Son varios los cuadros sintomatológicamente psicóticos que se han despertado en personas que previamente han sufrido la enfermedad causada por el coronavirus. Unos que pueden desencadenar o ser la antesala del desarrollo de una enfermedad mental grave. Hablamos de delirios, alucinaciones, pérdida de contacto con la realidad, ideación paranoide o desenfreno completo del control de los impulsos.
No se trata de ser alarmista, son aún pocos los casos detectados, pero sí es cierto que son científicamente muy relevantes. Es por ello que un equipo de investigadores británicos se encarga desde hace ya varias semanas de detectar y analizar todos y cada uno de los casos positivos en coronavirus que posteriormente hayan padecido algún tipo de desajuste psiquiátrico grave.
¿Cómo puede afectar a nivel neurológico, cerebral, virus que, en teoría, afecta principalmente a las vías respiratorias? Desde el punto de vista estrictamente biológico los síntomas de la enfermedad podrían ser los directos causantes del desarrollo de problemas inflamatorios en el sistema nervioso central. Así como trastornos en el sistema nervioso periférico, accidentes cerebrovasculares e, incluso, encefalopatías.
Y estas alteraciones, principalmente las encefalopatías, son las que podrían encontrarse en la base del desarrollo posterior de los graves síntomas psicóticos ya mencionados. Además, se investigan aún otros cuadros de afectación cerebral sin especificar entre 43 pacientes. Se trata de los que reciben, por ahora, la atención de las investigaciones, igualmente derivados de los procesos inflamatorios que el virus causa en nuestro organismo.
De momento los expertos se centran en describir los casos y sus cuadros sintomáticos. Pero no se puede aún aseverar cuáles son las causas exactas y específicas del desarrollo de sintomatología psiquiátrica a partir de las primeras manifestaciones neurológicas. Son varias y de distinta naturaleza las hipótesis que se barajan en esta fase de las investigaciones. Los primeros resultados ya han sido publicados en la revista Brain y todos ellos son tremendamente interesantes.
Siguiendo en el plano estrictamente médico, además de los procesos inflamatorios mencionados, la bajada de los niveles de oxígeno en el cerebro, provocados por la insuficiente respiratoria característica de la enfermedad, podría estar detrás de las encefalopatías detectadas y sus consiguientes consecuencias psiquiátricas. Todo ello sin que el virus haya llegado nunca a desarrollarse directamente en el cerebro de los pacientes.
Otras teorías apuntan a que los propios anticuerpos que nuestro organismo genera para defenderse del virus pueden afectar a los procesos de mielinización. Las vainas de mielina son esa sustancia gruesa que recubre los axones neuronales, imprescindible para garantizar la conectividad sináptica de nuestras, mediante las que se conducen los impulsos nerviosos y se comunican nuestras redes neuronales. Por lo que queda también sobre la mesa una inquietante posibilidad de que sea la propia respuesta autoinmune la que acabe por causar toda una serie de daños neurológicos colaterales.
Todo ello en el campo estrictamente biológico y fisiológico, pero ahí no terminan, ni mucho menos, las líneas de investigación contempladas. Existe también un amplio consenso en considerar que la relación entre la enfermedad causada por el coronavirus y el desarrollo de afecciones a nivel cerebral venga vehiculizada por un desencadenante de índole estrictamente psicológico. Es decir, que no sería el virus directamente sino la experiencia que la persona sufre a causa de él lo que despertaría una vulnerabilidad que, de otro modo, quizá nunca se hubiera desencadenado. Estas hipótesis son totalmente coherentes desde el puno de vista de la psicología clínica.
Puedo contar ya con los dedos de las dos manos a las personas que he conocido o a los pacientes que me han contado que han pasado la enfermedad. Ellos me han aseverado que les había provocado más sufrimiento, más desolación y un nivel de malestar incluso más agudo que el paso por otras enfermedades graves en el pasado, como el cáncer. No lo digo yo, recojo testimonios de manera directa. ¿Cómo puede una persona llegar a pensar de esta manera tan preocupante y categórica? Debido al enorme sufrimiento experimentado: impredecible, abrupto, desmedido…
Para entenderlo hay que tener en cuenta tanto los síntomas de la enfermedad, como el contexto en el que nos encontrábamos. Así como todas las variables ambientales que han rodeado a esta fatal pandemia. La persona sintomática que ha sufrido la enfermedad lo ha hecho sola, con sensación de absoluto desvalimiento, percibiéndose inusitadamente vulnerable, creyendo morir, sintiendo la angustia de las dificultades respiratorias, sola, sin poder sentir el contacto humano de los suyos, sabiendo que los recursos hospitalarios eran escasos y creyéndose abandonada a su suerte… Es decir, que la experiencia de cientos y cientos de personas puede considerarse traumática, en el sentido más clínico y veraz del término.
Lo traumático lo es por inesperado. Por el nivel de atentado contra la integridad física y psicológica de la persona que supone, por incomprensible, por devastador y por tan sumamente desestabilizador que llega a hacer tambalear los esquemas más básicos de seguridad y protección de los que el ser humano dispone para poder transitar por la vida. Y es un hecho probado que el poder de un evento traumático es tan grande que además de despertar determinadas vulnerabilidades biológicas latentes que de otro modo nunca se hubieran precipitado, permite elicitar, en algunas personas, cuadros psiquiátricos graves que, sin el advenimiento del evento traumático, habrían sido impensables.
La interacción entre lo biológico, lo psicológico y lo social vuelve a sorprendernos también con las secuelas del coronavirus. Y merece mucho la pena extraer conclusiones constructivas. Si los factores de resiliencia (y, por lo tanto, también de vulnerabilidad) humanos provienen de tantos escenarios, no podemos permitirnos descuidar ninguno. Hay mucho que nosotros mismos podemos hacer para protegernos. Pero también hay mucho más que proviene del entorno comunitario en el que nos haya tocado vivir, de cómo nos protege el tejido social que nos rodea, de cómo nos sentimos amparados por el sistema, por la sanidad, etc. Cuidémonos y cuidemos de los demás, pero a todos los niveles.
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