Cuando llega la Navidad, pronto comienza a resonar el ‘Vuelve… a casa vuelve…’ tan oportuno del turrón, para hacernos sentir esa llamada a reunirnos con la familia. Por más que tengamos nuestras diferencias o hayamos discutido con nuestro padre o hermano, según asoma diciembre, se despierta una nostalgia sentimental en todos nosotros. Pero, ¿por qué sucede?
“La gente siente más nostalgia durante estas fechas porque se reavivan los recuerdos y se renuevan las relaciones. Durante las vacaciones, familias y amigos se reúnen para celebrarlo y volver a conectar”, explica la doctora en psicología y experta en nostalgia Krystine Batcho.
En estos días se reproducen las vivencias emocionales experimentadas junto a esos seres queridos en algún otro momento de la vida, a través del recuerdo evocado al ver fotografías, por ejemplo. O, simplemente, hablándose de los familiares que ya no están entre nosotros. La Navidad proporciona ese momento único en que “amigos y parientes vuelven a ponerse en contacto, con llamadas telefónicas, cartas, tarjetas de felicitación y publicaciones en sitios de redes sociales”, recuerda esta doctora. Y la activación de estos recuerdos “nos ayuda a llevar un registro de lo que ha cambiado y lo que ha permanecido igual en nuestras vidas, y en nosotros mismos”.
El término nostalgia lo utilizó por primera vez el médico suizo Johannes Hofer a finales del siglo XVII, para describir la añoranza del hogar que sentían los soldados en campaña. Sin embargo, en la actualidad, “la nostalgia hace referencia al dolor que se asocia a la ausencia o a la pérdida de alguien o algo querido”, refiere la terapeuta Gestalt Clotilde Sarrió, con clínica en Valencia.
Al igual que la doctora Batcho, refiere el contexto de las fiestas navideñas, repletas de celebraciones familiares, como fechas en las que hay una especial predisposición a la nostalgia. Advierte, además, que es una reacción que se agudiza con el paso de los años. “El sentimiento nostálgico navideño suele ser más intenso en las personas mayores por su predisposición a la introspección, a hacer un balance de lo logrado y de lo perdido a lo largo de la vida, y también por la toma de conciencia de que su tiempo se acaba”.
Sarrió señala que “la nostalgia no debería relacionarse con la debilidad o la indulgencia, sino que incluso puede ser un recurso para dar significado a una parte vital de la salud mental”. Así lo expresa un reciente estudio del Centro de Investigación sobre la Identidad Personal de la Universidad de Southampton, y que ella nos recuerda. En él concluyeron que «las personalidades nostálgicas son las más fuertes, al ser capaces de ensamblar los fragmentos de su pasado y hacer de la vida un camino compacto. Así, la nostalgia tendría un efecto positivo sobre la salud mental al hacer de puente entre lo que fuimos y lo que somos».
Algo propio de estas fechas es que uno puede estar permanentemente emocionado: triste y alegre a la vez, e incluso llorar de felicidad. Esta paradoja del estado de ánimo se debe a que coinciden estímulos que nos hacen llorar, junto a otros que nos hacen reír. “Entre los primeros encontramos la ausencia de seres queridos y los recuerdos de acontecimientos negativos que salen a relucir en los nuevos reencuentros. La otra cara de la moneda estaría en los rostros de alegría de los niños ante los regalos, o el reencuentro con familiares y amigos a los que hace tiempo no vemos”, expresa la terapeuta. A todo ello se uniría el sentimiento religioso de lo que se está celebrando, aunque cada vez esto cobra menos protagonismo en las nuevas generaciones.
Si bien la nostalgia tiene un papel positivo, como hemos dicho, tampoco nos interesa regodearnos en una sensibilidad a flor de piel, ni mucho menos pensar que todo tiempo pasado fue mejor. Porque no es así. En este sentido, la psicóloga nos aconseja darle al recuerdo el papel y posición que merece. “Podemos contemplar el pasado como un país lejano donde un día vivimos y del que estamos exiliados. Aunque es obvio que en los exilios hay un deseo constante de volver, este deseo no es más que pura nostalgia. Ante esta metáfora sabemos que sería contraproducente que la nostalgia por regresar del exilio monopolizara nuestras vidas. Pero, del mismo modo, los recuerdos forman parte de un patrimonio que nos pertenece y al que no debemos renunciar”.
«Podemos contemplar el pasado como un país lejano donde un día vivimos y del que estamos exiliados», Gestalt Clotilde Sarrió
En los casos en que la nostalgia nos evoque -a través de una fotografía, un perfume, o una canción – unos recuerdos dolorosos, “la solución no estará en negarlos o rechazarlos, pues sería como negar o rechazar nuestra propia biografía”, advierte la psicoterapeuta. Lo adecuado sería “adquirir habilidades para poder manejarlos y aprender a convivir con ellos, procurando ser nosotros y no ellos quienes tomen el control de la situación”.
Quizá la palabra “odiar” es un poco fuerte, pero muchos afirman con rotundidad detestar estas fechas. Las razones pueden estar precisamente en este vaivén emocional, aunque también hay otras. Por ejemplo, en los propios abusos que se hace en las distintas celebraciones con comidas y cenas (de amigos, de empresa…) que después se harán notar en la báscula y en un estómago sensible o resacoso.
La anticipación de la cuesta de enero tampoco es ninguna nimiedad como factor ansiógeno. Tengamos en cuenta que, típicamente, nos vendrá el recibo de la tarjeta, recordándonos todos los excesos realizados, a veces fuera de nuestras posibilidades. A esto se unirán los típicos “propósitos de año nuevo” con los que incurriremos en nuevos gastos para paliar los errores anteriores que precisamente pretendemos enmedar: léase gimnasio, nutricionista o psicólogo.
“No deja de tener su influencia en el malestar que algunos sienten en Navidad, que estas fiestas coincidan con los días más cortos del año, ya que la oscuridad predispone al malhumor e incluso a la depresión, la falta de energía, las alteraciones del sueño y a la baja concentración”, advierte Sarrió.
«La oscuridad predispone al malhumor e incluso a la depresión», Gestalt Clotilde Sarrió
Por último, otro flaco favor al espíritu navideño lo hace ese paradógico empacho de felicidad y buenos deseos manifestado de forma incontrolada en estas fechas. “La hipocresía de los incontables mensajes de felicitación que recibimos de gente a quienes apenas importamos, la imposición de una falsa felicidad promovida por los anuncios de televisión, por películas ñoñas que cada año se repiten en todas las cadenas, o la forzada obligación de lucir una sonrisa radiante, son un cúmulo de factores que obligan a sobreactuar y repercuten en la estabilidad emocional”, sentencia la experta.
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