En pleno contexto pandémico, en plena segunda (o tercera) ola y con todas las alarmas encendidas después de los encuentros navideños, llega Filomena y lo vuelve a alterar todo. Comercios cerrados, calles cortadas por la nieve, el hielo y los árboles caídos, coches abandonados en los arcenes de las autopistas… Y en medio de las principales vías de las ciudades, supermercados absolutamente desabastecidos y personas confinadas en sus casas durante días. Filomena ha rematado lo que la pandemia inició. Si creías que lo has visto todo, he aquí una demostración fehaciente de que la realidad siempre supera a la ficción.
¿Cómo le hacemos frente a tanto acontecimiento insólito? ¿Cómo gestionamos la adversidad cuando ya estábamos inmersos en ella? ¿Podemos hacerle frente a lo impredecible cuando el agua nos llegaba ya al cuello? ¿Cómo arrimamos el hombro cuando hace 9 meses que no hacemos más que esforzarnos sin ni siquiera ver una verdadera materialización de los objetivos perseguidos?
Psicológicamente estamos siendo capaces de afrontar este nuevo evento histórico. Algo llamativo después de todo lo que hemos pasado. Por eso se hace imprescindible entender cómo nuestros mecanismos de adaptación se han ido secuenciando en 4 fases principales.
Así es, en un primer momento el temporal Filomena ha tenido para la mayor parte de las personas un efecto positivo. Lo sabemos muy bien los psicólogos y los saben también a la perfección los meteorólogos. La nieve suele tener un efecto apaciguador en nuestras emociones, por el conjunto de connotaciones que culturalmente le asociamos.
Cuando hablamos de nevadas copiosas, de las que se puede disfrutar sin excesiva molestia, sin ventiscas ni grandes inclemencias, el ser humano tiende a vivirlas con sorpresa y fascinación, con deseo. El manto blanco que todo lo cubre de manera impoluta es belleza, tranquilidad y diversión.
Y, como no podía ser de otra manera, toma de conciencia del desastre. Me doy cuenta de que no todo el mundo aprecia la nieve desde el calor de sus casas. Me hago eco de las carreteras cortadas, las personas atrapadas sin víveres, las hipotermias, los daños materiales en comercios y viviendas, etc. El temporal conlleva la gestión de una enorme cantidad de incidencias de las que, en un primer momento, nos cuesta ser plenamente conscientes, pero de las que rápidamente nos responsabilizamos.
Si de algo no nos podremos quejar quienes hemos vivido intensamente el 2020 y el 2021 es de no haber vivido en primera persona escenas insólitas que pasarán a la Historia. Ya sea en la memoria colectiva o en los libros de texto, muchas de las situaciones con las que hemos tenido que lidiar quedarán grabadas a fuego para varias generaciones. Pero también nos vienen a la mente las siguientes preguntas: ¿También me toca a mí soportar las consecuencias de esto? ¿De verdad que después de una pandemia histórica me veo obligado a sufrir también las consecuencias de un temporal igualmente histórico?
Demasiados esfuerzos cuando ya estábamos exhaustos. Demasiadas piedras en el camino cuando caminábamos sin apenas vislumbrar la luz al final del túnel. Si el hartazgo ya era generalizado, ahora se convierte en frustración máxima para personas que siguen sufriendo las consecuencias personales y materiales de tanto acontecimiento extraordinario.
Esta fase, sin embargo, conlleva una doble vertiente mucho más constructiva. Y es que frente al derrotismo de algunos, otras personas siguen encontrando fuerzas para despertar su lado más solidario. Y emociona saber que seguimos siendo una sociedad unida. Seguimos funcionando. Y seguimos resolviendo, pese a lo complicado que se nos pone todo. Ayuda testar la capacidad de reacción del ser humano y comprobar que aprueba el examen con sobresaliente.
Además, la vivencia de lo impredecible ayuda a encajarlo como parte de la vida, y esa intolerancia generalizada a la incertidumbre de la que todos hemos pecado en la pandemia nos la estamos trabajando a base de bien. Los eventos a los que estamos expuestos nos obligan a hacer un proceso de adaptación terapéutica a la vida. Terapia a la fuerza, pero también gratuita.
Y aquí estaremos inmersos por varios días y semanas más. Si todos los inviernos se publican artículos sobre cómo nos afectan negativamente las condiciones climáticas y las inclemencias del tiempo, este año este esfuerzo de divulgación psicológica tiene más sentido y más utilidad que nunca. Sabemos que la estimulación lumínica está directamente relacionada con la mejora del estado de ánimo. Del mismo modo que la falta de horas de luz correlaciona con el aumento de los casos de depresión, con los episodios de ansiedad y hasta con la agresividad.
Si bien hay personas que experimentan una mayor meteorosensibilidad que otras. Lo cierto es que, de manera generalizada, tendemos a acusar el frío tanto a nivel fisiológico como a nivel psicológico, creando mayores sensaciones de disconfort y disparando los síntomas ya mencionados. Tan solo un dato amable: y es que en invierno y en los días de frío, si en casa reunimos las condiciones adecuadas, parece que le dedicamos más tiempo al descanso, conciliamos el sueño con más facilidad y dormimos más horas.
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