“He llegado a pensar que ojalá me hubiera dado una paliza. Ojalá hubiera dejado una marca física de todo lo que me estaba haciendo. Solo así me habría dado cuenta o solo así me podrían haber ayudado desde fuera”. Esta afirmación, tan tremenda como sincera, es de una de mis pacientes. Llegó a la consulta exhausta, absolutamente desgastada, anulada, creyéndose la persona más insignificante sobre la faz de la Tierra. Decir que estaba desesperada es poco, porque hasta en la desesperación se esconde cierto halo de rabia. En ella no quedaba ni eso.
Había sufrido una relación de maltrato. Maltrato psicológico. De ese que no se ve porque no te amorata el ojo ni te hace sangre, pero deja una huella casi imborrable. Te noquea de tal modo que te hace perder la perspectiva y hasta las ganas de vivir. Esa forma de maltrato invisible que hace que quien lo sufre llegue a dudar de todo y hasta de sí mismo. Porque incluso las personas que lo quieren son incapaces de reconocerlo, y eso no hace más que sumergir a la persona aún más en la soledad y en la desprotección.
En el año 1944 George Cukor reflejaba a la perfección las dinámicas de interacción, abuso y sumisión que se establecen en una relación de maltrato psicológico. No en vano, su película, ‘Gaslight’ le ha dado nombre a la más feroz y destructiva de todas las formas de maltrato psicológico: el maltrato tipo luz de gas. La constancia y la sutilidad son esenciales para entender el nivel de deterioro que experimenta quien sufre este tipo de acoso, eminentemente mujeres víctimas de violencia de género a nivel estadístico. Aunque he de reconocer que también me he topado con este tipo de relaciones ferozmente abusivas en algún que otro hombre y hasta en relaciones de supuesta amistad.
Constancia y sutileza en las devaluaciones, en las insinuaciones, en los cuestionamientos, en las vejaciones y en la atribución de culpa que hace que la mujer llegue a construir una corriente de pensamiento paralelo. Una en la que duda de todo hasta el punto de dudar de su propia cordura, pues ella es quien nunca recuerda nada con exactitud, quien es responsable de todo, quien nunca sabe de nada, quien actúa siempre con torpeza, quien nunca aporta nada, quien carece de valor y quien, en definitiva, es la única causa de sus propios males.
La persona acosada se convierte en un ser intelectualmente inerte, en una especie de desperdicio humano a quien constantemente hay que guiar, corregir y redirigir. Y, en paralelo, el acosador es ese ser que “te quiere” porque hace el esfuerzo de encargarse de tal estropicio, y porque “si no fuera por él estarías perdida, sin rumbo y sin posibilidad alguna de ser aceptada por nadie”.
Las discusiones son constantes hasta el punto de que se puede llegar a vivir a perpetuidad en ellas. Se llevan al límite de la extenuación y solo pueden ser concluidas por ese “acosador ilustrado”. Él es el que aporta claridad, el que te alumbra con su moralina, el que sienta cátedra y el que te recuerda que “tu inutilidad no tiene remedio”. Parece que solo sobrevives porque le tienes a él a tu lado. A través de este proceso se llega al límite de la extenuación emocional y física, y la persona queda por completo anulada.
Identifiquemos las dinámicas de comunicación y comportamiento más prototípicas de este tipo de maltrato psicológico e identifica si padeces, has padecido o puede que alguien de tu entorno esté padeciendo este tipo de perversa relación:
Es importante que todos conozcamos más acerca del funcionamiento de este tipo de relaciones perversas, pues una vez alguien queda atrapado en ellas también queda desprovisto de toda perspectiva y fuerza para poder salir. Se anulan sus mecanismos de afrontamiento y se destruye su autoestima hasta la máxima indefensión. En la mayor parte de las ocasiones, la toma de conciencia solo es posible si es guiada desde fuera. O si el maltrato pasa a ser también físico y la persona casi da gracias porque un empujón o un golpe le haya abierto los ojos.
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