Cuando se acerca diciembre suceden dos cosas: una, repasamos lo sucedido a lo largo del año, y dos, nos interesamos por lo que puede o va a pasar en el año nuevo. Este año, en concreto, las novedades se han anunciado rápido en lo que concierne a la educación. Aunque estos cambios no convencen a todos, y suponen una amplia polémica en la que se cuestionan contingencias como la del “esfuerzo-recompensa”. La nueva ley de educación para el año que viene permitirá pasar el curso sin aprobar y esto nos lleva a la siguiente pregunta: ¿Todo vale con tal de frenar el fracaso y el abandono escolar?
Tras esta cuestión surgen otras: ¿Dónde quedan los buenos estudiantes?, ¿no hay premio para los niños que se esfuerzan o son académicamente brillantes? Que las notas no cuenten para nada tiene una lectura muy peligrosa que amenaza con terminar con el esfuerzo como principal impulsor de los buenos resultados. Por otra parte, la política del castigo a través del suspenso y de repetir curso, no hace sino abundar en el fracaso y el abandono escolar. Quizá haya otras fórmulas más amables y motivadoras para el alumno. Sin duda, merece la pena sopesar ambas reflexiones.
Los detractores de este decreto encuentran tras él un deseo del gobierno de maquillar y de ocultar unas alarmantes cifras de fracaso y abandono escolar de los niños españoles en comparación con otros países europeos. Alegan, además, que atenta contra el noble principio de la cultura del esfuerzo y del trabajo. Y no falta razón: cuando el resultado es el mismo con independencia del empeño o, lo que es lo mismo, cuando no hace falta esforzarse para llegar al mismo sitio, lo que puede suceder es que se llegue a la conclusión de que para qué hacer nada.
En el ámbito escolar, esto supone que los niños que se esfuerzan dejen de hacerlo. Porque pierdan la motivación, que es precisamente aquello que buscamos mejorar. Así, la nueva fórmula será incentivante para los niños con bajos resultados, pero muy desmotivante para los mejores o los más estudiosos, que no vean recompensa a su esfuerzo. Por otro lado, la falta de baremos, de unidades de medida y criterios unificados implícita en que la repetición del alumno dependa únicamente del juicio subjetivo del profesorado, tampoco parece justa y podría cuestionarse.
Siendo cierto que nunca se deben desligar el esfuerzo y la recompensa como lema y forma de vida, también es verdad que el sistema educativo español es duro con los niños. Comparado con otros países, los niños españoles, tras su jornada escolar, pasan horas en casa todas las tardes “estudiando”. E incluso muchos niños tienen un profesor particular y de apoyo. ¿De verdad es esto necesario?
Pasarse la tarde haciendo deberes y memorizando, para encima suspender luego no puede tener nada de bueno, e invita a hacerse otra pregunta: ¿Acaso esta fórmula repercute en el resultado final de nuestra formación como país? ¿Los españoles están mejor formados o son más listos que los niños de otras nacionalidades? A juzgar por los resultados del informe mundial sobre educación PISA, no es así.
Lo cierto es que en España se suspende mucho, y esto incide necesariamente en la motivación y, por ende, en el abandono escolar. Por ello es necesario analizar todo el sistema. Esto abarca no sólo el contenido de las materias, sino cómo se enseña y, muy especialmente, cómo se evalúa y transmite esa evaluación tanto al niño como a sus padres.
Los resultados de esta reforma aún están por ver, pero sin duda hace falta algún tipo de reestructuración que considere la motivación del alumno como un factor importante, en el sentido más amplio. Y de paso, cambiar un poco una cultura del esfuerzo mal entendida, como es la de sobrecargar al niño con deberes y duros exámenes que muchas veces sólo evalúan su memoria a corto plazo.
La mayoría de las veces los deberes y el modelo de enseñanza magistral se basan en un tipo de estudio memorístico que, no sólo no favorece la adquisición y retención de conocimientos, sino que resulta aburrido, además de frustrante para aquellos niños que puedan tener algún problema a la hora de fijar su atención. Hoy se sabe, gracias a la neuroeducación, que lo que fomentará el verdadero aprendizaje será usar fórmulas que generen su interés natural, motivando y despertando emociones positivas en el niño.
Por otro lado, en edades tempranas, los niños lo que tiene que hacer es jugar y hacer deporte en su tiempo libre. Esta vía lúdica les sirve, no sólo para ser más felices “trabajando” en sus relaciones sociales y en equipo, sino también velando por su bienestar a largo plazo, generando estilos de vida saludables. Ya tendrán tiempo de trabajar y “demostrar” cuando sean más mayores.
Cuando suspenden muchos niños en una clase, este hecho no debe entenderse como un triunfo del profesor o del centro escolar, que por duros y estrictos, imprimen un nivel académico “alto” en el colegio. Lejos de eso, el fracaso escolar en un aula debe hacer que el profesor se replantee su forma de enseñanza y de evaluación. El suspenso generalizado es un error del educador y del colegio, no del alumnado.
Por otro lado, no debemos olvidar el factor de la madurez. O mejor dicho, inmadurez, en este caso, que es lo que tienen los niños. En edades tempranas no se tienen muy claras las consecuencias de los actos. En este caso, de lo que pueden suponer las notas. Incluso hay niños que suspenden en edad escolar por pura rebeldía adolescente, llegando posteriormente a sacar notas brillantes a medida que van adquiriendo madurez y conciencia sobre lo que pueden llegar a hacer. ¿Merecen repetir estos niños sólo porque tengan un grado más lento de madurez?
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