#CloseTo Boris Izaguirre: «Mi afición por gustar ni es ni ha sido sana»
Acaba de publicar 'Tiempos de tormenta', un libro autobiográfico en el que se ha vaciado y en el que refleja que el amor siempre le ha salvado.
Conocerle es quererle. Me gusta su actitud ante la vida, esa manera que tiene de asumirse con valentía y abanderar los momentos desde la verdad. Boris Izaguirre acaba de publicar ‘Tiempos de tormenta’, un viaje autobiográfico que le ha dejado exhausto emocionalmente, pero que le ha servido para “limpiar” un poco la memoria de antaño…
The Luxonomist: ¿El pasado siempre vuelve?
Boris Izaguirre: Soy un hijo de los ochenta y creo en la nostalgia como un instrumento para entender y para crear. Cuando escribes una novela cuyo protagonista se llama como tú, el pasado es real pero forma parte de una ficción. Hay cosas en mi nueva novela que volvieron y me hicieron tanto daño ahora como entonces, pero mi reto era incorporarlas para que fuera todavía más novela.
TL: ¿La vida es una consecuencia de tormentas?
BI: Hay una frase en ‘Tiempo de tormentas’ que habla de eso: “El tiempo de tormentas nunca termina de irse. Algo en tu interior te hace saber que la tormenta está dentro de ti”. La dice Ernesto, el pintor amigo de los padres de Boris que les regala un cuadro con ese título, ‘Tiempo de Tormentas’.
TL: Te veo muy rockero con tu look de cuero. ¿Tiene que ver con el estado de ánimo?
BI: (risas) A mi edad estoy descubriendo que me gusta esta estética. Me parezco mucho al hermano de Cecilia Roth, Ariel, que siempre me gustó muchísimo. Ha sido siempre uno de mis cánones de estética. Más mono no lo hay.
TL: ¿Qué dice Rubén, tu marido, cuando te escucha esas cosas?
BI: También está de acuerdo (risas). Sé que te sorprende que te diga esto porque mis gustos siempre han ido por los rubios y altos, pero Ariel siempre me ha encantado y ahora me ha dado por inspirarme en él.
TL: ¡Cuántas cosas han pasado de ese ayer a hoy!
BI: Uy, muchísimas. Antes, por ejemplo, no iba tanto a Maribel Yébenes como ahora (risas), no estaba tan delgado; y en este momento estoy viviendo en Miami, ¡quién me lo iba a decir!
TL: Miami sin Rubén, que no hay quien le convenza…
BI: Esa es la gran tragedia de toda esta historia. También tengo que decirte que yo no habría podido escribir ‘Tiempo de tormentas’ si no estuviera viviendo en Miami. En primer lugar porque fue allí donde vi el título. La época de huracanes viene precedida de tormentas y esa frase “tiempo de tormentas” es algo que ves mucho en los murales. Dicho esto, retomo lo de Rubén. No le gusta Miami y yo trabajo allí con un programa de televisión diario, así que fíjate el horror. Eso hace imposible el que me pueda venir a Madrid a mitad de semana y esas cosas.
TL: Así que él va y aparece de sorpresa…
BI: ¡Cómo lo sabes! (risas). Él sigue apareciendo de sorpresa, como fue de sorpresa la manera que yo me marché. Así que él me devuelve el gesto y me tiene en alerta siempre. Mi apartamento de allí, que ellos llaman unidad porque es una cama y un sofá, está siempre en perfecto estado por si, de repente, Rubén está en la puerta. Lo que no he podido darle es llave, porque allí todo es con seguridad extrema y es muy caro el imán de acceso a la unidad. Así que llevo tres años esperando que alguien deje el suyo para poder cogerlo. Yo tengo el mío pero no para un invitado. Con detalles como este te das cuenta de lo que es la vida en esta super mega potencia.
TL: ‘Tiempo de tormentas’ eres tú, tu esencia, tus vivencias… Me costó terminarlo…
BI: Lo imagino, porque sé que te habrá dolido alguna parte.
TL: Así fue, ¡cómo me conoces!
BI: Ha habido algunas páginas en las que pensaba en ti escribiéndolas. Te lo prometo. Pensaba que cuando las leyeras, te iban a tocar…
TL: Hubo un capítulo que tuve que dejar de leer para poder respirar. Me duele cuando la gente humilla…
BI: Lo sé, sufres por el indefenso.
TL: Y me costó mucho digerir una frase del comienzo. Esa tan dura de “¿Cómo se entierra a una madre?”
BI: Es verdad, difícil responder a eso. Cuando murió mi mamá, mi papá y yo tuvimos que ir al tanatorio un día antes. Mi madre dejó todo organizado y pidió que la incineráramos. Caracas es una ciudad tremendamente violenta y fallece mucha gente a diario, por lo que tuvimos que esperar mucho tiempo en el tanatorio para especificar los deseos de mi madre. Fue duro constatar que mi mamá formaba parte ya de esa terrible estadística. Como mi papá es octogenario, le tuvieron en consideración y nos dejaron esperar en un sitio muy bonito. En ese momento, él me dijo: “Fíjate, estamos como en un ensayo”. Y fue bueno que lo viese así porque, al día siguiente, se enfrentó a la situación de otra manera. Vimos pasar toda nuestra vida ante esa gente que venía a despedir a mi mamá. Ella nos preparó muy bien para su partida, por eso me pareció bien empezar la novela con el recuerdo de ese funeral.
TL: El libro está salpicado de referencias muy ligadas a ti. ¿De verdad te llamaban ‘Barrigas Bill’?
BI: (risas) Sí, me lo puso mi hermano. Él es muy delgado, siempre lo fue, y yo era gordito. Me gustaba mucho el bovril ¿recuerdas? Ese extracto salado de carne de vaca. Me encantan los sabores fuertes. Esa es la historia de mi vida.
TL: No conocías el salpicón todavía…
BI: Nunca lo había tomado hasta que fui a cenar a tu casa. Ese salpicón de marisco, que es lo máximo para mí. Me tienes que enseñar a hacerlo, por cierto. Yo comía cosas muy locas, pepinillos y vinagre solo. Hacía una cosa que nunca he contado en una entrevista y que a mi mamá le ponía de los nervios. Cogía el plato y sorbía el aliño que quedaba…
TL: El Boris glamuroso de hoy no lo haría nunca…
BI: A veces estoy tentado. Cuando voy invitado a un sitio, cuido de no llevarme el plato a la boca para sorber, pues hago barquitos, porque he descubierto que es la forma de tomarme las salsas (risas).
TL: ¿Cómo conviviste con la dislexia?
BI: Muy mal y todavía, hoy día, me genera problemas. Imagínate que me tienes a mí de copiloto en tu coche, por eso Rubén quiere que vaya detrás. Siempre me dice que he sustituido la dislexia por la narcolepsia. Yo me quedo dormido rapidísimamente en cualquier sitio, incluso en las pausas de las grabaciones. No me quedo totalmente dormido, simplemente me reseteo y esa es una de las consecuencias de la dislexia, así como no tener orientación ninguna o encontrarme con el gravísimo problema de lo que representan la m, la n, la o y la p. Comprensión o incomprensión son palabras muy difíciles para mí.
TL: ¿Y eso no hace que te sientas más orgulloso de todo lo que has conseguido?
BI: Me hubiera gustado que mi mamá lo viera todo completamente. Ella y yo hacíamos unos ejercicios, cuando era niño, de unos círculos que nunca se cerraban. Tal vez por eso nuestra relación fue tan persecutoriamente intensa porque ambos sabíamos que, algún día, podríamos cerrar esos círculos. Pero ella se fue antes de que consiguiéramos cerrarlos.
TL: Decías antes que ella os preparó para su marcha. ¿Cómo se gestiona la ausencia?
BI: Muy mal. Ella era pavorosamente clara. Siempre fue una mujer que luchó mucho porque su aspecto físico no delatara lo que estaba pensando y pasando. Era tremendamente intuitiva y, cuando alguien no le gustaba, era como un gato erizado. Ella, sabiendo que se marchaba, se quedó sin filtro ninguno y decía lo que pensaba directamente. No es fácil gestionar el dolor de la ausencia y, en la promoción del libro, ha habido momentos en los que se abrieron esas puertas que reflejan el auténtico trauma de que se haya marchado.
TL: ¿Fuiste un niño que te sentiste desplazado?
BI: Sí, indiscutiblemente. Yo vivía dos realidades muy poco capaces de unirse, que es lo que luego he hecho toda mi vida, unir lo imposible. Nos estamos adentrando en un momento psicológico en la conversación (risas). Yo sentía que mi casa era un universo increíble y, de repente, abría la puerta y sentía que lo de fuera iba a fastidiar lo que tenía dentro.
TL: Y pese a todo, ¿te recuerdas feliz?
BI: Sí, pero sobre todo muy divertido. Yo era muy querido entre mis compañeros del colegio, que venían encantados a mis cumpleaños porque eran inesperados. Allí escuchaban música de adultos y no de las películas de Walt Disney. Poníamos los discos de mi hermano, que es ocho años mayor que yo, entre los que estaba Elton John que para mí siempre ha sido fascinante. Veía que ese señor hacía unas cosas que a mí también me gustaría hacer.
TL: ¿Cómo ha sido la aventura de fusionar la ficción con tus gotas de realidad?
BI: Muy dura. Tengo que confesarte que cuando le dije a la editorial que iba a escribir el libro en cuatro meses porque era autobiográfico y saldría muy rápido, nunca creí que tardaría cuatro años. Me di cuenta de ello cuando tuve que recordar pasajes como el de la violación; permanentemente, la muerte de mi madre; así como a todos mis amigos que se murieron en los 80 por el sida; o volver a recordar el fin de ‘Crónicas marcianas’, que no fue fácil, porque fue otra muerte si quieres.
TL: Y ahora que ha pasado, ¿no tienes la sensación de que era necesario?
BI: Sí, porque además ha quedado una buena novela. Tiene el lenguaje justo, la estructura buena y tiene el alma, el espíritu y el mensaje. Ha valido la pena, ¡claro!
TL: ¿El Boris persona necesitaba vaciarse?
BI: Sí, sobre todo también para pedir perdón.
TL: ¿Y eso por qué?
BI: Porque yo he sido muy avasallante, aunque no tenga ese aspecto. Estoy permanentemente punzando, penetrando y haciendo lo que siempre me decía mi madre que no hiciera: “No llames la atención porque ya llamas la atención”. Nunca he hecho caso a esa frase y es a lo que me refiero al pedir perdón. No ha sido mi intención hacer daño, sobre todo porque a mí me lo han hecho, pero sí pienso que lo he hecho en varias ocasiones por egoísmo, por protagonismo. Fui aplastado tantas veces que, tal vez, creció en mí un afán de protagonismo. En España siempre me han aceptado y querido como soy.
TL: Siempre hay un lugar…
BI: ¡Claro! Aquí he vuelto a nacer y he encontrado el amor verdadero, el de Rubén. Yo me he hecho español y me siento español. Cuando estoy fuera sueño con el jamón, la tortilla de patatas, tu salpicón de marisco… (risas)
TL: Hay una frase en tu libro que me gusta mucho: “La vida la determinan los instantes” ¿Cuál ha sido el tuyo?
BI: Éste, por ejemplo. Es muy agradable porque nos reencontramos y podemos charlar con calma y confianza de todo, pero tengo muchos afortunadamente. Cuando conocí a Rubén. Era junio en Santiago de Compostela. Recuerdo que era un día que llovía un poco y aún hacía frío. Yo no sabía cómo vestirme. Cuando apareció Rubén, vi en una trazada sus ojos, la mandíbula y un bien formado pectoral pero, cuando bajé la mirada, vi sus zapatos de lona impermeable y me dije: “Este hombre es para el resto de mi vida».
TL: Y no te has equivocado…
BI: Con él no, pero sí en cosas que he hecho alrededor de mi relación. No es buena idea hablar ahora de ellas, pero sí reconocer las equivocaciones que fueron consecuencia de mi narcisismo, ¿entiendes? Yo tengo esa debilidad tremenda, me gusto mucho a mí mismo y me gusta gustar. Soy imparable en ese sentido. Esa afición mía por gustar no es sana ni ha sido sana.
TL: Reconocerlo es un buen comienzo…
BI: Ha sido Rubén el que me ha hecho toda la terapia, porque tuve un momento de un devaneo muy fuerte y hubo que enderezar la relación.
TL: ¿Cuál ha sido el pasaje del recorrido por tu vida más terapéutico?
BI: Tal vez el recorrido por los últimos años en los que parecía que me había lanzado a una autodestrucción. Por suerte, siempre he estado rodeado de gente que me ha reconducido. Hubo una etapa de una decisión personal de desbocarme y verbalizarlo ha sido una auténtica terapia. Fue un tiempo en el que estuve sin amarras, pero todo ha vuelto a su lugar.
TL: ¿El más difícil de compartir?
BI: El episodio de la violación. Hacía mucho tiempo que no pasaba por ahí, lo había dejado en un sitio… Me ayudó mucho enamorarme de mi marido, vivir con él y ser super feliz, a todos los niveles, con Rubén. Con él no me hacía falta volver a ese dolor, por cualquiera que fuera la razón. Era necesario verbalizar ese episodio porque fue un momento muy tremendo para mi mamá y para mí. Estuvimos los dos completamente solos en ese momento. Por supuesto, no nos alegramos de que la violencia nos haya unido de esa manera pero, al mismo tiempo, entendemos que ese momento nos hizo totalmente inseparables. Mi madre me exigió la verdad, a pesar del despojo que era yo en ese momento, porque entendía que teníamos que ser muy francos y muy sinceros para que pudiera enderezarme y volver a ser yo mismo.
TL: ¿Y cómo se resetea la mente?
BI: Confiando en el amor. Yo creo que escribo tan bien historias de amor porque el amor siempre me ha salvado, siempre ha venido a mi rescate…
*Próxima semana: Belén López.