No hay duda de la relación entre el hartazgo colectivo y el despertar de emociones tan desagradables como la violencia, el enfado o la ira. Lo primero no conduce necesariamente a lo segundo pero el recorrido sí es lineal cuando, antes de llegar a hablar de lo que causa nuestros estados de irascibilidad, resulta que la incertidumbre y la indefensión nos han llevado por el camino de la incomprensión, la desprotección, la decepción o la desconfianza.
Seguro que muchos lectores se reconocen en algún punto de este incómodo camino. Ya lo advertía la OMS a finales de 2020, la fatiga pandémica genera, como mínimo, desafección. Y pone en riesgo el respeto por las normas que marca la emergencia sanitaria actual. De ahí a la rebeldía, solo hay unos pocos pasos. Cuando el horizonte se nos sigue antojando inalcanzable, cuando las renuncias son muchas y tenemos la sensación de que lo que se logra a cambio es bien poco, casi insignificante, entonces la desmotivación más absoluta se apodera de nosotros. Y las consecuencias de ello son diferentes en función de nuestro perfil de personalidad y del contexto vital en el que nos encontremos.
Este deterioro anímico progresivo y generalizado al que estamos asistiendo, el que se ha denominado fatiga pandémica y que hace referencia al cansancio colectivo del que hablábamos a principio, es transgeneracional, pero no todas las personas lo expresan del mismo modo.
En este contexto, los medios de comunicación llevan semanas informando de episodios bochornosos de agresividad y violencia desproporcionados e incomprensibles. Palizas a agentes de seguridad en el metro por recordar a unos viajeros el uso obligatorio de la mascarilla; proliferación de actos vandálicos de todo tipo; fiestas que terminan a golpe de peleas con la policía, desalojos y destrozos… El espectáculo es ciertamente bochornoso y en cada nueva noticia aparecen siempre “los jóvenes” como protagonistas.
Cierto es que a la juventud, por naturaleza, se le asocian ciertas tendencias más irracionales o impulsivas. O una mayor tendencia a la rebeldía o a la agresividad en tanto en cuanto hablamos de una etapa vital en la que uno se guía por ideas quizá más rígidas, extremas o polarizadas. Una etapa en la que la pertenencia al grupo es fundamental para formular cualquier tipo de reivindicación – y todos conocemos el efecto de la responsabilidad diluida en el grupo – y un momento evolutivo que se presta más a la búsqueda de experiencias y el coqueteo con el consumo de sustancias en búsqueda de una mayor desinhibición.
También, hoy de nuevo y para más inri, las cifras vuelven a indicar que los contagios por COVID se han disparado en la franja de edad comprendida entre 15 y los 25 años. Pero, con todo y con eso, cometeríamos un inmenso error señalando a los jóvenes como culpables o causantes de todo; como seres incapaces de ejercer el autocontrol y de seguir las normas; rebelándose sin causa y provocando males mayores.
No se pasa tan fácilmente de una sólida educación en valores a la arrogancia y el incivismo más absoluto. No es tan fácil, tampoco, pasar de un proceso de socialización normalizado a la barbarie y al vandalismo.
Puede molestarle a cualquiera que le recriminen el uso inadecuado de la mascarilla, puede uno pensar que está siendo señalado injustamente por un desliz en un momento puntual, y puede uno enfadarse consigo mismo y hasta con el de al lado; pero se queda muy lejos de encararse con él con ánimo de partirle el cráneo. Detrás de esas vergonzantes escenas hay un narcisismo muy particular que, por fortuna, no podemos generalizar a la sociedad, ni a una generación siquiera. Detrás de esos patrones de comportamiento hay personas carentes de valores, carentes de empatía, emocionalmente pueriles, seguramente también algo antisociales y egóticos, que no son capaces de asumir ningún tipo de renuncia individual, porque no han llegado nunca a interiorizar el concepto de sacrificio del individualismo por el bien colectivo.
Y, en cuanto a las oleadas de violencia a las que hemos asistido en ciudades como Madrid y Barcelona, entre otras muchas, desde comienzos de este año, con total seguridad los iniciadores o principales hostigadores son perfiles con tendencias antisociales ya de base. Aquellos que se alimentan y se nutren del descontento colectivo y de un periodo psicológico, social y económico convulso, para hacer ruido a su manera. A la manera que siempre han tenido de hacerlo que es quebrantando las normas por el mero hecho de hacerlo, casi por divertimento, sin importarles a quien se llevan por delante.
Cierto es que los jóvenes están frustrados, muchos de ellos tienen motivos para estarlo. Cierto es que pueden haber percibido como injusto que su futuro se haya truncado varias veces y con más intensidad que el de otras generaciones; pero la mayor parte de ellos aguantan estoicamente. Es más, tratan, como todos los demás, de desplegar sus estrategias de afrontamiento mas resolutivas y adaptativas en estos tiempos tan complicados para todo el mundo.
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