¿Por qué parece que las cosas nos afectan menos con la edad?

Cuando somos adolescentes cualquier problema nos parece un mundo, hacemos un drama de las cosas y expresamos de forma exagerada nuestras emociones.

Ana Villarrubia. 05/12/2019

Quien diga que a los 16 años era feliz, sencillamente, miente. Imposible. Si en la infancia ya nos cuesta tolerar la frustración y el más mínimo contratiempo provoca una rabieta, en la adolescencia ya es seguro que se magnifica sobremanera todo aquello que genera frustración, y de todo hacemos un mundo.

Unos amigos que quedan sin contar contigo y te consideras el ser más marginado sobre la faz de la Tierra; un compañero de clase que te obsesiona, pero no te hace caso y crees que eso te convierte en la criatura más desdichada del mundo; un día en que tus padres te castigan sin salir y a ti te parece que te han condenado al ostracismo y que te lo vas a perder todo mientras los demás continúan su vida sin ti… Todo en la adolescencia se torna en drama y la vida, a cada paso, se desarrolla ante nuestra inquieta mirada como si de un culebrón venezolano se tratase.

Cuando somos pequeños no sabemos manejar nuestras emociones y cualquier contratiempo hace que nos sintamos tristes o cabreados

En la adolescencia todo nos parece un drama

La de veces que nuestros padres nos dijeron que «no es para tanto» y que «ya te enterarás de lo que es un problema cuando te pase algo de verdad»… ¡Y qué incomprendidos nos sentíamos! ¡Qué imposible resultaba que existiera una forma alternativa de interpretar la realidad! Si los demás veían las cosas de un modo distinto al nuestro no era porque ese modo fuera plausible, sino simple y llanamente porque no nos habían entendido, porque vivían en otro mundo y no comprendían la gravedad de lo que les estábamos narrando.

¿Cómo cambian las emociones de la juventud respecto a las de la edad adulta, la madurez o, incluso, la vejez?  ¿Por qué parece que las cosas nos afectan menos con la edad? ¿Cómo deberían transformarse la gestión de nuestras emociones y el manejo de nuestras vivencias emocionales a medida que pasan los años y nos hacemos mayores?

En la adolescencia tendemos a hacer de las cosas un mundo, haciendo que nos afecte más a las emociones

Debemos aprender a manejar las emociones

Por desgracia no nos enseñan en la escuela a regular nuestras emociones. No nos enseñan apenas a identificarlas. Y convivir con lo convulso e intenso de la emocionalidad humana se nos hace muy difícil, máxime cuando somos aún inmaduros y no disponemos de una amplia mochila de recursos, de habilidades y estrategias para afrontar los problemas.Pasamos años luchando contras esas emociones sin poder siquiera tolerar la incomodísima activación fisiológica que nos producen. Tratamos de huir tanto de las emociones como de sus manifestaciones físicas, sin ser conscientes de que ese proceso de lucha contra la emoción no hace más que intensificarla y exacerbarla. La adolescencia, como veíamos, es un periodo especialmente significativo en este sentido.

Seguro que conoces a más de un adulto que, sin importar su edad cronológica, sigue pareciendo un adolescente en cuanto al manejo de las emociones se refiere. Este es uno de los males achacables a la sociedad actual en la que la inmediatez en la satisfacción de los impulsos hace perdurar las tendencias más inmaduras a la hora de enfrentarse a la vida.

Con el paso de los años aprendemos a gestionar las emociones y buscar puntos de vista alternativos de la realidad

Hay que alcanzar la madurez emocional

Pero, la lógica del desarrollo humano nos dice que con el devenir de los años y de las experiencias ya superadas, con el efecto del aprendizaje y la adquisición de diferentes puntos de vista alternativos sobre una misma realidad, deben irse superando progresivamente ciertos hitos evolutivos. Todo ello debe o debería abrirnos las puertas de la empatía, al tiempo que aprendemos a tolerar mejor nuestros estados emocionales y a interpretar mejor lo que estos significan. El cambio hacia una gestión más madura de las emociones debe, en teoría, ir aparejado a una mayor flexibilidad en el plano cognitivo y a una mayor asertividad en el plano conductual.

La emoción es el motor de nuestro día a día, pero nos lleva un tiempo aprender a manejarla. Con el tiempo deberíamos dejar de asustarnos ante las emociones y, en su lugar, aprender diversos modos para poder gestionarlas. Por eso, llegada la edad adulta, lo esperable y razonable es que las personas seamos capaces de tolerar nuestras emociones, de identificarlas y nombrarlas, de expresarlas sin desproporción, y de canalizarlas hasta poder racionalizar la mayor parte de las situaciones en las que nos encontramos y obtener soluciones que nos permitan gestionar nuestra realidad siempre hacia adelante, siempre en pro de la consecución de nuestros objetivos de vida. A eso le llamamos madurez emocional.

El cambio hacia una gestión más madura de las emociones debe ir aparejado a una mayor flexibilidad en el plano cognitivo y a una mayor asertividad en el plano conductual

La rigidez cognitiva se apodera de nuevo de nosotros

Y tal proceso no es lineal hasta el final de nuestros días, pero casi. Porque, si bien es esperable que la rigidez cognitiva se apodere de nuevo de nosotros hacia el final de nuestro recorrido vital, debido a una brecha generacional potencialmente impactante que puede alejarnos de algunos de los valores de esa sociedad de la que seguimos formando parte, pero que sentimos cada día más extraña, lo cierto es que la acumulación de diversas circunstancias y experiencias vitales, la diversidad de relaciones sociales mantenidas y el proceso de flexibilización cognitiva, que exponencialmente hemos ido experimentando, deberían ser suficientes para considerarnos más hábiles y más sabios que los demás, por el mero hecho de ser más maduros y experimentados.

Tal es nuestro natural recorrido emocional a lo largo de la vida, y tal es la consideración admirable que deberíamos tener de nuestros mayores.

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