PSICOLOGÍA

¿Quién se esconde detrás de Nikolas Cruz?

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Por el horrendo nivel de transgresión de la norma que conlleva y por el estupor con el que le hacemos frente a lo perverso de la conducta humana, cada nuevo caso de execrable crimen nos llama poderosamente la atención. El último y más notorio nos llega, de nuevo, desde Estados Unidos, de la mano de un joven que jamás debería haber poseído un arma y que jamás debería haber pasado desapercibido a ojos de los servicios sociales correspondientes. La detección de la psicopatía en jóvenes es algo vital para evitar casos como este.

No es casualidad que los norteamericanos se alarmen cada año ante nuevas matanzas de adolescentes a manos de sus compañeros o ex compañeros de pupitre. Pero, dejando de lado otros factores relevantes que ahora no vienen al caso, centrémonos en analizar qué tipo de personalidad es capaz de asesinar a 17 personas a sangre fría y resarcir con ello su sed de venganza.

Se puede detectar a tiempo una personalidad patológicamente antisocial

La personalidad define nuestra forma de estar en el mundo. Una personalidad patológicamente antisocial puede ser, o no, el resultado de cierta configuración cerebral (esta hipótesis está aún siendo estudiada a través de interesantísimas investigaciones) pero es, con total seguridad, el resultado de toda una serie de complejas vivencias que conforman la historia de vida de un individuo desde su edad más temprana.

Rara es la personalidad antisocial que a los 19 años demuestra tal capacidad destructiva y que antes no ha dado señal alguna de alarma. El caso de Nikolas Cruz no es una excepción. Estamos ante un adolescente expulsado de su centro de estudios por reiterados actos de indisciplina, que ya había profesado amenazas a insultos a muchos de sus compañeros y a quien se había prohibido entrar al instituto con una mochila, por miedo a que pudiera introducir en ella algo para dañar a otros.

La actitud de Nikolas Cruz nunca debió pasar desapercibida para los servicios sociales

Se le describe como un chaval introvertido y marginado, que solo vencía la barrera del retraimiento social para hablar de armas o presumir enseñando las que portaba. Llegó a entrenarse en su uso con disciplina militar. Un chaval que con menos de 18 años basa su autoestima y el conjunto de sus intereses en la posesión de armas nos deja entrever toda una serie de carencias emocionales que, a todas luces, están siendo compensadas de manera absolutamente disfuncional.

Todo lo que se sabe de Nikolas Cruz gira en torno a las armas y la desadaptación social. “Problemas con las chicas” (según afirmó uno de su profesores horas después del tiroteo en el que asesinó a 17 personas), insultos y amenazas en la escuela, mensajes inquietantes en sus redes sociales, actos de desobediencia reiterados que no se precisan (pero que llegaron a suponer una expulsión definitiva), arranques de ira y violencia repentinos, arrebatos agresivos que concluyen con la destrucción a patadas de una ventana en su instituto…

Hay manifestaciones que reflejan un trastorno evidente de la conducta

Pongámonos todos en contexto y juzguen ustedes mismos. El trastorno de conducta que habitualmente antecede a un trastorno de personalidad antisocial (a lo que también nos referimos como psicopatía, sociopatía o trastorno de la personalidad disocial) conlleva un patrón repetitivo y persistente de comportamientos que violan los derechos de los demás o las principales normas sociales establecidas para la edad del adolescente. Este desprecio por los demás suele manifestarse ya desde los 15 años a través de:

  • Transgresiones de las normas establecidas (normalmente las de la escuela o la familia, pero también las normas legales).
  • Episodios de arrebato emocional violencia.
  • Conducta impulsiva.
  • Agresiones físicas o verbales a personas o animales.
  • Amenazas.
  • Conductas erráticas e irresponsables.
  • Actos de destrucción de la propiedad.
  • Fraudes o hurtos.
Permitir un acceso fácil a las armas agrava las consecuencias de una conducta enfermiza

Blanco y en botella, ¿no creen? No parece que haga falta ser el mejor diagnosticador del mundo para darse cuenta de que había un niño en riesgo y que su desatención colocaba a todo su entorno en la misma posición de riesgo. Riesgo extremo hasta el punto de ser asesinados, ni más ni menos. Y, por si fuera poco, a toda esta conducta desviada, a esta violencia desproporcionadas, a estos niveles de impulsividad y a estas carencias estructurales tan básicas como obvias, hemos de añadirle una familia de adopción en la que ambos progenitores han fallecido con pocos años de diferencia. Aderecemos el perfil que tenemos delante con un sintomático trastorno depresivo que un familiar de su madre adoptiva ya había detectado.

¿Justifica esto a Nikolas el asesino? No, en ningún caso. Y no mientras no se demuestre que en el momento de perpetrar esta abominable matanza podía actuar bajo un juicio nublado o algún tipo de delirio que le desconectara por completo de la realidad y le impidiera ser dueño de su actos. No es este el caso ni parece que se vaya a demostrar tal cosa. En última instancia, y como adultos que somos y también lo es Nikolas, nuestra responsabilidad prevalece por encima de cualquier impulso, por supuesto también por el ánimo de venganza contra la sociedad que parece ser el móvil de estos 17 asesinatos.

Antes de convertirse en un monstruo, Nikolas Cruz dio muestras evidentes de necesitar ayuda

Pero, ¿no creen que este chaval antes de convertirse en un monstruo fue un niño necesitado al que nadie supo o fue capaz de ayudar? Este debate es necesario, por cuanto puede aportar a la prevención de crímenes de este tipo y por cuanto nos habla de la importancia de un adecuado funcionamiento de los servicios sociales cuando falla la primera instancia de socialización, que es la familia.

Reflexionemos sobre ello y también de paso sobre el concepto de tutela, que en España ha demostrado un fallo estrepitoso cuando hemos tomado conciencia de la situación que se vive en un barrio de Bilbao, Otxarkoaga; y para lo cual ha hecho falta llegar al lamentable asesinato de Rafael y Lucía a manos de una panda de adolescentes criados al margen de la sociedad.

Ana Villarrubia

Psicóloga, terapeuta de pareja. Dirijo el centro sanitario ‘Aprende a Escucharte’ y colaboro en medios. Me interesan las personas: cómo actuamos y cómo nos relacionamos.

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