PSICOLOGÍA

Maltrato psicológico o ‘luz de gas’, ¿cómo puedo identificarlo?

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“He llegado a pensar que ojalá me hubiera dado una paliza. Ojalá hubiera dejado una marca física de todo lo que me estaba haciendo. Solo así me habría dado cuenta o solo así me podrían haber ayudado desde fuera”. Esta afirmación, tan tremenda como sincera, es de una de mis pacientes. Llegó a la consulta exhausta, absolutamente desgastada, anulada, creyéndose la persona más insignificante sobre la faz de la Tierra. Decir que estaba desesperada es poco, porque hasta en la desesperación se esconde cierto halo de rabia. En ella no quedaba ni eso.

Había sufrido una relación de maltrato. Maltrato psicológico. De ese que no se ve porque no te amorata el ojo ni te hace sangre, pero deja una huella casi imborrable. Te noquea de tal modo que te hace perder la perspectiva y hasta las ganas de vivir. Esa forma de maltrato invisible que hace que quien lo sufre llegue a dudar de todo y hasta de sí mismo. Porque incluso las personas que lo quieren son incapaces de reconocerlo, y eso no hace más que sumergir a la persona aún más en la soledad y en la desprotección.

El maltrato tipo luz de gas hace que la mujer dude de todo (Foto: Unsplash)

Este tipo de maltrato psicológico afecta principalmente a las mujeres

En el año 1944 George Cukor reflejaba a la perfección las dinámicas de interacción, abuso y sumisión que se establecen en una relación de maltrato psicológico. No en vano, su película, ‘Gaslight’ le ha dado nombre a la más feroz y destructiva de todas las formas de maltrato psicológico: el maltrato tipo luz de gas. La constancia y la sutilidad son esenciales para entender el nivel de deterioro que experimenta quien sufre este tipo de acoso, eminentemente mujeres víctimas de violencia de género a nivel estadístico. Aunque he de reconocer que también me he topado con este tipo de relaciones ferozmente abusivas en algún que otro hombre y hasta en relaciones de supuesta amistad.

Constancia y sutileza en las devaluaciones, en las insinuaciones, en los cuestionamientos, en las vejaciones y en la atribución de culpa que hace que la mujer llegue a construir una corriente de pensamiento paralelo. Una en la que duda de todo hasta el punto de dudar de su propia cordura, pues ella es quien nunca recuerda nada con exactitud, quien es responsable de todo, quien nunca sabe de nada, quien actúa siempre con torpeza, quien nunca aporta nada, quien carece de valor y quien, en definitiva, es la única causa de sus propios males.

La persona que lo sufre llega al límite de la extenuación emocional y física (Foto: Unsplash)

El maltrato luz de gas lleva hasta la extenuación a quien lo sufre

La persona acosada se convierte en un ser intelectualmente inerte, en una especie de desperdicio humano a quien constantemente hay que guiar, corregir y redirigir. Y, en paralelo, el acosador es ese ser que “te quiere” porque hace el esfuerzo de encargarse de tal estropicio, y porque “si no fuera por él estarías perdida, sin rumbo y sin posibilidad alguna de ser aceptada por nadie”.

Las discusiones son constantes hasta el punto de que se puede llegar a vivir a perpetuidad en ellas. Se llevan al límite de la extenuación y solo pueden ser concluidas por ese “acosador ilustrado”. Él es el que aporta claridad, el que te alumbra con su moralina, el que sienta cátedra y el que te recuerda que “tu inutilidad no tiene remedio”. Parece que solo sobrevives porque le tienes a él a tu lado. A través de este proceso se llega al límite de la extenuación emocional y física, y la persona queda por completo anulada.

Ofensas, desprecios y culpas que dejan a quien lo padece en una indefensión absoluta (Foto: Unsplash)

Los desprecios y las ofensas son constantes

Identifiquemos las dinámicas de comunicación y comportamiento más prototípicas de este tipo de maltrato psicológico e identifica si padeces, has padecido o puede que alguien de tu entorno esté padeciendo este tipo de perversa relación:

  • Se cuestionan constantemente todos y cada uno de los puntos de vista que la persona expresa.
  • La devaluación es sutil pero finalmente constante y clara: se infravaloran, critican y desprecian todas las apreciaciones, conocimientos, habilidades o aseveraciones de la persona acosada.
  • El acosador externaliza su responsabilidad, él no es culpable de la ofensa: el que se ofende es el responsable de hacerlo y no el que le ha causado tal ofensa. A éste se le tilda de exagerado y paranoico. Lo que le sucede y sus emociones al respecto son solo producto de sus erradas interpretaciones, de sus propias distorsiones. Y así el abusador queda exculpado por completo.
  • Los desprecios son intermitentes en la esfera privada, aunque pueden no ser evidentes en escenarios públicos, frente a terceros o en contextos sociales.
La persona que realiza este tipo de acoso utiliza cualquier medio para llevarlo a término (Foto: Unsplash)

Se destruye su autoestima hasta la máxima indefensión

  • La manipulación que sufre la persona abusada es extrema, hasta el punto de que llega a dudar de su propio estado mental, de sus propias vivencias, de sus propios recuerdos.
  • Se coloca a la persona abusada en la posición de tener que defenderse, justificarse, pedir perdón o rectificar constantemente.
  • Las discusiones no tienen final y el abusador adopta una especie de rol de autoridad autoproclamada que le lleva siempre a sentenciar. Sólo él ofrece el “verdadero” punto de vista acerca de lo sucedido. Es él quien concluye, quien juzga y quien siempre tiene la última palabra.
  • La persona abusada se acaba mimetizando con las etiquetas de inutilidad que se le asocian y termina por creer a pies juntillas lo que el abusador dice de ella.
  • Y, para terminar de rizar el rizo de la malignidad y de la perversión, todas estas actitudes suceden en un trasfondo en el que existen, de palabra, expresiones de aparente amor o de intención de cuidado. Tal es la perversión del sentido del afecto que se devalúa hasta el extremo opuesto, hasta hacer entender que quien te cuida lo que hace es salvar a una persona sin valor ni remedio.

Es importante que todos conozcamos más acerca del funcionamiento de este tipo de relaciones perversas, pues una vez alguien queda atrapado en ellas también queda desprovisto de toda perspectiva y fuerza para poder salir. Se anulan sus mecanismos de afrontamiento y se destruye su autoestima hasta la máxima indefensión. En la mayor parte de las ocasiones, la toma de conciencia solo es posible si es guiada desde fuera. O si el maltrato pasa a ser también físico y la persona casi da gracias porque un empujón o un golpe le haya abierto los ojos.

Ana Villarrubia

Psicóloga, terapeuta de pareja. Dirijo el centro sanitario ‘Aprende a Escucharte’ y colaboro en medios. Me interesan las personas: cómo actuamos y cómo nos relacionamos.

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