Paredes que nos hablan

Lejos de ser un fenómeno pasajero o sectario el grafiti sigue y seguirá siendo una de las señas de identidad que demuestran que una ciudad está viva.

Anochece cuando vuelvo a casa dando un paseo una tarde sofocante de finales de agosto. Paso por la calle Condesa de Venadito (Madrid), a la altura de lo que popularmente se conoce por “El Mazo”. Me llama la atención un grupo de jóvenes que en la casi penumbra se afanan por dar luz, color y personalidad a un espacio anodino, un terreno de juego polivalente, cancha de baloncesto que hace también las funciones de campo de fútbol y cuyo suelo parece un viejo cuadro de Mondrian, donde los colores desvanecidos de las líneas quieren regalar otras funciones a esta áspera y dura superficie de asfalto. La parte que da a la calle está protegida por una alambrada para que los balones no salgan a la calzada. Los muros que en su momento fueron vírgenes (aunque no puros) y que rodean este paraje, se han convertido en los verdaderos protagonistas de este lugar de encuentro de los jóvenes de este barrio.

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Uno de los jóvenes en pleno proceso creativo sobre el muro

Me acerco al muro este, donde están pintando. Los colores brillantes, llamativos, atraen mi atención. La escena recrea en grandes dimensiones los personajes y paisajes de la serie de ficción Juego de Tronos. La parte central de este enorme y ficticio lienzo está reservada para el protagonismo de la marca, el logo y las letras con las que este grupo heterogéneo de grafiteros se identifica como colectivo: «unlogik».

El olor característico de los sprays de pintura, el sonido que emite esa nube ligeramente coloreada que sale a toda presión de estos botes junto con la velocidad con la que las imágenes van tomando cuerpo, hace que la magia de esta intervención sea todo un espectáculo. De hecho, hay otros tantos espectadores viendo cómo avanza la función. Estoy ya en el escenario, pero tengo que esperar a que las últimas briznas de luz se desvanezcan para que los actores accedan a hablar conmigo.

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El boceto inicial va tomando forma en la pared

El grupo lo componen siete chicos jóvenes. Todos ellos, por supuesto, tienen alias: Javier (Wire), Alberto (Sr Val), Jorge (Lins), Hector (Cures), Marcos (Mister), Javier (Stoh) y Carlos (Manera). De diferentes formaciones y todos ellos insertados en el mundo laboral (Jorge es abogado, Héctor diseñador industrial, Javi diseñador de webs, Alberto da clase de dibujo en una academia…), les une una misma pasión. “El muro ha sido nuestro punto de encuentro”, sostiene Jorge. Soporte temporal y muchas veces clandestino de sus mensajes, de sus grafismos, de su personalidad, de su firma (lo que ellos llaman pieza), de sus grafiti.

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Con el paso de los minutos, el grafiti gana en intensidad

Me sorprende que ninguna chica forme parte del grupo y me da la impresión de ser ésta una actividad predominantemente masculina. Quiero saber si es así. Javi dirige la mirada hacia el muro norte y señalando con el dedo me dice: “¿Ves ese dibujo de allí? Lo hizo una chica de 15 años la semana pasada”. Héctor le interrumpe y comenta que a pesar de que hay chicas que incluso viven de esta actividad, lo cierto es que para ellas es más complicado y apostilla: “Colarse en unas cocheras y salir corriendo para que no te pille la policía no es nada fácil. En el grafiti todo empieza de una forma ilegal”.

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El logotipo «unlogik» con el que se identifica este grupo heterogéneo de grafiteros

La conversación se desarrolla de una manera desordenada pero dinámica. Intento vislumbrar cual es la razón de esta pasión en la que el componente estético, el clandestino (“el grafiti tiene ese punto ilegal que le hace muy atractivo”, remarca Héctor), de rebeldía, de reafirmación, de crítica social o política están necesariamente entrelazados. El éxito de la puesta en escena de estas intervenciones viene determinado tanto por el acierto del lugar elegido como por la calidad y originalidad del mensaje transmitido. “Forma y mensaje tiene que ser rápidos y que llamen la atención”, comenta Alberto.

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La serie «Juego de Tronos» ha servido a este grupo de grafiteros para dejar huella en el barrio

Actúan como grupo desde hace aproximadamente diez años y, aunque con estilos y caracteres muy diferentes, el grafiti les une como cuadrilla para la intervención en espacios cercanos, vitales y familiares que consideran  descuidados, abandonados y feos. Con sus pinturas estos lugares toman otro cariz y se transforman en espacios amables o irritantes, pero con carácter, que tienden a ser cuidados y protegidos por la comunidad. “Los vecinos nos dan ideas sobre lo que se podría pintar. A veces la policía nos ve pintando y aunque es ilegal nos animan a continuar mientras se quedan un rato observándonos”, afirman.

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La famosa obra «Spy Booth» del grafitero más conocido del mundo, Banksy

No voy a entrar en la muy batallada polémica de si el grafiti pertenece al mundo del arte o al del vandalismo. Hace solo unos  días leíamos en los periódicos que la famosa obra de arte urbano Spy Booth (La cabina espia), del grafitero más conocido del mundo, Banksy, había desaparecido de Cheltenham, ciudad situada a 175 km de Londres. Aun no se sabe si la obra ha sido destruida o arrancada con fines lucrativos.

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Fragmento de otro grafiti en el mismo espacio utilizado por los jóvenes

Si hay algo que caracterice a un grafiti es su temporalidad, caducidad, gratuidad y esa especie de anonimato del artista que normalmente se identifica y esconde con seudónimo. Puede ser borrada, destruida o ‘pisada’ por otros grafiteros. La fotografía es el testimonio de su existencia. Les pregunto por los derechos de autor, por la utilización de imágenes sacadas de internet… Rápidamente Héctor me hace saber de la anarquía del grafitero. Son conscientes de que el soporte que lleva sus creaciones no les pertenece. El cine, Internet, el arte, la calle, otros grafiteros y sobre todo la práctica para llegar lo más lejos posible para depurar su técnica son su escuela.

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Los grafiteros saben que la anarquía forma parte de sus creaciones

Utilizan, cogen o manipulan cualquier imagen que les interese. El grafitero corre con todos los gastos y riesgos de su producción. Su gloria es el respeto y reconocimiento de otros colegas y la admiración de la ciudadanía. Pero saben también que tienen que aceptar con resignación cómo otros (al igual que hacen ellos, no pagan ningún derecho de autor) se aprovechan de sus intervenciones ‘ilegales’, incluso beneficiarse económicamente como me comenta Javier, al ver en un cine un anuncio de una marca muy conocida que utilizaba como telón de fondo uno de sus grafiti o cómo sus pinturas han servido de escenario colorista para entrevistar a políticos locales.

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La fotografía es el testimonio de la existencia de un grafiti

Sema D’Ácosta, periodista, comisario y crítico de arte, en una reciente entrevista, preguntado sobre qué puede ser considerado hoy como arte respondía que hay dos vectores que lo determinan. Por un lado, el mercado y su influencia; por otro, la capacidad que tiene la creación para hacer pensar y sentir al espectador. El primero tiende a mercantilizarlo. El segundo es más espontáneo y tiene que ver con el pensamiento y los sentimientos humanos, surge en lugares insospechados, aunque el sistema se encarga de absorberlo y convertirlo en mercancía.

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María José junto a uno de los autores del mural

Es cierto que alguno de estos jóvenes recibe encargos para espacios públicos o privados y aunque observan un interés de la sociedad por esta forma de expresión, el hecho es que no es reconocida económicamente, salvo raras excepciones. “Los grafiteros famosos, que hacen exposiciones y han entrado en los museos, que pintan en diferentes ciudades del mundo también empezaron como nosotros, en la calle”. Aunque para alguno de ellos los museos y el valor económico disuelven el verdadero significado del grafiti y prefieren seguir en la calle. Saben de buena tinta que las paredes también hablan.

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