociable por naturaleza, no perdonas un aperitivo ni una ocasión para brindar con amigos, aunque sea telemáticamente.
La vida es demasiado corta como para sufrirla en exceso, y el confinamiento no te va a detener. Porque nadie sabe cuánto tiempo exactamente puede durar esto. Te has hartado de escuchar a un psicólogo tras otro recomendar que se han de seguir rutinas y mantenerse conectado con el exterior, y tu salud mental está por encima de todo. Tienes la agenda igual o más abultada que antes, el fin de semana no te cabe una video llamada más entre las 12:00 y las 16:00, y entre semana, en tu casa, los aplausos de las 20:00 suenan a latita de cerveza bien fría y aperitivo antes de la cena. Tú sí que sabes.
La Thermomix te envía al móvil la lista de la compra y has agotado la existencia de levadura en los supermercados. Eres creativo, pragmático y resolutivo. Te gusta aprender y procuras extraer lecciones de cada nueva experiencia de vida.
Por eso decidiste que este era un buen momento para aprender algo nuevo, y elegiste aprender a cocinar. Estos días has comprado cosas cuya existencia antes desconocías, has experimentado hasta con la repostería y te has llegado a plantear que eso de ir a la panadería a comprar pan es una frivolidad, pudiendo hacerlo en casa. Estás pletórico y, mientras otros publican fotos desde su ventana, tú has invadido los chats de amigos con fotografías de tus hazañas culinarias. Haces bien, pero prepárate para volver a comprar el pan en el chino de abajo cuando el ritmo vuelva a ser frenético y la vida no te dé para más…
Vas a la compra con las recetas del nutricionista en el bolso. Eres inteligente y maquiavélicamente disciplinado y dispones de un autocontrol que da miedo. Tienes un plan oculto y sabes muy bien que dentro de unos meses esto habrá sido un mal sueño. Sabes anticipar un buen refuerzo en el largo plazo y, ¿qué hay más gratificante que lucir palmito en bañador mientras los demás ocultan sus kilos con guayabas, camisas anchas y vestidos holgados?
¿Quién dijo tregua? Escuchaste un día aquello de que “todos los días son lunes” y te lo tomaste muy a pecho. Si aquí hemos venido a sufrir, pues que por lo menos sirva para algo. Lo estás pasando fatal, pero, en tu maquiavélica mente, sabes que el tipito veraniego está por encima de todas las cosas, lo que no disfrutas hoy, lo disfrutarás mañana.
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