‘Taxi Driver’ en Madrid

Quizá no sea mucho pedir que se piense lo que se va a decir ante de decir lo que se piensa.

Mario Garcés. 06/02/2019

«Cómo puede ser que un ministro de izquierdas, y según ha declarado él, eh … bueno ¡que es gay! que mandé aquí a la policía a reprimir el pueblo«. El prohombre que silabeó estas palabras, o el «pollo» como lo llaman sus secuaces, obedece al nombre de Tito Álvarez, y, a lo que se ve, dice representar a una parte del movimiento de protesta del taxi, que más que movimiento es parálisis. Que en el gremio hay de todo, como en botica, no cabe duda, pues en nada se diferencian del resto de profesiones, cofradías y mamandurrias. Pero bien harían los taxistas en buscar a otro vocero antes de que recaiga nuevamente en sus excesos verbales e implosione, desde dentro, la nueva movida madrileña. Lo peor de todo es que se veía venir que, de tanto desenterrar a Franco, hemos acabado exhumando a matasietes y balandrones de opereta en mi bemol mayor. 

Hay que reconocer, cuando menos, que el figurón es un híbrido con antecedentes cinematográficos. A la vista está que, por un lado, es Robert de Niro en versión «La ciudad no es para mí» (Pedro Lazaga, 1966) del clásico de Scorsese «Taxi Driver«(1976). Solo falta que le acompañe uno de los más grandes actores que dio nuestro país, como fue Paco Martínez Soria, para que den réplica al nuevo Madrid de la posmodernidad del siete y medio y del carajillo.

Fotograma de la película Taxi Driver

Dos personajes totalmente contrarios

Robert De Niro da vida a un personaje desorientado, irritable y falto de concentración, llamado Travis Bickle. Que no busque comparaciones el portavoz porque es mera ficción, y la ficción es eso, un espejismo de la realidad. Son incomparables, siquiera porque el personaje norteamericano está dispuesto a acabar con lo peor de la sociedad, el submundo, el lumpen, ya sean homosexuales o prostitutas. Tito Álvarez, que luce calvicie como Travis Bickle en modo ángel caído y liquidador, solo aspira a acabar con la inmundicia de los VTC, que para el compadre es una excrecencia de día y de noche. Y quede claro que es metáfora y licencia periodística, que no licencia de taxi, un mero recurso narrativo de modo que no se ofenda nadie, que andan faltos de sentido del humor. Como el personaje de Scorsese que se mira al espejo y se pregunta «You talking to me?». 

¿Me estás hablando a mí? frase célebre del filme

Fue mi paisano Carlos Saura quien compuso una película menor contra la intolerancia, «Taxi«, una producción a caballo entre «Deprisa, deprisa» y la denuncia de la ultraderecha en «Los ojos vendados«. Un grupo de taxistas se comporta en la cinta bajo el conductismo ciego de ratas de Pávlov, al uso de las tribus, atacando inmigrantes en un Madrid especular. Cuan diferente a la realidad. Porque no es el caso en nuestro mundo de realidades complejas, donde no ha sido infrecuente que los taxistas del foro, magníficos profesionales, hayan disuadido a grupos xenófobos en sus cacerías de inmigrantes.

Por eso, humilla todavía más que alguien que se dice representar a la sociedad de los taxistas, utilice esa jerga antediluviana. Los taxistas no se lo merecen. Porque en ese razonamiento peregrino hilvana incoherentemente homosexualidad, izquierda, policía y pueblo. Me recuerda a aquella época en que Moncho Borrajo pedía cuatro palabras e improvisaba una canción. Todo un estadista al que solo le falta repetir aquella frase de Travis Bickle «aquí tienen a un hombre que no pudo soportarlo más«. 

Hacerle frente a las injusticias

Un portavoz que está mejor sin voz

Tito Álvarez, a quien solo se le pide algo de mesura y templanza en pensamiento y vocalización, es el descendiente de una estirpe que, en Madrid, es profesión desde el siglo XVI. En pleno reinado de Felipe II, donde naturalmente los taxis eran coches de caballos, también denominados taxis de sangre o «simones» en el siglo XVIII, tal vez en recuerdo del fabricante de coches francés Simon Garrou que en 1772 vivía en las proximidades de la Plaza Mayor.

Que el taxi era entonces y fue, con caballejo a destiempo o con taxímetro en ristre, un espacio para cuitas y amores no revelados e inconfesables, no queda duda. Aunque tuvo que llegar el final del siglo XIX, que ya fue siglo XX en España, para que circularan los primeros coches con taxímetro, e inevitablemente todo cambió. No en vano la palabra proviene del francés «taxe» (tarifa) y del griego «metron» (medir), un invento del ingeniero alemán Wilhelm Bruhn que no gozó de gran aceptación entre los taxistas, que acabaron arrojando al perito al río. El Manzanares puede esperar.

La palabra taxímetro tiene origen francés

Ya hubo precursores del VTC

Hubo un tiempo en que, vivo y coleando Franco, los taxistas se amotinaron en plena canícula del verano de 1966 para solicitar que se les dispensara el uso del uniforme y de la gorra, plantando los alrededores de la Cibeles de casquetes. Llegaron a poner boina a la Diosa mucho antes de que Raúl o Sergio Ramos hicieran escala en la misma plaza en noches de esplendor florentino. Y también dieron batalla en los 50, 60 y hasta 70 contra los «Gran Turismo Libre«, unos automóviles comparables con los VTC actuales, de uso exclusivo y minoritario que se podían tomar en ciertos hoteles de lujo, en el aeropuerto o incluso en algunas paradas del centro.

En el Ministerio de Fomento no han debido hacer cuentas de la historia, pues hasta la tomaron los taxistas con Carlos Arias Navarro, alcalde de Madrid entre los años 1965 y 1973. Y bien que le hicieron hincar la rodilla pues un antepasado sindical de Tito Álvarez, de nombre Julián Calderón, lideró las protestas en aquellas época con una ventaja respecto al comisionado sindical actual, y es que había sido chófer de Carmen Polo, mujer de Francisco Franco, el-muerto-pendiente-de-exhumar. Y así fue cómo consiguieron una de las mayores subidas tarifarias de la historia del taxi en Madrid, pues tantas horas compartiendo kilómetros de El Pardo al centro de la capital dan para eso y mucho más. 

Las huelgas en este medio de transporte llevan presentes desde el S.XX

Quizá no sea mucho pedir que se piense lo que se va a decir ante de decir lo que se piensa. Quizá no sea mucho pedir que, en un momento de griterío insustancial y de simpleza intelectual, no confundamos argumentos ni hagamos ocurrencia de un asunto especialmente grave y doloroso para el sector del taxi. Quizá no sea mucho pedir que los medios de comunicación no conviertan a ciertos personajes en vendedores de audiencia como flores de un día. Quizá no sea mucho pedir que el equilibrio se imponga y que los extremos no nos lleven al colapso. Pero quizá he pedido ya demasiado. Habrá que dosificar las peticiones.

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