No me gusta en exceso el término ‘personas tóxicas’ para definir a ese tipo de personas que tenemos a nuestro lado a pesar de que nos hieren o se aprovechan de nosotros. No me gusta porque se ha popularizado hasta el punto de no saber muy bien a qué hace referencia, porque pretende agrupar una realidad demasiado compleja y variada como para contar con un solo rótulo. Y tampoco me gusta porque en teoría, de lo que es tóxico para nosotros nos alejamos de manera instintiva, y de una relación llamada tóxica no siempre es fácil prescindir.
Comencemos, pues, por definir qué es eso a lo que llamamos “gente tóxica”. Veremos que la etiqueta se queda algo simplista al lado de la realidad variopinta que pretende resumir. Las personas que ejercen sobre nosotros un efecto ponzoñoso lo hacen, en primer lugar, porque les hemos concedido el poder de influir sobre nuestras opiniones y decisiones, o porque han conseguido ese privilegio gracias a sus buenas dotes en el arte de la manipulación y el chantaje.
Tal influencia es dañina cuando proviene de alguien cuyo interés no contempla nada más que su propio bienestar. Desde esa relación de pervertida influencia emerge la persona tóxica: interesada o envidiosa, egoísta, emocionalmente despiadada, acaparadora, manipuladora, carente de empatía y dependiente del refuerzo externo. Éstas son las características más básicas de esas personas a las que nos hemos sentido atados desde la irracionalidad, es decir, atados a pesar de ser conscientes del enorme desgaste que esa relación nos causaba.
Y, a partir de esta definición general, son varios los perfiles de personalidades que pueden debilitarnos a base de alimentarse de nuestra fortaleza, de nuestra autoestima y reconfortarse en nuestro debilitamiento. Personalidades narcisistas, histriónicas, límites o psicopáticas, todas ellas son capaces de acercarse a otros por su propio beneficio, sin contemplación alguna, sin detenerse lo más mínimo en ese reguero de cadáveres emocionales que van dejando a su paso. También, aunque en menor medida, algunas personalidades dependientes pueden llegar a agotarnos y robarnos la energía, pero éstas lo hacen más desde la necesidad que desde la desalmada búsqueda de dividendos.
La más absoluta falta de valores, casi incluso de identidad, y la baja autoestima son el denominador común de estas personalidades dañinas que, bien por envidia o bien por interés, se relacionan con nosotros para satisfacer única y exclusivamente sus deseos y sus necesidades de las siguientes formas:
¿Te identificas en alguna de estas situaciones? O, mejor dicho, ¿hay alguien a tu lado a quien acabamos de describir? Toma nota, entonces, de cómo hacer para protegerte de este tipo personas que al final se convierten en consumidores de autoestimas ajenas. La fórmula es relativamente sencilla: límites, límites y más límites. ¿Y cómo se deciden y se ponen esos límites? Es una cuestión tanto de fondo, como de forma. En el fondo, esos límites emanan de los valores, los esquemas mentales, los principios y las normas que has interiorizado a lo largo de la vida y que te acompañan allá donde vas. Esos principios básicos que rigen tu conducta en el día a día y que te hacen mantenerte fiel a tu propia ética, no hacerle a nadie lo que no quieres que te hagan a ti.
Y después esos límites toman la forma que marca la asertividad, ese estilo de comunicación entendido como la mejor herramienta posible para que puedas hacer valer tus derechos y hacerte respetar sin ofender a nadie. Entonces no hay culpas que valgan: niégate a lo que consideres abusivo, solicita lo que creas que te corresponde, expresa tus deseos, tus necesidades y también tus emociones. Regula así la influencia que los demás pretendan ejercer sobre ti. El dueño de tus actos eres únicamente tú.
Además, alejarte de este tipo de personas dañinas implica también acercarte a otras que no lo sean. Busca rodearte de gente que te valore y que te aporte valor, que se coloque frente a ti siempre de igual a igual, que entienda las relaciones interpersonales desde la reciprocidad y que entienda la elección desde la libertad. Alguien para quien el amor y el afecto, así como los cuidados que de ellos resultan, sean un fin en sí mismos y nunca un medio para satisfacer otros intereses espurios. Toda relación sana debe forjarse en un contexto de acompañamiento, enriquecimiento y crecimiento mutuos.
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