La pandemia ha cambiado nuestros hábitos de comportamientos y nuestras formas de relación social casi tanto como ha cambiado nuestra concepción del mundo. Primero fueron la preocupación y la incertidumbre, después se abrieron paso las renuncias, las pérdidas y toda la tristeza asociada. Todo para que hoy, 9 meses después, se haya exacerbado nuestra sensación de vulnerabilidad. Hasta el punto de que muchas personas se sienten perdidas o indefensas. Por ello, la última ola, más allá de la vacunación de la inmensa mayoría de los habitantes de países desarrollados, y en paralelo al drama más prolongado de los países pobres, que apenas podrán vacunar a una parte ínfima de sus conciudadanos. Mientras que países como el Reino Unido dispondrán de fármacos como para inocular varias veces a cada uno de los suyos. La tercera ola será la de los problemas de salud mental.
La avalancha de casos en atención primaria, atención psiquiátrica, atención hospitalaria y atención privada ambulatoria desbordó a los profesionales de la salud mental allá por los meses de junio y julio. Ya se habían atendido numerosos casos nuevos durante el confinamiento, por vía telemática. Sin embargo, la incierta vuelta a la vida terminó por desestabilizar los recursos de afrontamiento psicológicos. Tanto de personas con antecedentes y vulnerabilidades previas, como de otros individuos que jamás en su vida habían tenido contacto con la psicología o la psiquiatría.
Los dataos son alarmantes. Entre un 30% y un 40% de españoles estaría padeciendo hoy en día síntomas clínicamente significativos, es decir, graves e incapacitantes en mayor o menor medida, de ansiedad y de depresión. Son los datos del Consejo general de la psicología a nivel nacional. Otros estudios llevados a cabo por universidades y centros de investigación españoles arrojan datos aún más elevados.
Si preguntamos los profesionales de a pie, entre los que se encuentra una servidora, el discurso es claro y generalizado: se han disparado los síntomas de ansiedad y de depresión. Entre ellos destacan la baja tolerancia a la incertidumbre, los problemas adaptativos frente a diversos cambio y pérdidas, la preocupación intrusiva por el futuro, las hipocondrías, las fobias, los duelos complicados, la tristeza patológica, etc.
Todo esto, en un contexto nada preparado para asumir tales cargas. España es uno de los países que cuenta con menos psicólogos clínicos en su sistema nacional de salud, en comparación con otros países vecinos. Tenemos 6 psicólogos por cada 100.000 habitantes, mientras que la media europea asciende a 18 profesionales de la psicología clínica por cada 100.000 habitantes. Por ello, la búsqueda de atención psicológica especializada a menudo recae sobre las espaldas del propio paciente. Éste en caso de no disponer de algún tipo de recurso solidario asistencial o aseguradora privada, ha de tomar la decisión de financiar por su cuenta el acceso al apoyo psicológico.
En este contexto psicosocial e institucional tan poco preparado para asumir tales cargas, no es de extrañar que se hayan vuelto especialmente relevantes los Programas de Apoyo al Empleado (PAE). Estos servicios, hasta el momento, eran incluso desconocidos por los trabajadores que podían beneficiarse de ellos. Se trata un servicio de acompañamiento que, como su propio nombre indica, proporciona soporte terapéutico a los trabajadores en el seno de la organización que los contrata.
Según datos internos de la consultora Affor Prevención Psicosocial, que da cobertura a 300.000 empleados a través de este servicio, la demanda de este ha experimentado un crecimiento del 67% a lo largo de este año. En sintonía con los amenazantes factores ambientales con los que a todos nos ha tocado lidiar en este 2020 pandémico, muchas de las consultas a este servicio han tenido que ver con el COVID y todas sus derivadas, pero no solo. En este tipo de servicios ya se venían atendiendo tanto consultas relacionadas con motivos profesionales como otras directamente vinculadas a la esfera estrictamente personal de los trabajadores.
Sin embargo, en los últimos meses, se ha observado un hilo conductor en el aumento de las demandas de servicios de apoyo psicológico: la crisis sanitaria. Esto se ha notado en las consultas motivadas por la atención a factores individuales, dificultades personales, factores de personalidad, duelos relacionados con el COVID, problemas de pareja, problemas de relación o comunicación con los hijos, etc. En cuestiones sociales, especialmente en el ámbito de las relaciones familiares. Y en aquellas de mayor contenido laboral, ansiedad relacionada con las dificultades para conciliar vida familiar y profesional, cambios de ritmos en la organización del trabajo, aumento de las horas de trabajo una vez se ha trasladado la oficina al domicilio, etc.
Los PAE no se estructuran de la misma manera que una terapia psicológica al uso. Sin embargo, siguen una estructura que puede resultar útil y suficiente en el abordaje de muchas de las dificultades de la vida cotidiana. En primer lugar, es un psicólogo el que recibe, comprende y orienta la demanda. En segundo lugar, se diseña una intervención psicoeducativa para ayudar al consultante a que comprenda su situación desde otro punto de vista. Y, en tercer lugar, de manera individualizada y en función de cada caso, se aplican las técnicas de intervención psicológicas que se estimen oportunas. Del mismo modo, se dota a la persona de las herramientas necesarias para una adecuada gestión de su problemática y de su situación personal.
Cierto es que los PAE proporcionan a la organización un mapeo en tiempo real de las necesidades emocionales de sus equipos de trabajo. Entendiendo que dicha información se proporciona siempre respetando la más absoluta confidencialidad de los usuarios. Se entiende que las ventajas de los PAE son múltiples, tanto para las empresas como para sus asalariados.
Desde el punto de vista de la empresa, los PAE contribuyen a diseñar con acierto programas de prevención de riesgos laborales. Además, facilitan la puesta en marcha de medidas organizacionales orientadas tanto a mejorar el bienestar y la salud emocional de los empleados, como a prevenir las incapacidades laborales. De ellas, el 60% viene determinado por una mala gestión del estrés.
Mientras que para el empleado, los PAE son un recurso útil para abordar con rapidez muchas de esas dificultades cotidianas. Problemas que evaluados y tratados a tiempo, no tienen por qué generar un mayor deterioro en los niveles de funcionamiento y equilibrio emocional de las personas.
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