García Lorca no tiene con quien casarse
Federico García Lorca fue poeta, amante, hombre-niño y el niño-hombre. Creía en el matrimonio, así se quiso casar, aunque ni supo ni pudo. Era libre y así amó hasta su muerte.
En mis manos, como siempre, y ahora que cumplen cien años, “Poemas del cante jondo”. Federico García Lorca, el poeta, el amante, el hombre-niño, el niño-hombre. El que se quiso casar y ni supo ni pudo. Era libre y así amó hasta su muerte. Federico García Lorca respiraba felicidad, y a su modo, convirtió el matrimonio en una aspiración única, para él mismo inalcanzable. Era sexo, eran mentiras de amor, pero también un profundo sentido de libertad para contraer voluntariamente matrimonio, por encima de todas las barreras e impedimentos sociales.
Lorca en sus obras impone un concepto impulsivo de la libertad individual abiertamente contrapuesto a la moral clasista y salvaje de la época. Viene a negar las normas morales, impermeables a toda pulsión liberadora. Pero esa denuncia dramática del código moral deviene en una muerte anticipada, porque la solución al conflicto concluye siempre en tragedia.
Mariana Pineda, la libertad de Lorca
La libertad de la pasión sin límites, del amor no correspondido, del matrimonio imposible, donde no hay salida posible. Libertad y amor. Amor y libertad. Toda la obra de García Lorca enreda pasión y un sentido radical de la libertad. En ‘Mariana Pineda’, por ejemplo, hay pasión por la libertad, pero también hay pasión amorosa, de modo que en la aleación de ambos factores líricos, García Lorca encuentra razón de su espuma literaria.
Bodas de Sangre, el anhelo
“Después de mi casamiento he pensado noche y día de quién era la culpa, y cada vez que pienso sale una culpa nueva que se come a la otra; ¡Pero siempre hay culpa!”. Así en ‘Bodas de Sangre’. Formalizado el matrimonio entre el novio y la novia, en presencia de sus respectivas familias, ante ministro de la Iglesia Católica, en el mismo día y no consumado el vínculo, la novia se da a la fuga con Leonardo, hombre casado.
El final es conocido, «cruce de navajas» y muerte de los dos hombres, y «deja escarcha sobre las heridas de pobre mujer marchita…». Simbólicamente, el matrimonio es el fin alcanzable para dar satisfacción a la felicidad plena y, una vez más, la tragedia.
La pasión de Lorca, La casada infiel
Y, cómo no, el adulterio, presente en ‘La casada infiel’. «Porque teniendo marido/me dijo que era mozuela/cuando la llevaba la río». Y que el acto fue consumado, no deja duda el poeta: «Sus muslos se me escapaban/como peces sorprendidos/(…)/aquella noche corrí/el mejor de los caminos, /montado en potra de nácar/sin bridas y sin estribos». O el matrimonio imposible entonces, hombre contra hombre, mujer contra mujer.
Si la obra poética de Lorca es un árbol de infinitas ramas de belleza, no puedo sino recordar los versos eternos de la ‘Oda a Walt Whitman’. En ella, Lorca reconoce no levantar «su voz contra el niño que escribe nombre de niña en la almohada, ni contra el muchacho que se viste de novia».
La esperanza de Lorca, Doña Rosita la soltera
Otra historia de amor inconcluso, en el que el matrimonio no llega a celebrarse nunca, es ‘Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores’. Rosita vive ensimismada y feliz bajo la promesa de matrimonio que le hace su «sobrino» antes de partir a Tucumán. Su vida transcurre en la esperanza fiel de contraer matrimonio, la máxima aspiración de la felicidad lorquiana. Envejece pero sigue hilando su felicidad cada día, acumulando con arrobo «mantelería de encajes de Marsella y juegos de cama adornados de guipure».
El noviazgo además es seña de felicidad («las mujeres sin novio están todas ellas pochas, recocidas y rabiadas»). El final es conocido: el prometido incumple la promesa de matrimonio y contrae matrimonio con otra mujer. «Con la boca llena de veneno y con unas ganas enormes de huir, quitarse los zapatos, de descansar y no moverse más, nunca más, de su rincón». Es la angustia del objetivo frustrado, el matrimonio, la felicidad inalcanzable.
La casa de Bernarda Alba, la muerte
Y para finalizar, ‘La casa de Bernarda Alba’. Es María Josefa, la que a sus ochenta años, se viste de novia y grita: «¡Quiero irme de aquí! ¡A casarme a la orilla del mar, a la orilla del mar!». El matrimonio representa la búsqueda de la felicidad y cuando no es posible alcanzarla, todo deja de tener sentido y viene la muerte. Como los versos eternos del poeta: «Entre dos largas hileras de puñales, largo amor, muerte larga, fuego largo».