¿Cuántos informes clínicos de los que redacto cada día contienen descripciones y observaciones de este tipo como parte del conjunto de variables que contribuyen a explicar, facilitar o desencadenar el problema que ha traído al paciente a consulta? Innumerables. Porque la baja tolerancia a la frustración forma parte de un cuadro de mala autorregulación emocional, es propio de personas impulsivas que tienen dificultades para observar, interpretar y atender a sus emociones, y no saben transitar entre ellas de manera sana y adaptativa.
Esto acaba causando grandes dificultades de adaptación a distintos contextos a lo largo de toda la vida y, sobre todo, es una variable constante y común a una infinidad de otros cuadros psicológicos problemáticos más complejos. Todos vivimos expuestos a la frustración, porque en la vida son muchas las situaciones en las que se nos hace imposible obtener lo que deseamos en el momento en el que lo deseamos. Lo que ocurre es que no todos manejamos esta desagradable sensación de la misma manera.
La frustración suele aparecer acompañada de la ira, la decepción, la desesperanza, la tristeza, la ansiedad e incluso la angustia. Esto es lo que la hace tan difícilmente manejable. Cuando una persona ha crecido sin interiorizar las herramientas adecuadas para hacerle frente a la situación, tiende a ser una persona con muy poca inteligencia emocional, impulsiva e impaciente (pudiendo llegar a ser agresiva) y muy rígida a nivel cognitivo, es decir, con muy poca flexibilidad para generar soluciones o alternativas, muy poco permeable al cambio y con ideas muy polarizadas y extremistas a la hora de interpretar las situaciones a las que ha de hacer frente.
Como decíamos, estas personas tienen una mayor vulnerabilidad frente al desarrollo de cuadros ansiosos y depresivos, y también tienden a tener una autoestima más baja. ¿Cómo puedo contribuir a que mi hijo, desde bien pequeño, aprenda a tolerar su frustración?
Guíale en la observación e identificación de sus emociones. Y acompáñale en la sana expresión de sus emociones. El desahogo emocional también es una estrategia útil, de transición pero muy necesaria como punto de partida antes de que podamos recurrir a otra estrategia más activa para hacerle frente a la realidad. Debe saber desde muy pequeño que las emociones no son buenas o malas y que por lo tanto no debemos acercarnos solo a unas y huir de las otras.
Eso que llamamos emociones negativas no son más que señales de alarma que nos indican que tenemos algo que atender o algo que elaborar. Ayúdale a identificar sus emociones, proporciónale vocabulario emocional para que pueda nombrar cómo se siente y también buscad juntos la función que cada emoción cumple en nuestras vidas.
Enséñale a aceptar los errores como parte inherente de su vida, no como un fracaso personal. Plantea el error como una oportunidad para el cambio y para el aprendizaje. Para ello no basta con que lo digas, también has de mostrar una actitud abierta y comprensiva, no castigadora, frente a sus errores.
Sé ejemplo de flexibilidad y enséñale a que él lo sea también. Aprovecha cualquier infortunio para abordarlo casi como una lección de vida: actitud flexible, mente abierta y preparada para llevar a cabo en cualquier momento una lluvia de ideas y trazar un plan alternativo para poder resolver de algún modo eso que se nos acaba de truncar en las narices. Enséñale que en toda interpretación caben los matices, que toda situación tiene varios puntos de vista y que interpretar la realidad de manera rígida solo nos conduce al sufrimiento. De paso, estarás sembrando también la semilla de la empatía.
Enséñale a relajarse. Desde bien pequeñitos los niños son muy agradecidos cuando se les proporcionan herramientas para calmar su ira y por lo tanto también su agresividad. Son muchas las formas en las que podemos relajarnos. Si bien mi método favorito es el que se trabaja en consulta y que se adquiere en muy poquitas sesiones (muchas veces basta una sola sesión y un buen entrenamiento en casa) también se puede recurrir a un buen paseo, a un baño calentito o a escuchar ciertos tipos de música. Todo depende de la edad y las preferencias de cada uno. También mis pacientes me cuentan que la meditación les ayuda mucho en este sentido.
Incúlcale el arte de la paciencia. Porque las cosas que más nos satisfacen en la vida son, a menudo, las que más nos cuesta conseguir. Por eso accedemos a las mejores gratificaciones como resultado del esfuerzo sostenido en el tiempo. Enséñale a mantener la motivación en la consecución de sus grandes anticipando y valorando el gran premio que llegará al final, pero saboreando de pequeñas refuerzos en cada paso que se haya dado.
Valórale a él, por el mero hecho de ser él, por encima de lo que sea capaz de conseguir. Porque en la sociedad den la que vivimos el éxito y la excelencia se premian muchas veces por encima de las personas. El valor humano trasciende a todo lo que podamos conseguir, y no nos abandona aunque las cosas a nuestro alrededor se pongan difíciles. No importa tanto lo que logre sino el empeño que le ponga y la responsabilidad, la lealtad y la bondad con la que se lo proponga.
Ayúdale y enséñale a pedir ayuda. Porque juntos somos siempre más fuertes, y porque pedir ayuda no es síntoma de debilidad como muchos no quieren hacer creer, sino que se corresponde con una estrategia de afrontamiento muy humana, muy sana, y muy adaptativa.
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