Obviando salvedades, en nuestros días es incuestionable que un encuentro sexual entre un hombre y una mujer busca complacer a ambos. Además, generalmente se consigue, aunque no necesariamente la pasión y el deseo más fogosos van de la mano de los orgasmos más extraordinarios. Por lo menos, las primeras veces. Contrariamente a eso, las expectativas y la ansiedad de “cumplir”, unido al desconocimiento de la otra persona, pueden llegar a enturbiar un sexo satisfactorio. Te explicamos cuáles son los miedos sexuales más frecuentes a los que se enfrenta el hombre cuando se acuesta con una mujer por primera vez.
Allá por los años 60, los sexólogos Masters y Jonhson definieron la respuesta sexual humana y resultó ser la misma tanto para el hombre como para la mujer. Con sus matices diferenciales, por el tema genital y biológico, pero las fases son las mismas, y contemplan el orgasmo para ambos.
Esto supuso toda una novedad en una sociedad acostumbrada al sexo únicamente para complacer al hombre y en el que la satisfacción femenina era lo de menos.
Palabras como “frigidez” o que la mujer fuera “una frígida” eran una cosa normal cuando no se comprendían la sutileza ni el enorme potencial de la respuesta sexual femenina. Recordemos que la mujer, a diferencia del hombre, cuenta con capacidad no sólo multiorgásmica, sino con orgasmos de diferente tipo.
Con la divulgación de todos estos estos hechos, científicamente comprobados, se logró cambiar la motivación masculina anterior de centrarse en su propio placer, por la de procurar a toda costa el placer femenino sexual.
Las consecuencias de la igualdad sexual, sin lugar a dudas, fueron y han sido muy beneficiosas para la mujer, que desde entonces por fin se pudo “soltar el pelo” y disfrutar. En nuestros días, estos cambios forjados por los sexólogos norteamericanos ya están plenamente consolidados.
Por eso las relaciones de pareja han dejado de ser tan rígidas y estructuradas, para vivirse de una forma mucho más natural. La mujer ya no tiene por qué llevar ese rol pasivo de antaño y esperar a que se le acerque el hombre o a que lleve la iniciativa.
Así las cosas, toda esta liberación se tradujo también en una cierta presión para el hombre. Un nivel de autoexigencia tan alto que puede llegar a interferir con el placer, amén de una cierta amenaza para el ego masculino.
La inseguridad sexual no es patrimonio exclusivo de ninguno de los géneros. Por tanto, hombres y mujeres son proclives a sentir cierta ansiedad a la hora de conocer a alguien íntimamente por primera vez. Sin embargo, serán pocos los hombres que permitan que el miedo interfiera hasta el punto de dejar escapar una oportunidad sexual.
Entre estos temores masculinos ya no sólo debemos hablar de la preocupación sobre el tamaño del pene o sobre tener un “gatillazo”, ya que esta es visión es demasiado reduccionista. También les importan otras cosas.
Entre las primeras de la lista se encuentra el no ser capaz de complacer a la mujer o el sospechar que no ha sido tan bueno en la cama como algunos de sus amantes anteriores.
Otro tipo de inseguridad tiene un cariz más personal y afectivo. Tiene relación con el miedo al abandono o a la búsqueda de otros amantes por parte de la mujer, si no llegara complacerla.
Esta inseguridad se debe a la percepción de una realidad en la que existe mucha competencia, mucho campo donde elegir, y una tendencia cada vez más frecuente a un hedonismo por el que no se está dispuesto a renunciar a algo a cambio de nada.
En otras palabras: el hombre puede temer que la mujer se vaya con otro “si no lo hace bien”. Algunos resquemores no tienen que ver con la anticipación o el “antes de”, sino que se manifiestan durante el propio acto sexual.
Este continúa siendo un asunto de primordial preocupación. Incluso cuando él está bastante seguro de que su tamaño cumple con los cánones de la normalidad, o hasta de que los supera, tampoco sabe qué es lo que la mujer ha visto hasta el momento.
Si es la primera vez, será raro que se sienta del todo cómodo mostrándolo abiertamente. Incluso se podrá poner nervioso si se le observa poniéndose el condón.
La presión del Kamasutra es común en ambos sexos. Su resultado es creer que el emplear muchas y diferentes posturas, cuanto más exóticas, mejor, es sinónimo de un sexo fantástico y de película.
Sin embargo, lo cierto es que, en cuanto a las posturas, es mejor ser natural y que las cosas no vayan forzadas. Es difícil pensar en algo peor que en sufrir, por ejemplo, una contractura o un tirón, y encima tener que parar para decirlo.
Para sentir que lo es, el hombre tiene que creer que lo está haciendo bien como amante. La mayoría de los hombres sienten ansiedad de ejecución durante el contacto sexual, y sus actos van guiados a veces por la incertidumbre y por no estar del todo seguros de estar o no complaciendo a la mujer.
Al igual que le pueda pasar a la mujer, cuando no tienen confianza, los hombres suelen sentir vergüenza de emitir sonidos mientras hacen el amor. Por ello a veces tratarán de evitarlo a toda costa. Ya puedan estar disfrutando del mayor placer de su vida, casi siempre tratarán de ser silenciosos para no sentirse ridículos.
Por intimidad no se entiende dormir bajo las mismas sábanas, sino “compartir” algo, unas emociones más allá de lo meramente tangible. Un ejemplo de esta intimidad está en mirarse a los ojos a la hora de hacer el amor. Esto es especialmente significativo con los amantes nuevos.
Muchos hombres temen el contacto ocular. Por resultar demasiado íntimo y porque supone dar un paso más en ese acercamiento emocional que tanto se facilita con el sexo.
También es algo que le preocupa a la mujer, pero todos sabemos que el olor a sudor masculino es mucho más fuerte. Dejando de lado el tema de las feromonas y de las sustancias químicas que potencian el deseo sexual y que podrían estar presentes en el sudor, la realidad es que el mal olor es todo lo contrario a un afrodisiaco. En el sexo oral estas preocupaciones se multiplicarán por diez.
Una vez terminado el acto sexual, es habitual que toque ir al baño. El paseo que tiene que darse desnudo para llegar hasta allí supone dos retos importantes para él.
El primero es no mostrar las partes de su cuerpo que le acomplejan. El segundo, ¡no hacer ruido una vez dentro! Esta inseguridad es compartida por la mujer, todo sea dicho.
El gatillazo es lo que les sucede cuando no consiguen la erección a la hora de ejecutar el acto sexual. Generalmente sí que ha habido una excitación previa, pero él pierde la erección de repente, y no se puede concluir el sexo con penetración. Un gatillazo no es sinónimo de impotencia, ya que hay que matizar que es algo puntual.
Sin embargo, cuando sucede, el hombre lo vive como una derrota personal. La mujer debe ser muy cuidadosa si se ve en esta situación y procurar no darle importancia.
Si hiere sus sentimientos por ahí, es posible que el hombre se aleje, aunque nunca reconocerá la razón. Este mismo consejo es extensible a casos de impotencia, de eyaculación precoz o de eyaculación retardada. Recordemos que la primera vez nunca es representativa de lo que puede llegar a ser.
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