Huevos de oro para los 75 brillantes años de Rosa María Esteva
La empresaria traspasa la gestión de Omm y vuela hacia La Luz en la Roca del Vallés.
Nunca 75 años tuvieron una vitalidad tan exultante, un espíritu más batallador, ni un cerebro más despierto. Por no hablar de un tesón digno de la juventud más impulsiva. Hablo de Rosa María Esteva, a quien conocer es amar, aunque hay quien la odia porque esa impronta suya puede llevarte a ese sentimiento tan dispar: todo aquel que no comparte esas agitadas ganas de crear y de vivir no sólo no es su amigo, sino es el enemigo a combatir. Y lo hace sin pensárselo dos veces.
‘La Esteva’, como se la conoce en el medio, es Rosa María para los amigos, aquellos a quienes obsequia con abrumadora generosidad. Los desayunos en su casa de verano, en la ibicenca cala Salada (ella cierra una punta, la otra es S’Aufabaguera, que fuera de Cayetana de Alba, hoy de Eugenia), son antológicos.
La mesa, dispuesta con todo tipo de manjares, dulces y salados para degustar la variedad que prefieras, está puesta hasta el mediodía, hora en que suele bajar el último familiar o invitado en esa casa que fuera de su hermano, el cazador y cineasta Jacinto Esteva Grewe, inicialmente un humilde refugio de pescadores al que Rosa ha ido sumando estancias, una sobre la otra, coronadas por una piscina de impresionantes vistas.
Rosa es espléndida en todos los sentidos. Para muestra, la fiesta de esta semana en que cedía la explotación de su hotel Omm, joya de la corona de un imperio doméstico muy difícil de concretar, y donde hubo de todo y para todos, incluidos unos huevos de oro rellenos de crema parmantier entre otros secretos. Antes de estos fastos, permítanme presentarles al personaje, cabeza de serie en el mundo de la restauración.
Mejor será que demos alguna señal de estos negocios que ni ella misma sabe (aunque seguramente sí), pero fingir ignorancia redime el pecado de mentir. Rosa proviene de una familia adinerada (el abuelo se vestía para cenar), educada para ser una mujer de su casa, a la que el destino le dibujó otra realidad cuando se separó de su marido en 1987. Fue entonces cuando decidió abrir, en los bajos de una de sus fincas en el dorado enclave de Paseo de Gràcia con Diagonal, un restaurante, El Mordisco.
Se inventó una mesa familiar, reminiscencia de la suya propia, que se vio concurrida de inmediato por artistas de toda índole y a la que sentó todo un universo. Como en toda función popular, ellos eran el espectáculo y el resto de audiencia comía y miraba. Con una particularidad: pagaban todos. No sólo eso, sino que muchos plasmaban en platos y lienzos sus visita, lo que hoy conforma una más que envidiable colección.
Esta aventura la inició Rosa con su hijo, Tomás Tarruella, que sigue siendo su mano derecha, mientras que sus hijas participan desde otros ángulos del negocio: Sandra decoraría los locales, Carla y Raquel tendrían sus propios comedores paralelos, Acontraluz (Carla) y Tragamar, en Calella (Raquel). El grupo alimentario, por llamarlo de algún modo, aparenta una anarquía idílica capitaneada por Rosa como cabeza pensante, Tomás su hijo ejecutor y un entramado que es mejor no desvelar, probablemente de escribirlo caeríamos en el error de equivocarnos, aunque lo hiciéramos con la mejor de las voluntades.
Con riesgo de obviar alguno, anotemos que la esencia de Rosa está, además de los citados, en Tragaluz, Agua, Bestial, El Principal, El Japonés, La Xina, Cuines de Santa Catalina, Moo, Bar Lobo, Komomoto, Tomate, Fan Ho, Luzia, Negro, Rojo, Pez Vela, en los mejores enclaves barceloneses, del puerto al Ensanche, del mar a los mercados. Y llegaron a Madrid, que tuvo también su Tomate y un chic Luzi Bombón.
Detallarles la composición de sus sociedades es misión imposible, sin que ello acarree complejidad o turbias estructuras, simplemente, desordenes emocionales controlados por la gesta de dar de comer bien, emplear a 700 personas, y combatir una cierta abulía político ciudadana que cada día acentúa la problemática para frenar iniciativas.
Barcelona está en un delicado momento en que, perdida toda credibilidad creativa, lucha sin el apoyo consistorial para hacerse valer por sí sola. Dejó de ser una ciudad de ferias y congresos para convertirse, a este paso, en ciudad de despedida de solteros (y solteras), pisos turísticos, manteros descontrolados y epicentro de una lucha existencial (independencia, sí o no), que tiene también difícil solución. Caer en el error descontrolado de Palma y/u otras ciudades está cada vez está más cerca.
Y mientras todo va empeorando, Rosa María va cumpliendo años sin perder ánimos y sin callarse nada. Hace 18 años decidió abrir un hotel, el Omm, diseñado por Juli Capella, que era todo un inmueble de su propiedad del que ocupa el ático. Y tres años después pidió a los hermanos Roca se hicieran cargo del restaurante, el Moo, logrando una más que perfecta conjunción.
Pero, insisto, los años pasan y Rosa ha decidido ceder la gestión del hotel por 25 años a Liran Wizman, propietario y fundador de Europe Hotels Private Coollection, empresa a la que pertenece la cadena SIT Hotels, que harán del nuevo establecimiento, cuyo nombre queda en propiedad de Rosa, una nueva oferta. Con Rosa abandonan los Roca, embarcados en otros asuntos entre los que no figura su nueva aventura, La Luz, situado en el centro comercial de La Roca del Vallés, otro tipo de viaje. He ahí la nueva muesca de la luchadora, el nuevo sello de su pasaporte.
Para que tengan una idea del fuerte carácter de la amiga, abandonó su restaurante en Dubai cuando sus socios locales no le permitieron desarrollar su creatividad, como habían pactado. Y en México le sucedió lo mismo, sólo que el establecimiento cerró a las seis semanas de la marcha de Rosa.
Para este traspaso de poderes hoteleros hubo fiestón como los que no se recuerdan en la ciudad. Alfombra roja desde media manzana por la que desfilaron desde las ocho hasta las diez (hora de llegada) casi un millar de personas de la sociedad barcelonesa y amigos llegados para la ocasión como José Andrés, Jaime Carcajal y Xandra Falcó. Manjares exquisitos de manos de los Roca, generosos en medidas y calidades, recuerdos de los menús del primer Mordisco y caldos de las mejores bodegas.
Postres para enloquecer y un ambiente caldeado que se refrescaba en la piscina del ático, se relajaba en la discoteca (inusualmente más tranquila que el restaurante y el lobby) donde desfilaban platos y bebidas con extraordinaria generosidad, muy al estilo de la oficiante. Con un braco para el personal que supo batallar contra una tropa de invitados y estar a su misma altura.
Algunos físicos a distinguir entre la vorágine fueron los de Mariscal, Poldo Pomés, Chelo Sastre, Núría Sardá, los Roca al completo, Leo y José María Solanes, los Castañer, Carlos Abellán, Raúl Balam, Ramón Freixa, Andoni Luis Aduriz, Ferran Adrià, Nandu Jubany, Koldo Royo, Óscar Manresa, Albert Raurich, Tamae Imachi, Álvaro Palacios, Ernestina Torelló, Juan Muga, Xavier Gramona. Joan Juvé, Mar Raventos e Ignacio Ros.
A quien pueda interesar: no hubo ni un político, porque no estaban invitados. ¿Les ayuda a completar la idea de la personalidad del personaje?