Ni la subida de los carburantes, ni las malas temperaturas serán un impedimento para que la mayoría de nosotros ponga tierra de por medio en Semana Santa, alejándonos de la vorágine de la gran ciudad. Al margen de los forofos de las procesiones, de preferencia pondremos rumbo a lugares con sol y playa, montaña o campo. La elección de estos destinos no es por casualidad, sino que obedece a la necesidad de desconexión psicológica y mental que solo podremos encontrar cuando nos rodeamos de naturaleza. Numerosos estudios han corroborado la relación entre los espacios naturales y la evasión de las tensiones cotidianas y el estrés diario.
“El ritmo de la naturaleza influye enormemente en nuestro cuerpo y mente”, afirma Cuca Azinovic, directora del proyecto Bienestar Consciente, recordándonos algunas investigaciones científicas sobre el tema. En el año 1979 Roger S. Ulrich se propuso investigar en qué modo la naturaleza podía afectar al comportamiento humano. Desde el punto de vista de la mente, los resultados concluyeron que estar expuestos a la naturaleza tiene efectos altamente positivos, ya que incrementa el nivel de afecto, alegría, amista y euforia. Los paisajes naturales tendieron a disminuir los sentimientos de ira y agresividad, mientras que los paisajes urbanos los incrementaron.
Pero las bondades de la naturaleza no se quedan ahí. “Fisiológicamente el resultado también corroboró estos resultados. Con la utilización del electroencefalograma, el equipo de investigación descubrió que contemplar paisajes naturales se asociaba con un mayor amplitud de ondas alfa, lo que a su vez se vinculaba a una producción más elevada de serotonina la hormona de la felicidad”, explica Azinovic.
Y si nos ponemos un poco místicos, podremos incluso afirmar que la naturaleza es algo a lo que pertenecemos por derecho, dado que en realidad es “la cuna de la vida y nuestro medio natural como seres vivos que somos”, reflexiona la experta en mindfulness. Aunque no es la única. La naturaleza siempre ha servido de inspiración al arte y prueba de ello son estas bonitas palabras que le dedicó Robert Louis Stevenson. “No es solo por su naturaleza que el bosque deja huella en nuestros corazones, si no por algo más sutil: esa calidad del aire, esas emanaciones de los árboles, que renuevan y transforman admirablemente el espíritu cansado”.
Aunque muchos padecemos los estragos del estrés diario y negativo al vernos sobrepasados por el ritmo del trabajo y el peso de la responsabilidad económica y familiar, la buena noticia es que podemos luchar contra este estilo de vida agobiante con pequeñas escapadas a lugares con naturaleza.
Profesionales médicos como Frankln B. Haugh describen que “los bosques poseen una influencia alegre y tranquilizadora sobre la mente, especialmente en aquellas personas que están sometidas a un trabajo mental agotador”. Esto bien se refleja muy bien, por ejemplo, en la cultura japonesa, donde el 64% del territorio está ocupado por masa forestal, por lo que hay muchas oportunidades de huir de las grandes ciudades para desconectar en la naturaleza.
Esto mismo nos recuerda también Azinovic: “Algunos estudios han confirmado que pasar mas tiempo en un entorno forestal puede reducir el estrés psicológico, síntomas de depresión y hostilidad, a la vez que mejora el sueño e incrementa el vigor como la sensación de vitalidad”. Pero si no podemos “huir”, “en la actualidad se están realizando investigaciones que demuestran que la facilidad de acceso a una zona verde también actúa como una especie de amortiguador. En concreto, se ha confirmado que las personas que tienen en un radio de 3 kilómetros acceso a una zona verde, tienen menos tendencia a experimentar el impacto negativo del estrés en la salud”.
Al margen de la polución ambiental, uno de los peores efectos de la urbe en cada uno de nosotros es la conocida como “contaminación acústica”, habitualmente subestimada a pesar de constituir un gran foco de malestar para el individuo. Contra ella, nada mejor que realizar algún tipo de retiro alejados del bullicio y del ruido en un espacio natural donde podamos relajarnos mentalmente y alcanzar algún tipo de estado meditativo.
Al fin y al cabo, como explica Cuca Azinoviz, “el silencio nos permite entrar en una mayor intimidad”. Y se refiere a intimidad con nosotros mismos, algo “necesario para la restauración de nuestro equilibrio interno”. “El silencio es reparador porque pensar y reaccionar requiere energía. Cuando el pensamiento es nuestro modo dominante, el anhelo del pasado o la ansiedad del futuro nos producen cansancio”, puntualiza.
Y si antes hablábamos de contaminación acústica por el “martilleo” constante de coches y voces, existe un tipo de sonido que, siendo también constante, tiene precisamente el efecto contrario en nosotros. Hablamos del agua. Verla, sentirla e incluso sólo oírla tiene un impacto terapéutico en nosotros que favorece el sueño y el descanso. Es así porque nuestro organismo no siente amenaza por el sonido de la naturaleza, sino que, por el contrario, esta le infunde un mensaje de tranquilidad. Quizá por eso, lo primero que escucharemos a la hora de recrear un espacio “zen” será el sonido del mar o de bucólicas cascadas.
En resumen: los mejor es escaparse sí o sí de la ciudad. Y si todavía estamos dudando sobre un destino vacacional idílico, Cuca Azinovic nos aconseja asistir a algún tipo de retiro de carácter un poco más espiritual y holístico. “En un retiro de meditación, a medida que nuestra mente se va calmando, podemos oír el viento, la lluvia, los pájaros, en definitiva, volver a conectar con la naturaleza. Nuestras mentes y nuestros cuerpos se abren a esa naturaleza que nos parece inaccesible en nuestra oficina herméticamente sellada o en la ciudad bañada por cemento”.
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