No es esta la primera Navidad que compartimos con los lectores de The Luxonomist. Como no es tampoco la primera vez que abordamos cuestiones como la formulación de los propósitos de año nuevo o cómo limitar las eternas e insaciables cartas de los más pequeños a los Reyes Magos. Sin embargo, huelga decir que éste no ha sido un año cualquiera. 2020 ha sido un año de aprendizaje.
Un año particular en el que, si de algo podemos estar orgullosos es de haber sabido modificar en tiempo récord muchos de nuestros más enraizados hábitos de comportamiento. Por ello creo que es también el año de la reflexión, del cambio y del aprendizaje. Ese año desastroso en el que todo se puso patas arriba pero en el que, al menos, dispusimos de un inigualable y constante buen presagio. El único hilo conductor optimista de toda la crisis sanitaria: tiempo para pensar, para repensarnos, para cambiar no solo a la fuerza sino también en la dirección deseada.
En el inolvidable año 20 nos confinamos, nos desconfinamos y nos volvimos a confinar. Renunciamos a viajar y a nuestras vacaciones. Nos alejamos los unos de los otros, nos cubrimos el rostro y esperamos meses antes poder volver a compartir una sonrisa. Nada de ello fue despiadado. Al contrario, se hizo porque se tenía que hacer, porque entendimos que debíamos adaptarnos a las condiciones pandémicas que nos rodeaban. Y sobre todo, porque debíamos proteger de la muerte y el sufrimiento a quienes nos rodeaban.
¿Acaso este año no merece ser también aquél en el que aprendimos el verdadero valor de la paciencia, el altruismo, la generosidad, la humildad y la austeridad? Todo pasará, pero qué menos que conservar la memoria y el poso de su aprendizaje. Extraigamos una lectura terapéutica de todo lo que hemos vivido. Utilicémoslo para hacer examen de conciencia a título individual y para construir una sociedad más humana a nivel global. Empecemos hoy mismo, hagamos ese balance, compartámoslo con los más pequeños y eduquémosles para que estas sean sus Navidades más humanas, el principio de muchas celebraciones no exentas de valores.
Qué curiosa es siempre la vida y cuántas emociones encontradas nos despierta. Fíjate: en ese contexto que describíamos, el de este fatídico 2020, resulta que pasó el otoño y llegaron también las Navidades. Tenían que llegar, pero… ¡Qué gran contradicción! Las luces, los anuncios de perfumes y los carteles de felices fiestas conviviendo con alarmantes cifras, noticias nada halagüeñas y rostros cubiertos con mascarillas por doquier.
El tiempo no se detiene, la vida sigue… ¡Y lo cierto es que también nos hacía falta disfrutar! Necesitábamos relajarnos, acercarnos con precaución, descansar la mente y hasta frivolizar. Necesitábamos celebrar. ¿Cómo conjugar la celebración con el dolor? ¿El jolgorio con el luto? ¿El respeto con la desinhibición? Y, lo más importante y complicado… ¿cómo inculcar todo esto a nuestros hijos? ¿Cómo transformar lo traumático y terapéutico? Estas son las pautas que de la psicología se desprenden para que, en estas fechas, juntos y en familia, despidamos el 2020 aprendiendo de todo lo que nos obligó a vivir:
Y por eso estas Navidades están siendo tan particulares. Las más atípicas de todas cuantas hemos vivido y viviremos jamás. Si es verdad que de las situaciones críticas salimos reforzados, si es cierto que todo esto nos ha servido para aprender… Entonces dejemos claro qué es lo que de verdad importa y sentemos las bases de ese proceso personal de transformación. Hagamos que estas Navidades no estén condenadas al olvido y que supongan verdaderamente el principio del fin.
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