Ya hemos tenido ocasión de abordar en The Luxonomist la importancia de recordar a nuestros seres queridos. De honrar la memoria de quienes ya no están. De llorar a los muertos y reunirnos sanamente en torno al dolor, precisamente como vehículo para su sanación. La ausencia nunca deja de doler del todo, pero se aprende a vivir con ella. Y el duelo cierra un ciclo que, en cierta medida, nunca deja de ser eterno. Por eso hay fechas en el calendario que son especial y necesariamente conmovedoras, como el Día de Todos los Santos.
Cierto es que, en el sentido religioso, el Día de Todos los Santos cobra una especial relevancia espiritual. Pero, como acto social, como ritual de recuerdo y como ocasión para compartir el vacío de la ausencia, el Día de los Muertos cobra significado para todos. Independientemente de las diferencias sociales o culturales que, en ocasiones, nos puedan alejar.
De hecho, desde el punto de vista psicológico, lo verdaderamente relevante es que los rituales de encuentro, de despedida y de recuerdo no se extingan. Con independencia del fervor desde el que cada uno los afronte. Las emociones necesitan tanto de recogimiento como de compañía para ser identificadas, expresadas y canalizadas.
Por eso insistíamos el año pasado, por estas mismas fechas, en que hasta los rituales que más forzados parecen, o aquellos más arcaicos que aún se celebran en multitud de pueblos y regiones de todo el país, son necesarios y cumplen una importante función. Facilitan la conexión íntima con el recuerdo, nos permiten recordar sin culpa y facilitan la ventilación del dolor bajo el cobijo de los nuestros.
En este sentido, estas son fechas en las que las reuniones familiares, los encuentros en las casas y las ofrendas en los cementerios son más necesarias que nunca. El día de Todos los Santos y también hoy todos esos espacios de encuentro son más inaccesibles que nunca. Pero esto no puede o no debe censurar ni nuestros recuerdos, ni la expresión de nuestras emociones ni la satisfacción de nuestras necesidades más hondas.
Entonces, ¿cómo afrontar el Día de Todos los Santos en la era Covid? Este año, con más duelos abiertos que nunca, con más complicaciones y miedos que nunca, con más dolor generalizado que nunca. Es también mas importante que nunca no descuidar el despliegue de las herramientas psicológicas con las que el ser humano ha aprendido a hacerle frente a la muerte. A través de las despedidas, los ritos, los homenajes, la memoria o la espiritualidad.
Esta es una de las cuestiones más dolorosas a las que nos enfrentamos a causa de las implicaciones y las derivadas de esta horrible pandemia. La llamada distancia social cada día hace más estragos en nuestro equilibrio emocional, y daña especialmente en momentos como este. No poder acercarnos a quienes queremos y no poder sentir la contención de sus abrazos hace que las alegrías sepan a menos y que las penas se exacerben.
Por eso es importante descolgar el teléfono, tirar de video llamada o incluso de carta de puño y letra. Cualquier herramienta que nos acerque a los demás es bienvenida en esta transitoria etapa de distanciamiento interpersonal. No pensemos que no sirve para nada o no sucumbamos ante la pereza. Contactemos con quienes contactamos cada año, contémonos las mismas historias si hace falta, aunque tengamos que hacerlo de otro modo.
Démosle una nueva forma al recuerdo, a la ofrenda, al rezo o al homenaje. Honremos a quienes ya no están con un guiño diferente. Muchas personas no conciben el Día de Todos los Santos sin una visita al cementerio y me cuentan que se sienten culpables por no hacerlo este año. Por quedarse en casa por miedo o por coherencia y prudencia con todas las renuncias que vienen meses haciendo. Desterremos la culpa, todo homenaje cuenta. Porque, en esencia, solo se trata de eso, de recordar, de honrar y de conectar emocionalmente con todas esas ausencias que la vida nos ha obligado a recolocar.
Nuestras estrategias de afrontamiento y nuestras costumbres más sanas, como la búsqueda de apoyo social para la canalización de nuestras emociones, no tienen por qué cambiar. Es más, ¡no deberían cambiar! Nacieron precisamente de la robustez psicológica y la resiliencia con la que afrontamos la vida. Tan solo estamos renunciando temporalmente a todo aquello que favorece el contagio y supone un riesgo para la salud de todos. No olvidemos el carácter transitorio de toda esta situación.
Muchas personas se sienten profundamente desesperanzadas porque piensan que sus vidas han cambiado para siempre. Desde esa óptica es lógico caer en la resignación, la tristeza y la apatía. Cuidado con esta posición, que parte de la falta de horizonte y de la incertidumbre, pero que supone una grave (e innecesaria) amenaza para nuestra salud mental. Todo lo que hoy se deja de hacer pasa a agendarse para próximas fechas. Eso sí, aún por determinar.
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