Los videojuegos son, desde hace ya muchos años, un escenario más de la vida cotidiana de muchos niños y adolescentes. Es más, durante la pandemia, muchos de ellos se convirtieron en un escenario de comunicación social telemática cuando la prespecialidad en la interacción no era posible.
Ahora que las cosas están empezando a cambiar, son muchos los chavales que siguen “enganchados” a muchos de estos juegos. Hasta el punto de generar preocupación en sus padres.
Aceptar un tiempo prudencial de dedicación a los videojuegos como parte de la rutina de ocio de los hijos parece hoy una realidad casi indiscutible. Pero muchos padres se preguntan dónde deben poner los límites; cuándo deben decir “no” de manera tajante; o cuándo sucumbir a esa típica petición de “venga, por favor, déjame un poquito más” porque no resulta ser una concesión verdaderamente perjudicial para ellos. Si piensas que tu hijo puede ser adicto a los videojuegos, sigue leyendo.
Hablamos de dos tipos de factores fundamentales en la gesta de este tipo de adicciones. En ellas no interviene ningún tipo de sustancia, sino que se trata de adicciones conductuales.
El primer factor de adicción es un factor de base: la propia configuración del juego. Sus propios algoritmos están diseñados para que los jugadores tengan ganas de más y avancen a lo largo de todo un relato muy bien construido, con necesidad de pasar a la siguiente pantalla.
Normalmente los patrones de interacción videojuego / jugador obedecen a refuerzos intermitentes. Estos resultan en sí mismos tremendamente seductores, hasta el punto de poder dar lugar al inicio de un problema adictivo.
Pero, si esto fuera tan sencillo, diríamos que todos los videojuegos son perniciosos para la salud mental de los jóvenes y que todos ellos generan adicción en quien los prueba; siendo esto absolutamente falso. Lo que sucede es que, en segundo lugar, uno de los principales factores de vulnerabilidad frente al desarrollo de una adicción no tiene tanto que ver con la naturaleza del videojuego. Al menos no tal y como está planteado como punto de partida; sino con la función que el videojuego desempeña o empieza desempeñar en la vida de cada uno.
Aquí no hablamos ya de factores de origen sino de factores de mantenimiento. Y es que el tiempo de juego es, por desgracia, un terreno abonado para convertirse en ventanas de evasión frente al abordaje de otras dificultades que el menor no puede o no sabe resolver. Dificultades para cuya gestión no dispone aún de herramientas. Por ejemplo problemas emocionales de cualquier tipo, problemas familiares, dificultades para gestionar la presión social, situaciones de acoso escolar, etc.
En el momento en el que la dedicación al videojuego supone una merma en el normal desempeño de tu hijo en otras áreas de vida significativas; en su normal desempeño en actividades cotidianas. Y también en el momento en el que persevere en su dedicación al juego pese a que le resulta pernicioso o le causa algún tipo de sufrimiento colateral, puedes estar seguro de que ya es necesario actuar.
Cuando en el área académica, familiar, social o su desarrollo personal no se desenvuelve con soltura debido a la interferencia que la dedicación a los videojuegos le supone. Entonces ya has detectado un desajuste suficientemente importante como para que suponga una señal de alarma. Siempre con independencia de que el niño o el adolescente no manifieste ningún tipo de malestar por el momento. Esas manifestaciones pueden y suelen llegar más tarde.
La dedicación compulsiva es compensatoria, supone la evitación de la resolución de otro tipo de problemas, la no satisfacción alternativa de otro tipo de carencias.
En ese momento empieza a ser relativamente sencillo apreciar que tu hijo está más irascible de lo que solía estar. También que tiende a aislarse en muchas situaciones, descuida la ejecución de sus responsabilidades cotidianas, está cansado y desmotivado. Incluso son señales que duerma mal o altere sus ciclos de sueño con tal de concederle un papel protagonista al juego. Es posible que llegue incluso a manifestar un comportamiento o un discurso limitado que es coherente con la sensación de vivir constantemente pendiente del juego o atrapado en los objetivos del juego.
La privación de contacto social propia de este cuadro sintomático supone un tremendo factor de riesgo frente al padecimiento de problemas más graves. Es el caso de la ansiedad o la depresión o fobia social; especialmente en una etapa en la que la personalidad y la autoestima están en plena construcción. En ella se adquieren muchos de los esquemas cognitivos y de las herramientas comportamentales que luego serán necesarios para conducirse eficazmente por el mundo.
Es importante que, si hemos llegado hasta el punto que acabamos de describir, se cuente con apoyo profesional. Un psicólogo especializado que evalúe a fondo el cuadro clínico y aborde no solo la parte más superficial del problema sino las raíces más intrínsecas que lo estaban manteniendo.
Pero, mucho antes de llegar hasta este punto, es siempre recomendable seguir las siguientes pautas cuando detectemos que nuestro hijo es adicto a los videojuegos.
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