Todo el que ha viajado a otro continente sabe que, al margen del coste económico, al importe del pasaje habrá que sumarle el extra del jet lag. Este es un precio que todos pagamos, pero que se ceba especialmente con los niños. Se cobra desde el saldo del bienestar, y a veces durante varios días. ¿Cómo reducir el efecto del jet lag en niños?
Toma nota de lo que puedes hacer para ayudarlos en los viajes transoceánicos y en aquellos en cuyos destinos haya gran diferencia en los husos horarios.
Los desplazamientos transoceánicos son los más complicados, pero lo cierto es que a partir de las cuatro horas ya sentiremos los estragos del jet lag. Este se vive como una sensación algo parecida a la resaca, y por tanto no tiene nada de agradable.
En los niños, el jet lag se traduce en una intensa sensación de molestia y desazón ante la que no saben reaccionar, más que llorando y demandando la ayuda de sus padres.
Cuando uno viaja a lugares lejanos, es esperable que padezca alguno de estos síntomas:
Aunque cada persona es un mundo, la norma es que se necesita un día por cada hora de diferencia en los husos horarios para recobrarse totalmente del viaje. Así, por ejemplo, a la hora de irse a la parte más lejana de América, a Australia o a cualquier punto de Asia desde Europa, uno se lo tiene que pensar mucho.
Sobre todo si viaja con niños, porque al final se puede llegar a necesitar casi una semana para sentirse bien y normalizar los ritmos circadianos respecto al nuevo destino.
La razón de este fenómeno se encuentra en nuestro propio reloj biológico, también conocido como ritmos circadianos. Estos ritmos, que regulan los procesos de sueño y vigilia, están relacionados con el sol y, concretamente, con la luz.
Así, de una forma naturalmente biológica, se espera que uno duerma de noche y se mantenga despierto durante el día. Además, estos ritmos regulan los esquemas de comidas que seguimos habitualmente.
Detrás de estos ciclos se encuentra la melatonina, una hormona que se produce en la glándula pineal del cerebro, precisamente en función de la luz del sol. Interviene, pues, en los patrones de sueño, pero también en la inducción del apetito y en la estimulación de la hormona del crecimiento, tan importante en los niños.
La producción de melatonina es esencial en la medida en que facilita el sueño. Un momento en el que no sólo descansamos, sino que, a nivel cerebral, se produce una especie de “mantenimiento” y reparación natural de las células.
Al viajar se desbaratan todos esos ritmos biológicos de nuestro reloj interno cuando, por ejemplo, y según nuestro cuerpo, son las cuatro de la mañana, pero la hora local indica que son las tres de la tarde.
Los niños son los más afectados por el inconveniente del jet lag implicado en los viajes con diferentes husos horarios. Al fin y al cabo, los adultos sabemos lo que nos pasa y lo podemos racionalizar, pero ellos no. Los niños sólo saben que se encuentran mal y que se espera de ellos cosas como dormir o comer en momentos que no se lo pide el cuerpo.
Por ello, y para reducir los problemas derivados de este mal de las distancias, puede merecer la pena tratar de organizar el viaje de la forma más beneficiosa para todos, pero muy especialmente para los pequeños de la casa.
Si es un viaje extremadamente largo puede ser sensato hacer escala y parar a dormir en una o dos ciudades intermedias.
Con independencia de que hagas alguna parada, prepara a los niños ropa cómoda para el avión, incluso un pijama, para que tengan mayor sensación de descanso.
Llévales alguno de sus juguetes favoritos. Sobre todo aquel que le conforte y tranquilice más cuando llega el momento de dormir.
A la hora de llegar a tu destino, a ser posible, calcula no tener que llegar pronto por la mañana. Ten en cuenta que los niños estarán derrotados y con pocas ganas de hacer turismo (o siquiera de hacer nada). De hecho, es mejor llegar por la tarde para no demorar tanto el acostarse.
Si llegáis por la mañana, trata de evitar que se duerman. Lo mejor es hacer todo lo contrario: que se expongan a la luz del sol y se habitúen cuanto antes a los horarios locales.
Respeta la hora de comer del lugar en el que estés y ofréceles alimentos propios de esa comida aunque no les apetezca demasiado. Así, si es la hora de desayunar, uno no se va a comer una hamburguesa, ni a la hora de la cena leche con cereales.
En cualquier caso, deben obrar ante todo la flexibilidad y el sentido común. Tú que eres quien mejor conoces a tu hijo, sabrás lo que le puede sentar mejor en una situación estresante para él. Preparar algunos snacks un poco atemporales puede ser una buena idea, por lo que pueda pasar. Es esperable que se despierten a mitad de la noche, y tal vez llorando de hambre.
En el nuevo destino, y para facilitar el suelo, intenta evitar que tus hijos hagan uso de las pantallas poco antes de dormir. Se sabe que la luz que desprenden los móviles y las tablets interfieren con la producción natural de melatonina y pueden producir el llamao “insomnio tecnológico”.
Sé realista con los planes. Esto implica no ser excesivamente ambicioso a la hora de planificar excursiones o eventos sociales. Mejor ir poco a poco y sin sobresaturar a los niños.
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