Todos sabemos que madre no hay más que una, pero distinto es el asunto de los hermanos. ¿Qué sucede cuando no los hay? ¿De verdad existe un síndrome del hijo único? Mucho se ha hablado de ello e incluso algunos estudios señalan diferencias demostradas entre los hijos únicos respecto a los niños que sí tienen hermanos. Mito o realidad, repasamos las características más significativas de los hijos únicos, coronados desde su nacimiento como los eternos protagonistas de la casa.
Sea o no verdad que los hijos únicos son diferentes, esta es una realidad que les persigue. Ejemplo de ello es que cuando alguien con hermanos conoce a un hijo único, casi lo mira con un poco de pena o manteniendo una consideración especial. Como esperando que pueda tener alguna tara psicológica o, como mínimo, algún defectillo.
Este no tendrá que ser grave, por supuesto, y en todo caso, será justificable a ese gran vacío que se presupone al hecho de no tener hermanos. Esto son estereotipos, claro está. Los más frecuentes alrededor de los hijos únicos nos llevarán a esperar en ellos comportamientos egoístas, por aquello de que no han tenido que compartir.
Los niños sin hermanos es cierto que no han tenido que “luchar” por cosas tan básicas como la comida o los juguetes. Este hecho les priva de un buen aprendizaje por la lucha de recursos en la vida real. Puede hacer que, cuando vayan a otras casas o vayan haciéndose más mayores, consideren llamativo el compartir o, incluso, el hecho de tener que darse prisa a la hora de tomar su porción, por ejemplo, de la fuente de comida.
Sin embargo, como cualquier otro niño, el hijo único no tardará en aprender a través de la observación. A las dos primeras frustraciones comenzará a actuar como los demás y a luchar por lo que le corresponde. No olvidemos que estos niños, aunque estén solos en su casa, también van al colegio y además suelen tener primos con los que aprender a relacionarse de forma similar a la que hacen los hermanos.
Así y todo, el que estén acostumbrados a tener sus cosas y que nadie las toque no les convierte en egoístas, ni quiere decir que no estén dispuestos a compartir. A su favor, se puede decir que no tienen una referencia en cuanto a lo que es recibir mucho o poco en cuanto a cosas tanto materiales como en lo que concierne al afecto y atención parental. Tengamos en cuenta que los niños con más hermanos, en cambio, sí pueden sentir en su fuero interno (sea o no verdad) que los demás reciben más que ellos o que hay algún tipo de favoritismo hacia otro de sus hermanos.
A nivel de afecto y atenciones, queda claro que en el seno del hogar, los hijos únicos nunca han tenido que competir con otros niños de edad similar por la atención de sus padres ni por la de otros adultos o figuras de referencia como los hermanos mayores. A estos efectos, estos pequeños suelen desarrollar una personalidad parecida a la de los niños primogénitos. Su condición de hijos únicos les otorgará un estatus de protagonismo difícil de discutir. Sin embargo, el protagonismo es como el liderazgo, que se lo dan a uno: no es algo que se puede reclamar.
Ser el rey de la casa, por otra parte, no tiene por qué tener nada de malo. Lejos de eso, significará sentirse muy querido y estar bien atendido; con un puntito más de atenciones de lo normal, eso sí. Psicológicamente es positivo para el niño y para el desarrollo de su autoestima y confianza en sí mismo. Muy distinto es el caso del “niño emperador”. Es el pequeño déspota que consigue todo lo que quiere, maltrata a sus padres, y con el tiempo los convierte en esclavos de sus deseos.
Los hijos únicos se encuentran a gusto entre adultos
Este modelo de conducta, lamentablemente muy habitual en nuestros días, no tiene por qué darse en los hijos únicos. También conviene señalar que al niño emperador lo empoderan o hacen así sus padres. Estos progenitores, conocidos como hiperpadres, por error, tratan de evitar la frustración de su hijo a toda costa, concediéndole todos sus caprichos, y haciéndole un flaco favor, al llevarle a un aprendizaje erróneo sobre la vida y la relación con los demás.
El no tener hermanos afecta a la percepción de su realidad infantil, en la que sus padres son “todo su mundo”. Esto puede llevar a que a veces, como niños, no sientan las fronteras entre ellos y los adultos. Así, el pasar tanto tiempo con sus progenitores les hará sentirse muy cómodos entre los adultos. Por su parte, los padres también podrán a veces sentirse un poco “agobiados” por tener al niño pegado todo el día. De hecho es típico de progenitores de hijos únicos el estar persiguiendo a otras familias con hijos, buscándoles algún plan para que puedan jugar los niños, y ellos también poder respirar un poco e incluso tener intimidad como pareja.
Este hecho de procurarles encuentros con otros niños para jugar será especialmente importante para toda la familia. En cualquier caso, los hijos únicos están acostumbrados a pasar ratos solos y suelen desarrollar el gusto por actividades individuales, como la lectura, los puzles, los legos o los videojuegos. Una vez más, no hay que confundir el que estén entreteniéndose solos con que tengan sentimientos de soledad. Esto último se asocia al desamparo y no tiene por qué ser el caso.
Como pasa con casi todo, sobre los hijos únicos hay estudios de casi todos los colores. En general, la mayoría les confieren variables muy positivas en cuanto a desarrollo de la inteligencia, la autonomía e incluso la motivación y ajuste personal. Algunas de las investigaciones sugieren incluso un desarrollo cerebral diferente y superior en las zonas de la inteligencia. Hecho que se relaciona con una mayor creatividad fruto de haber tenido que ser imaginativo a la hora de entretenerse solos. En lo social, se les atribuye un mejor vínculo con sus padres. Y sus relaciones con otros niños no se ven resentidas, sino que son capaces de entablar amistades y vínculos muy positivos, alejados del narcisismo que habitualmente se les atribuye.
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