“Hasta que no llegue septiembre y la vuelta al cole no vamos a ser conscientes de las consecuencias psicológicas que esta situación habrá tenido para muchos niños y adolescentes”. No me he cansado de repetir esto a lo largo de estos meses de confinamiento y vacaciones. Y me consta que muchos otros psicólogos, padres, pedagogos y trabajadores de todo tipo alrededor del mundo de la docencia albergaban la misma preocupación.
Es algo que me inquieta especialmente, tanto en lo personal como en lo profesional, desde que en Madrid se cerraron preventivamente las escuelas. Desde que se decretó el estado de alarma y en todas las tertulias televisivas y medios de comunicación empezábamos a preguntarnos por las posibles derivadas de lo que se nos venía encima.
También se ha repetido en muchas ocasiones que los niños habían respetado mejor que nadie el confinamiento. Efectivamente, a menos que alguna familia no tuviera mas remedio, todos ellos permanecieron encerrados en casa y soportaron con estoicismo las restricciones de no poder poner un pie en la calle durante alrededor de 8 semanas.
Pasaron a estudiar a distancia (algunos con menos medios que otros, por desgracia). Asumieron que no verían a sus amigos más que a través de una pantalla durante mucho tiempo. Y después bordearon con resignación los parques cerrados. Para los niños han sido meses de muchas renuncias, pero, paradójicamente, también han sido meses de protección y resguardo en un entorno confortable.
Me explico: el aislamiento no solo no es agradable, sino que a largo plazo es enemigo de la salud mental. Pero, en el corto y medio plazo, la vida en una burbuja de protección paternal representa un espacio de seguridad incomparable. Han sido muchos meses de estar siempre acompañados y cuidados, de recibir más atenciones que nunca por parte de los padres, de no exponerse a los conflictos, de no exponerse a las dificultades o a las emociones que se desprenden de la convivencia social, de no tener que resolver grandes problemas, de no enfrentarse a distintos escenarios…
En definitiva, han sido varios meses de vivir ajenos a los obstáculos cotidianos que la vida nos depara y que normalmente no tenemos más remedio que resolver. Por eso es ahora cuando se abre la ventana de tiempo a lo largo de la cual aflorarán los problemas que en los más pequeños se hayan podido ir gestando, pero que hasta el momento no han tenido aún ocasión de aflorar. A partir de ahora es más importante que nunca observar y detectar todas las potenciales dificultades que puedan surgir.
Es difícil que un niño pueda identificar, reconocer y expresar sus emociones de forma explícita. Por ello su malestar emocional suele expresarse a través de otras manifestaciones observables como cambios en los patrones habituales de comportamiento, retraimiento, conductas regresivas, dificultades escolares, agresividad, desmotivación o apatía, dificultades para conciliar el sueño, pesadillas, rabietas, etc.
Hay que tener en cuenta que, además de todas las dificultades a las que los niños han tenido que hacer frente durante la pandemia, de todos los procesos educativos y de socialización que se vieron interrumpidos durante el largo confinamiento, se suman también las vicisitudes y características propias del contexto en el que nos seguimos encontrando. El medio al contagio, la elaboración del duelo en quieres hayan sufrido pérdidas recientes, la extrañeza de la vuelta al cole que les costará reconocer, las dificultades para retomar algunas relaciones de amistad o intimidad después de tanto tiempo, la distancia social, la imposibilidad de jugar como siempre lo han hecho, los horarios escalonados, los grupos burbuja reducidos en los que quizá se vena alejados de profesores y amigos de referencia, etc.
Sabiendo todo esto, y sabiendo también que el ámbito familiar es un potentísimo escenario para el aprendizaje de habilidades de gestión emocional y estrategias de afrontamiento, es importante que en casa normalicemos todas estas situaciones como una realidad transitoria que vamos a superar juntos.
Y que se permita que los niños expresen sus manifestaciones de estrés, de ansiedad o de tristeza. Que se les ayude a hablar de todo ello y a ponerle palabras a sus emociones, entendiéndolas. Que se les guíe en esta vuelta al cole extraña, en la expresión de sus miedos y preocupaciones, y que se les ofrezca el apoyo necesario para que también en esta etapa puedan seguir aprendiendo y madurando.
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