(Foto: Freepik)
Dado que no podemos proteger a nuestros hijos en todo momento, es fundamental tratar de enseñarlos a que se defiendan por sí mismos, empezando por las interacciones más cotidianas que tienen lugar entre amigos y compañeros. A menudo, estas se suceden en forma de supuestas bromas que contemplan potenciales agresiones para las que, lamentablemente, los niños no siempre tienen recursos para defenderse.
Un ejemplo es el bullying. Este comienza a veces en forma de bromas, pero estas se van tornando pesadas hasta volverse armas arrojadizas con las que herir a un determinado crío. Pero existen límites. ¿Dónde está la diferencia entre la burla y la broma?
Las bromas suelen tener un cariz de juego y se desarrollan entre amigos o niños que tienen confianza entre sí. Aunque a veces puedan llegar a molestar, su propósito no es hacer ningún mal ni agraviar a nadie. Lejos de ello, suelen reforzar la amistad, al incidir en algún elemento llamativo de la personalidad de un amigo al que se conoce bien.
Se refieren, a menudo, a algún tipo de “defecto” que se percibe como entrañable en esa persona. Otra de las características de las bromas es que no se repiten insistentemente, y suelen cesar cuando el objetivo de la guasa se queja.
De las bromas puede decirse, pues, que son interacciones que se dan en un ambiente lúdico y de respeto mutuo. Por ello son positivas, y en un contexto infantil, todos los niños involucrados disfrutan y participan por igual, fortaleciendo así sus lazos y camaradería.
El investigador Dacher Keltner, de la Universidad de California en Berkeley, ha estudiado en profundidad el concepto de “teasing” (bromear o tomar el pelo) y su relación con el acoso o las burlas. Según Keltner, el “teasing” se define como una provocación intencional acompañada de señales lúdicas que hablan sobre algo relevante para la persona objeto de la broma. Estas señales indican que la provocación no es completamente seria y pueden incluir el uso de un tono de voz particular, sonrisas o exageraciones evidentes.
Esta forma de interacción puede fortalecer las relaciones sociales y servir como una herramienta educativa cuando se emplea de manera adecuada. Sin embargo, Keltner advierte que el “teasing” se sitúa en una línea delicada entre el juego y la agresión. Puede convertirse en acoso cuando se utiliza para menospreciar o dañar a alguien. Por lo tanto, es crucial considerar el contexto, la intención y la percepción de la persona que recibe la broma, para distinguir entre una interacción lúdica y una burla perniciosa.
Distinguir entre una broma y una burla no siempre es fácil, pero hay ciertos indicadores que nos pondrán sobre la pista. El primero y más importante es la intencionalidad: mientras que las bromas buscan generar risas sin malicia, las burlas tienen la intención de herir o menospreciar. Además, la repetición es un factor determinante. Las burlas suelen ser recurrentes y estar dirigidas siempre hacia la misma persona, estableciendo un patrón de comportamiento abusivo.
La reacción de la víctima será otro factor importante para identificar esa delgada línea entre la broma y la mofa de la que habla Keltner. Así, si el niño muestra signos de incomodidad, tristeza o aislamiento tras una interacción que supone ser una broma, es probable que haya sido objeto de una burla. Por supuesto que habrá que añadir el contexto social a la ecuación, también muy importante. Las bromas ocurren en entornos de equilibrio social y confianza, mientras que las burlas suelen presentarse en situaciones donde existe un desequilibrio de poder.
Es fundamental que, como adultos, tanto padres como educadores estemos muy atentos a las dinámicas sociales entre los niños. La observación activa y la comunicación abierta con los pequeños serán clave para detectar y abordar cualquier forma de burla o acoso.
En este sentido, los adultos siempre deberemos intervenir cuando una broma se convierte en burla, fomentando la empatía y el respeto entre los niños. Además, será igualmente importante enseñar a los pequeños a expresar sus sentimientos y a establecer límites claros en sus interacciones.
Cuando han sido detectadas y confirmadas las situaciones de burla o acoso, desde casa podremos enseñarles a manejar la situación. Una de las técnicas más efectivas es el viejo consejo de “palabras necias, oídos sordos”. Esta máxima les ayudará a identificar frases hirientes y a restarles importancia para que no les afecten.
También será útil practicar con ellos diferentes diálogos, idealmente con humor, para que tengan respuestas automáticas y seguras ante situaciones incómodas. Algo tan simple como responder con un “¿Y?” ante un comentario ofensivo, por ejemplo, podrá ser suficiente para desarmar al que se burla.
Entre nuestros consejos más importantes debe estar el hacerles entender que es imposible caer bien a todo el mundo, pero que tampoco necesitan la aprobación de todos. Por ello, conviene aconsejarles que eviten a aquellos compañeros que les hacen sentir mal, en lugar de esforzarse por encajar con ellos.
Por otro lado, podemos trabajar con los niños cómo gestionar sus emociones para que puedan identificar cómo se sienten sin mostrar vulnerabilidad ante los demás. En casos graves podrá ser conveniente entrenarles en alguna técnica de autocontrol y manejo del estrés recurriendo a un psicólogo infantil.
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