La dificultad de vestir bien en verano

Cómo solucionar los problemas de un hombre en la temporada estival a la hora de vestir una talla grande.

Josep Sandoval. 02/08/2018

Para llevar la contraria al tiempo, nada mejor que hablar de vestirse cuando apetece todo lo contrario, aunque no esté probado que el prescindir  de la ropa sea el mejor modo de aliviar el calor. Miren si no el ejemplo de las gentes del desierto que se cubren incluso la cabeza para poder soportar infernales temperaturas y parece que les funciona. Hablo en el apartado masculino, que las señoras con muchos posibles bajo caftanes o abayas suelen ocultar los modelos más exclusivos de las pasarelas de moda.

Durante una temporada se permitió, al menos en Barcelona, pasear desnudo por la calle y, la verdad, a quienes practicaban la impertinente permisividad no se les veía mucho más frescos que al resto de mortales. Pero sí, el calor aprieta y hay que vestirse para estar fresco, a la par que elegante.

Que esa es otra. Llega un momento, y una edad, en que el hombre no tiene qué ponerse, y no por falta de oferta, que hay de todo, diseño y precio. Simplemente resulta difícil encontrar la prenda apropiada a físico y ocupación sin caer en el ridículo, que esto de la moda, masculino singular, está en un impasse imposible del que sólo escapan los atuendos para muy jóvenes, ese tiempo tan feliz en que cualquier disfraz resulta adecuado. Bueno, casi todo.

No vamos a reflexionar acerca de la oportunidad del vestido y su adecuación a tiempos, trabajos y climatología, así como los avances tecnológicos que han hecho de los tejidos una revolución en muchos aspectos. Ni voy a resucitar los metales de Paco Rabanne, hoy puestos al día y en manos de la catalana familia Puig, ni los apliques en forma de patchwork que Custo suele aplicar entre mil innovadoras texturas a sus diseños, lo que los encarece el producto y lo aleja de un potencial segmento de mercado.

Estoy hablando de mi problema, vestir a un hombre entrado en años y filetes nunca es estéticamente apetecible, pero es la cruda realidad, la mía, y la de muchos otros, pues no soy modelo exclusivo y mis parámetros están reflejados en muchos más individuos que con toda probabilidad tendrán el  mismo problema que yo. Buscas una camisa y puedes aceptar los estampados, un “me siento rejuvenecer” siempre es agradable aunque se trate de un selvático estampado de tintes africanos o  brasileños. También se acepta, como elemento moderador, esos cuadradillos, florecitas o imperceptibles microseñas en pleno contraste de fondo.

La manga, por supuesto, siempre larga, que es como una ligera concesión a la elegancia que no cesa ni en verano: todo lo más esa vuelta (una o dos) en los puños, a veces en contraste, que la convierte en una versión masculina de la de manga francesa que termina a medio camino en tres codo y puño, y que tanto alivia los calores en las extremidades superiores. Si tratan de buscar una americana lo tienen más difícil porque los modelos que circulan nos convierten en ridículas morcillas de las que sobresale el culete, pues los largos rematan por encima de los glúteos. Aunque encuentren su talla, siempre parecerá que se han equivocado y estén usando un de par de números menos.

Los pantalones son otro cantar. Imitando a la gentil Sabrina (Audrey Hepburn, no Julia Ormond), los pantalones son tobilleras o pesqueros, dejando al aire una parte de la anatomía que en la mujer es exquisita, proclive al enamoramiento (qué pena que Rohmer detuviera su filmografía en ‘Le genou de Claire’ y no dedicara unos metros de celuloide a glosar los tobillos), pero detestable en el hombre al que afemina en exceso, ya que lejos de unificar tendencias hace equivoco la identificación sexual.

Por supuesto, ayuda el que los hombres no lleven calcetines, imperdonable falta de higiene, y ya en el colmo, usar zapatos con cordones, es para defenestrar al usuario. Esta fórmula sólo es válida para los muy jóvenes, en época puramente estival, zona playera y en periodo vacacional. Deben excluirse absolutamente estos pitillos en los trajes completos (es una aberración) y evitarlo con cualquier americana por sport que sea.

Debido a mi perímetro torácico no soy muy proclive a los polos, una prenda que me ciñe al igual que me apasiona y de la que fui fan en tiempo de menos volumen, cuando los logotipos estaban valorados en su justa medida (Fred Perry), y no como ahora, que cualquier petardo lanza el suyo. La envidia, que me corroe, hace que deteste a uno de mis mejores amigos, Esteban, cuyas dos debilidades, polos y zapatillas deportivas, colecciona (y usa) a fruición. Por cierto, calzar deportivas con traje es obsoleto, ya lo hizo Emilio Aragón mezclándolas con smoking hace treinta años: y ese es un vintage sin retorno.

Santa Eulalia en Passeig de Gracia 93, en los años 50. Foto: @SantaEulalia1843

Ante el desolador panorama que me atosiga, decidí por la apuesta segura, una negocio multimarca habitual donde podría salir vestido sintiéndome seguro, que es la prioridad que uno busca. Aunque deberé reafirmar si esto de la seguridad atañe también a tanto caballerete disfrazado de adolescente con pesquero y chaqueta abrochada cual piel de salchichón. Por lo menos voy con la seguridad de que ni se les ocurrirá enseñarme un jean roto, que está dejando de ser moda, ni nada que se aparte de mis parámetros.

Nada mejor que Santa Eulalia, donde el único error puede ser mío si me empeño en comprar algo que no me va, que uno es muy caprichoso y a veces aún a sabiendas de que la prenda no es para mí, el sentimiento de propiedad hace que la adquiramos compulsivamente. La tienda es un edificio mayestático del Paseo de Gracia barcelonés a cuyo mando están Luís Sans en la sección de hombre y su esposa, Sandra Domínguez, en la de señora. La familia de Sans está en el negocio desde hace 175 años y en su largo devenir ciudadano estuvieron en la Rambla y en otro local también del mismo paseo.

El edificio que nos ocupa es una verdadera delicia, en el más puro estilo de los neoyorquinos Bergdorf Goodman, en la confluencia de la 59 con la Quinta Avenida, frente a Central Park, que son el colmo de la elegancia. La puesta a punto del local barcelonés, que fue derruido en su interior y se respetó la fachada, la llevó a cabo el arquitecto neoyorquino William Sofield, que cuidó asimismo los interiores, la terraza y hasta un pequeño restaurante que es el colmo de las maravillas.

El truco para vestir bien está en acudir a una buena tienda y saber lo que a cada uno le queda bien

Decidido a completar mi  ligero equipaje veraniego, decidí prestarme a ser modelo, king size por supuesto, porque todo tiene su lugar en el sol. Primero cerré cita con la agencia It que lleva los asuntos del almacén, luego hablé con Luís Sans, y aceptada la (creo que) descabellada idea me fui a Cebado de Bori y Fontestá donde Santi me dejó nuevo, de piel y cabello. Llamé a Josep Maria Serra, un compañero experto en fotografiar inquietudes como yo y me fui a la tienda.

Allí me encomendaron a Serguei Povaguin, al que mareé lo suyo, en especial por mis tallas, y empezamos pruebas y disparos. El espacio es tan espectacularmente hermoso y elegante que cualquier rincón es perfecto, sólo había un defecto: debían colocarme a mí en la imagen, y eso podría estropearlo todo, a pesar de los esfuerzos de todos juntos: yo me limitaba a mantener la respiración y esconder tripa, que no es ejercicio baladí.

Americana de cuadros Isaia, pantalones de Rota y camisa de Canali

Después de mucho buscar (todo me gustaba, pero no todo me cabía), Serguei eligió una americana  a cuadros de Isaia, en tartán de seda, lino y lana de color azul, abrochado simple, bolsillo para pochette y cuatro bolsillos interiores; pantalones de Rota en sarga de algodón, en beige unos y marino los otros; y camisas de Canali en algodón, en marino y polo estampado. Añadimos sombrero, que no uso, gafas y pañuelo de bolsillo. Complementos que no me resultan de urgencia porque a uno, con talla superior, lo primero que le cae en cumpleaños y fiestas a señalar, son accesorios sobre los que no cabe duda alguna en cuanto a medida. Palabra.

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