No es una impresión subjetiva: lo dice la ciencia. Con mascarilla estamos más guapos. Al menos así nos valoran los demás. Un curioso estudio de la Universidad de Pensilvania, al que sus autores han bautizado con el simpático nombre de ‘The Beauty and the Mask’ (La Bella y la Máscara) empleó el pasado mes de agosto una muestra de 500 participantes que, de manera casi sistemática, avalaron estas conclusiones: “Los rostros cubiertos con mascarillas quirúrgicas son juzgados como más atractivos que los que no lo están”.
A los 500 participantes les fueron presentadas una serie de fotografías de personas con los dos tercios de su rostro cubierto por las mismas mascarillas, esas que ahora todos debemos llevar por obligación. Se les pidió que emitieran un juicio valorativo acerca del atractivo de esas personas para posteriormente repetir el mismo proceso con las fotografías de las mismas personas, pero sin mascarilla. Resultó que, en paralelo y sin ser conscientes de ello, los participantes emitieron juicios mucho más positivos acerca de la belleza de los rostros de las fotos cuando llevaban puesta la mascarilla en comparación con las fotos del rostro descubierto. De hecho, algunas personas aumentaron su “guapura” hasta un 71% solo con llevar puesto el tapabocas.
Lo cierto es que las conclusiones son bastante llamativas, ¿no crees? Habida cuenta de que hablamos de tapar unos dos tercios del rostro, y de hacerlo además con un utensilio tan necesario como, a priori, poco atractivo. ¿Cómo se explica entonces que los demás nos parezcan más guapos con mascarilla que sin ella? La explicación, una vez más, no es nada aleatoria y la encontramos tanto en la ciencia como en la filosofía o la antropología. Veamos en qué consiste tal explicación y tratemos de entender con raciocinio.
Pensemos, por un lado, en cuáles son los cánones de belleza que rigen en la sociedad actual. O que llevan rigiendo, en términos generales, prácticamente desde la Antigua Grecia. La base de la belleza reside en la simetría. Nos gustan los rostros simétricos. No en vano, cuando nos maquillamos lo hacemos precisamente para corregir imperfecciones y asimetrías. La simetría no solo es atractiva, sino que, además, se asocia a la perfección.
Y, veamos, por otro lado, cómo nuestra mente procesa la información visual que recibe. Lo sabemos a través de las leyes básicas de la psicología, principalmente en su vertiente gestáltica. Y también a partir de numerosísimos estudios neurocientíficos y neuropsicológicos que han ahondado en el concepto de terminación modal. Nuestro cerebro necesita darle sentido a lo que percibe. Y por ello dota de coherencia a las figuras incompletas mediante el “rellenado” de aquellas partes que le son inaccesibles.
Ahora bien, ya puestos a completar, ¿con qué rellenamos aquello de lo que no disponemos? Pues con una proyección de aquello que sí conocemos, y de aquello que pertenece al ideal conceptual que hemos adquirido. Por ello, todo lo que queda oculto bajo la mascarilla, nuestro cerebro lo reconstruye de acuerdo a esos criterios de perfección interiorizados. A unos ojos bonitos (qué ojos no lo son, cuando son el espejo del alma y nuestra mayor ventana de expresión emocional) le serán atribuidos automáticamente unas facciones de lo más agradables.
Por ejemplo, una nariz proporcionada, unos labios bellos, una sonrisa perfectamente blanca y alineada, un mentón equilibrado, etc. La realidad sin mascarilla es bien diferente: ninguna nariz es perfecta y la inmensa mayoría de las sonrisas son desiguales. De ahí que quitarse la mascarilla pueda provocar hoy en día más de una decepción, además de que pone en riesgo nuestra salud.
Mi consejo si estás en una fase de búsqueda de pareja o de ganas de conocer gente nueva es que no te quites la mascarilla si no es prudente hacerlo. Pero que tampoco alimentes en exceso el mito ideal de lo que se esconde tras ella, pues el poder de la expectativa frustrada es devastador.
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